Susan Crowley
05/11/2021 - 12:03 am
Consejos para expiar el dolor
El arte es una vía inequívoca para reparar los grandes males de la humanidad.
Existen muchas maneras de expiar el dolor humano. Una muy generalizada es lamentarse y encarnar el papel de víctima para atraer cualquier expresión de lástima. Otra menos común es llevar el sufrimiento a lo sublime. El arte es una vía inequívoca para reparar los grandes males de la humanidad; sirve en dos sentidos, en quien crea una obra de arte y en quien la recibe.
Robert Schumann (1810-1856) y Johannes Brahms (1833-1897), tuvieron vidas complejas, llenas de sinsabores, padecieron la anquilosada y detestable educación musical del viejo continente; aquella que obligó a sus aspirantes a músicos a las más despiadadas humillaciones con tal de llegar a ser figuras apenas pasables. El legado de estos dos músicos es gigante como lo fue su condena. Gracias a ellos tenemos obras para orquesta, de cámara, canciones, corales y, desde luego, 4 sinfonías grandiosas; sin importar su tamaño, todas monumentales.
Adentrarse al universo de estos dos amigos, protector el uno del otro, unidos insoslayablemente por el amor a la misma mujer, por su genio y por su aportación a la historia de la música, es brindarnos la oportunidad de vivir una experiencia en la que se mezcla el sufrimiento y la grandiosidad como pocas veces; atemporal, universal.
Schumann, el artista que no sabía si lo suyo era la poesía o la música, que jamás aceptó ceñirse a las formas tradicionales, que compuso para redimir el tormento mental en el que desde muy joven vivió, terminó después de varios intentos de suicidio encerrado en un asilo para enfermos mentales. Su alcoholismo, la sífilis y la locura hereditaria se cebaron con un espíritu cuyo talento era bestial. Brahms vivió en la pobreza, luego se atormentó con la enfermedad de su amigo Schumann y hasta su muerte reprimió el amor que sentía por Clara Wieck Schumann (1819-1896). Ambos hicieron del dolor un monumento a la grandeza humana.
Schumann vivió un caos interior al que trató de poner orden a través de su música. Escuchar sus sinfonías de forma ascendente nos lleva a esa especie de Olimpo en el que habitó su locura. Como bien lo dice el filósofo Roberto Callasso, los murmullos de los dioses pueden ser interpretados como locura, pero son también el llamado al éxtasis y a la totalidad. Ciertos momentos en la obra de Schumann invocan y anuncian lo que vendría después con Wagner y Mahler: la música es algo más que forma, composición y orden, es transfiguración a partir de los sonidos. Sensación pura que invade la mente y que genera ideas que simplemente no pueden decirse de otra manera.
En una de sus cartas a Clara, que no sólo era el amor de su vida, también su alter ego musical, Schumann explicó cómo componía su obra. No lo hacía en el piano, sino de pie o caminando. La melodía venía a su cabeza, ahí cobraba forma la belleza única de sus temas. Pero las voces demoníacas también se inmiscuyeron en la psique del músico alemán y jamás lo dejaron. Schumann se condenó a escribir música inconmensurable, llena de abismos y de espacios inescrutables. Fue capaz de articular frases musicales que triunfaron por encima de su locura. Pagó el precio de ser un genio y, sin embargo, su melancolía se disfraza de alegría, una alegría en la que realmente creía pero que vivió por muy pocos periodos. Tal vez la única fuente de oxígeno y de salud mental fue Clara, la mejor pianista de Europa, la gran compositora, la madre de sus hijos, su víctima y, finalmente, a la muerte del compositor, la restauradora de su obra.
El caos en la obra de Schumann es rescatado por la dulzura y la templanza que permiten llegar a la cumbre del romanticismo. Su biografía es dolorosa, triste, desgarradora. Lo que hizo con la música es asombroso y reivindicador.
A la música de Brahms no se le puede objetar nada, pero muchas de sus acciones en contra de músicos de la nueva generación hacen que cueste trabajo quererlo. Al joven Hans Rott, literalmente le arruinó la vida. Se sabe que después de recibir la reprobación de Brahms a su primera y única sinfonía, antes de ser internado en un manicomio, Rott asaltó un tren gritando que Brahms lo había cargado de dinamita. El rechazo de Brahms a las aportaciones de los estudiantes llegó a afectar a más de uno. El inseguro Anton Bruckner corrigió sus obras para quedar bien con el tótem. A Gustav Mahler no le fue mejor; si no hubiera sido por su enorme capacidad para sobreponerse a los juicios demoledores de Brahms, seguramente su obra, que en general no fue aceptada, no hubiera pasado como la más poderosa creación sinfónica de la historia. Brahms también vivió para detestar fielmente la radicalidad romántica de Wagner y no se quedó sólo con ese sentimiento, lo llevó a la acción condenando a cualquier joven que se atreviera a admirar al otro genio. ¿En qué consistía la rabia y el resentimiento de un hombre que en su juventud había sido rebelde e idealista?, ¿el alma atormentada de Brahms fue el fundamento de su mal carácter? En alguna de sus cartas, Clara le reclama su mezquindad y falta de generosidad hasta consigo mismo. A pesar de que al final de sus días era famoso y gozaba de una posición holgada gracias al éxito de sus obras, Brahms vivió como un miserable. Pero la grandiosidad de su obra borra de un plumazo los demonios de su autor. Las sinfonías de Brahms representan la cumbre de la forma sinfónica. Como su ascenso al éxito, pareciera que las cuatro sinfonías irían por el mismo camino. Pero en la Cuarta, un aire de melancolía brota constantemente, podría definirse como una sinfonía nostálgica, incluso, oscura. En su cuarto movimiento, de pronto ¿encontramos un guiño a Bach?, ¿es acaso una reverencia al pasado?
El ciclo de las cuatro sinfonías de ambos está de gira con la Staatskapelle de Berlín bajo la batuta de Daniel Baremboin por varios teatros de Europa. Una tourné de enorme exigencia para el director y para los músicos. La Staatskapelle es una de las orquestas más refinadas, y cuyo sonido es de pureza superlativa que no desmerece junto a los grandes ensambles musicales. La dirección de un Baremboin que ha llegado a un alto nivel de espiritualidad y sabiduría lleva a las masas orquestales a definir sonidos de una delicadeza sin menoscabo de su poder. Ojalá que se haga la grabación de esta experiencia en vivo para que puedan ser atesoradas y compartidas.
Las cuatro noches dedicadas a escuchar a estos dioses de la música, en el Megaron, la majestuosa sala de conciertos de Atenas, se convertirán en una especie de ascenso que parafrasea una visita obligada a la Acrópolis. Un encuentro con los dioses y sus vestigios y, sin duda, una forma de trascender el dolor.
@Suscrowley
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