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Susan Crowley

26/11/2021 - 12:03 am

Mestizaje o el racismo políticamente correcto disfrazado

"Los mexicanos nacimos de un choque atroz de la cultura mesoamericana y la española, y después de 500 años aún tratamos de definir quiénes somos".

En el siglo XVIII hubo un auge en el género pictórico de Las Castas. Foto: Especial.

Fundamento de las ideas progresistas, el positivismo encarna una noción de futuro en forma ascendente. Apenas iniciado el siglo XX la aceleración de la maquinaria industrial y de los procesos técnicos marcaron una mirada que rechazaba el pasado como fuente de valores por considerarlo retrógrado, contrario a la evolución natural. Las nuevas formas de producir que beneficiaban al hombre blanco le autorizaron a someter y esclavizar a las colonias. Incipientes naciones con una gran cultura no valorada surgieron a partir del mestizaje. ¿Qué es el mestizaje y cuáles sus consecuencias?

Los mexicanos nacimos de un choque atroz de la cultura mesoamericana y la española, y después de 500 años aún tratamos de definir quiénes somos. Hemos asistido a innumerables partos de nuestra identidad. Una lectura optimista partiría de lo cuantificable, de los avances e incursiones en el progreso, definido este como el prolongado distanciamiento a nuestros orígenes prehispánicos, y por lo tanto el anhelo de convertirnos en una sociedad occidental. Otras lecturas, en cambio, se enfocarían a inventariar los vicios, carencias y contradicciones que hoy conforman a México.

En el siglo XVIII hubo un auge en el género pictórico de Las Castas. Tan bellas como dolorosas, esas pinturas ilustran el desgarrador descenso de la sociedad mexicana a partir de sus mezclas. Son dieciséis clasificaciones, desde la pureza europea hasta su máxima degradación. Arriba está el español, que con una india dio por resultado al mestizo. Bajando en espiral aparecen varias mezclas hasta llegar a la del chino con india de la que surge un salta atrás. En el último escalafón se encuentra el no te entiendo que, con india, crean al torna atrás. ¿Somos racistas?

A pesar de presumir a nuestros grupos originarios con orgullo, padecemos uno de los peores racismos. Se trata de un racismo soterrado al que Roger Barta llama transversal. La evolución de nuestro país ha generado roces históricos, políticos, ambientales, y culturales que saltan a la vista. Según el tiempo pasa, se han ido ampliando las narrativas para nombrar lo que tratamos de explicar pero que somos incapaces de resolver. Hace poco, como en el resto del mundo adoptamos lo “políticamente correcto”. Una medida de contención social que a través del lenguaje pretende designar sin adjetivar a todas las minorías y diversidades. Nombrar con respeto pareciera una forma eficaz de incluir sin necesidad de hacerlo. Pero si bien el uso adecuado del lenguaje sirve para tender puentes, también puede ser un arma de engaño y manipulación. Podemos expresarnos con toda propiedad y ser un asco, la línea es casi imperceptible.

Racismo, clasismo, exclusión de minorías, daños ambientales, género, derechos humanos y discapacidades, etcétera, se habla de ellos todo el tiempo. Lamentablemente, en muchos casos se han convertido en banderas de intereses particulares. No acabamos de entender el fenómeno de aquellas primeras migraciones que mal llamamos “descubrimiento”, cuando de inmediato padecimos la “conquista”. Más adelante, ya como nación independiente, importamos modelos de desarrollo e incluso nos incorporamos a los tratados comerciales y a la globalización. Aún así, no podemos desembrollar la compleja urdimbre llamada mestizaje. Consideramos un ideal llegar a ser todos iguales, pero seguimos pensando en mejorar la raza y aceptamos los estereotipos aspiracionales y los rasgos anatómicos occidentales como una especie de bendición.

En un periodo de Cuarta Transformación lo políticamente correcto sería recibir una disculpa de los españoles, pero al solicitarlo el presidente es cuestionado por incurrir en algo políticamente incorrecto. No hay presupuesto que alcance para reparar los daños por la caída de la techumbre del Templo Mayor, pero al INA no le molesta una maqueta de cartón de colores en medio del Zócalo. La escisión dramática que nos persigue se refleja en la respuesta de las autoridades: “si no lo pagó el gobierno y se ve rete chulo, ¿por qué no dejarlo uno días? para que la gente vea como fue el Templo Mayor”. El aparato cultural de nuestro país no se horroriza por un costoso desfile de muertos con imágenes que nada tienen que ver con nuestras tradiciones, cuando el crimen organizado está dejando a Michoacán en calidad de “tierra de nadie”, mientras las guitarras de Pátzcuaro con la imagen de Coco rompen récords de ventas.

Bajamos a Colón de su glorieta y en su sitio se intentó colocar un híbrido medio cómic que más parecía un aborigen filipino o un personaje de la película Avatar, y para conciliar y ser políticamente muy correctos, terminamos aceptando la reproducción de una pieza alterada en sus medidas; una figura de sexo femenino políticamente correcta. Mientras, Benito Juárez luce blanco e impasible en el conjunto escultórico de corte neoclásico europeo en Reforma.

El eterno reclamo del penacho de Moctezuma ahora revive con los desesperados intentos de rescatar las piezas arqueológicas de las rapases manos del coleccionismo internacional. Por su lado, las famosas casas de subastas que hacen fortunas con el arte mexicano no se despeinan.

La señalización de las zonas turísticas con letreros de acrílico multicolores que han sido el deleite de las selfies, es tan atractiva que desplaza nuestra admiración por el Templo de Santo Domingo en Oaxaca, ciudad en la que cada vez es más difícil encontrar artesanías originales, como no sean de lujo, y a los artesanos vendiendo objetos fabricados en China.

Yo misma, que llevo en la sangre algo de indígena zapoteca, a pesar de tener otros ADNs, cuando me presento como orgullosamente tehuana, veo el gesto irónico: vaya con la tehuana. Por no decir que se me acuse de intentar instalarme en la cuota de cultura de los pueblos originarios como se les dice ahora para ser políticamente correctos.

Sin acabar de entender todas estas paradojas, hay que agregar el reciente mestizaje a través de la colonización y el consumismo, que ha terminado por homogeneizarnos a todos gracias a la comercialización de productos de grandes marcas. Sigmund Freud quizá diría que esto que nombramos mestizaje, podría describirse como un complejo, ¿qué somos y cuáles son las consecuencias de esta escisión llamada México?

Han pasado 500 años de ¿mestizaje?, ¿resistencia? ¿occidentalización? Para dejar de construir mitos nacionalistas o nociones de patria equívocas o temporales, heredadas o a conveniencia de uno u otro gobierno, desde mi perspectiva hay que pensar desde el arte y la cultura. La poesía, las voces, las telas, los códices, las ciudades en ruinas, las múltiples cosmogonías que componen nuestro mapa geográfico, con todas sus variables, que logran este asombroso palimpsesto de accidentes, defectos, virtudes, matices, que en conjunto somos.

Complejidad, y no complejo, es nuestra verdadera identidad mestiza y cualquier intento de definirla o acotarla termina por cercenarnos. Toda noción de progreso que no incluya este vasto manantial de orígenes nos reduce. Durante muchos años hemos dado la espalda al componente prehispánico étnico y cultural del que abrevamos y es meritorio el esfuerzo que ahora se hace para revalorar su aporte. Pero toda reivindicación que progrese en detrimento de las otras resulta, a su vez, dolorosamente excluyente.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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