La frustración ha ido creciendo durante meses entre los miles de migrantes que esperan en Tapachula, cerca de la frontera con Guatemala. La estrategia de México había sido contener a los migrantes en el sur, lejos de la frontera de Estados Unidos, y permitirles solicitar refugio en México, pero el sistema de asilo se ha visto sobrepasado y la lentitud de los procesos de regularización llevó a muchos a decidir que no valía la pena esperar.
Por Edgar H. Clemente
ESCUITLA, 28 de octubre (AP).— Cuando unos pocos miles de migrantes reanudaron el jueves su caminata hacia el norte a través del sur de México, el traqueteo de las ruedas de un cochecito de niño sobre el pavimento se unía al sonido de los pasos. Unos pequeños dormían despatarrados en sus carriolas ajenos al movimiento. Otros todavía adormilados se acomodaban sobre los hombros de los padres o permanecían ajenos a todo en sus regazos, en el caso de los bebés.
Los activistas que viajan con los migrantes estiman que podría haber unos mil menores entre las aproximadamente cuatro mil personas que caminan a paso lento por las carreteras de Chiapas bajo un sol punzante. La escena recuerda a las grandes caravanas de migrantes en 2018 y 2019, que también estaban llenas de familias con niños pequeños y que han ofrecido una forma menos costosa, aunque mucho más lenta, de migrar para familias que no pueden pagar a un traficante y de hacerlo de forma un poco más segura.
Laura Benítez, de la organización médico-humanitaria Global Response Management, dijo a AP que el 40 por ciento de las personas que han atendido eran niños.
Irineo Mújica, de la ONG Pueblos Sin Fronteras, estimó que hay entre mil y mil 200 niños en la caravana. "Es urgente que el Gobierno mexicano atienda a los menores”.
Ingrid, guatemalteca que no quiso dar sus apellidos por seguridad, explicó que viaja con toda su familia de cuatro adultos, incluidos ocho niños y una bebé de cinco meses. “No podemos con todos los niños, somos de Guatemala, ya llevamos dos meses encerrados en Tapachula”, indicó la mujer.
“Necesitamos que nos den paso libre, al Presidente (Andrés Manuel López Obrador) le pedimos se ponga la mano en el corazón”, pidió Ingrid mientras tomaba un descanso en el acotamiento de la carretera costera de Chiapas a la sombra de los árboles.
El actual grupo salió el pasado sábado de Tapachula y es el mayor movilizado por el sur de México desde la pandemia. En enero, una caravana partió de Honduras, pero las autoridades guatemaltecas la disolvieron antes de llegar a México.
Todos los grupos que salieron este año de esa misma ciudad fueron disueltos, en ocasiones con un uso excesivo de la fuerza, por elementos de la Guardia Nacional y los agentes de migración. No obstante, esta semana la Guardia Nacional se ha dedicado a vigilar el avance de la caravana sin hacer un intento de contención salvo el primer día.
El Instituto Nacional de Migración anunció el miércoles por la tarde en un comunicado que concederá visas humanitarias a las mujeres embarazadas que están en la caravana, unas 70, según los activistas que acompañan a los migrantes.
Algunas de ellas tuvieron problemas de salud. Asimismo, la agencia migratoria aseguró que brinda “atención médica, asesoría y auxilio a personas migrantes de diferentes nacionalidades con problemas de salud, lesiones físicas o que solicitan regresar a la Tapachula” aunque no indicó a cuántas dio este servicio.