El registro es considerado uno de los más altos que se haya reportado en el continente y ha crecido en un año más de 20 por ciento.
Por Fabiola Sánchez
Cuautla, Morelos, 14 de octubre (AP).— Dos voluntarias vestidas con camisetas de manga larga, pantalones de mezclilla y cubrebocas escarban con sus manos, protegidas sólo por unos guantes de hilo, en una de las laderas de un intrincado riachuelo utilizado como desagüe de aguas negras de un centro comercial del municipio de Cuautla, en el estado mexicano de Morelos.
Ni el putrefacto olor ni el intenso calor las detiene en su desesperado intento por encontrar entre la tierra los restos de alguna de las decenas de miles de personas que engrosan la lista de desaparecidos en México y que va camino a los 100 mil, según cifras de la estatal Comisión Nacional de Búsqueda de Personas (CNB).
El sombrío registro, considerado uno de los más altos que se haya reportado en el continente y que ha crecido en un año más de 20 por ciento, ha desalentado a los activistas y analistas que ven pocas posibilidades de que la violencia que golpea a México desde hace más de una década pueda revertirse en el mediano plazo.
La escalada de las desapariciones es considerada por algunos analistas, como la doctora Angélica Durán-Martínez, profesora asociada de la Universidad de Massachusetts, como un reflejo del “deterioro muy fuerte” de la seguridad en México, la incapacidad del Estado para controlar la violencia, el aumento del poder de los grupos criminales y una severa impunidad.
Desde que asumió el Gobierno en 2018 el Presidente Andrés Manuel López Obrador tomó como una de sus banderas el esclarecimiento de uno de los casos más emblemáticos en materia de derechos humanos de México: la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en el estado occidental de Guerrero en septiembre de 2014.
Pese a la designación de un equipo especial para impulsar la investigación y el apoyo de asesores internacionales aún no se ha logrado esclarecer el caso, lo que ha alimentado el pesimismo de muchas familias que tienen seres queridos desaparecidos.
Tras bajar por un empinado barranco repleto de maleza, una antropóloga hunde en el terreno una varilla de metal que dictamina que allí no hay nada enterrado e invita a las jóvenes a continuar la búsqueda por otras áreas de la cañada. También participan decenas de familiares, activistas, guardias nacionales acompañados de dos perros rastreadores, policías e integrantes de la CNB.
De esa forma transcurrió una de las jornadas de la sexta edición de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas que se inició esta semana y se extenderá hasta el 24 de octubre en Morelos, que a pesar de ser uno de los más pequeños de los 32 estados de México y tener apenas dos millones de habitantes, ostenta altos registros de homicidios, más de dos mil 659 desaparecidos y una impunidad que supera el 90 por ciento, de acuerdo con el activista Israel Hernández, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de ese estado.
Las actividades de la brigada han contado con el apoyo de las autoridades estatales y municipales de Morelos, señaló la regidora del Ayuntamiento del municipio de Jojutla, Alicia Rebollo, quien precisó que “estamos tratando de colaborar en la medida de nuestras posibilidades, todo en el marco de la legalidad”.
Rebollo admitió que el tema de los desaparecidos “es algo que nos ha rebasado”.
Luego de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa la Red de Enlaces Nacionales (REN) se acercó a los familiares de los estudiantes para ayudar en las labores de búsqueda. Dos años después la REN creó las brigadas, que hoy integran 160 colectivos en 26 estados y que viajan por todo el país para apoyar a cientos de madres, padres y hermanos en la agotadora y desgastante búsqueda de sus familiares, una actividad que se ha convertido para muchos en su único alivio en medio de su tragedia.
Así lo reconoció Tranquilina Hernández, una artesana que integra el colectivo Unión de Familias Resilientes Buscando a sus Corazones Desaparecidos, que desde hace siete años busca a su hija Mireya, de la que no se supo nada más luego de salir una tarde de septiembre con su novio en Cuernavaca, la capital de Morelos.
Con la ayuda de un pequeño machete, un rastrillo y una pala, Hernández -vestida con una camiseta que lleva estampada una foto de su hija y botas de goma-, revisa minuciosamente los alrededores del riachuelo adonde llegaron los brigadistas gracias a reportes de los lugareños que informaron de manera anónima que en las cercanías del lugar operó un centro donde eran asesinadas personas que luego eran lanzadas a la cañada.
En su recorrido la menuda mujer, de 44 años, se topó con la mandíbula y la vértebra de un perro y las costillas de una vaca. La infructuosa jornada, que se extendió por más de seis horas, no desalentó a Hernández, quien afirmó que “nuestra esperanza, nuestra fe, no se acaba si llegamos a un punto y no encontramos nada. Al contrario, seguimos con más ganas y seguimos luchando y seguimos buscando hasta encontrarles”.
A Hernández la secunda Yadira González, una de las fundadoras de la brigada que desde hace 15 años busca a su hermano a quien, asegura, se lo “tragó la tierra” en el estado central de Querétaro cuando salió a mostrar un vehículo para la venta.
“El hecho de que no demos un positivo dentro de la brigada no quiere decir que no sea buen trabajo”, dijo González, de 38 años. Independientemente del resultado la jornada representó una “bendición” para las familias de la zona porque “las ayuda acabar con la zozobra”, agregó. “La brigada le deja a las familias locales un lugar menos donde trabajar y ellas pueden seguir avanzando en otros sitios”.
Luego de buscar durante varias horas entre cultivos de sorgo que bordean el riachuelo, Ely Esparsa, una humilde estilista, aprovechó unos minutos para descansar sentada en una acera del centro comercial bajo un gran árbol.
Fue su primera jornada en las brigadas, a las que incorporó luego de la desaparición hace seis meses de su hijo Jesús, de 21 años, quien salió la mañana del 6 de abril de su vivienda en Cuautla para trabajar como chofer de camiones y nunca volvió.
“Es como estar muerta en vida", dijo la estilista de 38 años con los ojos llenos de lágrimas. "Es estar con la zozobra permanente de no saber si está, si no está, si está sufriendo. Como madre siempre tienes la idea de que él va a volver tarde o temprano”.
Esparsa admitió que hasta que perdió a su hijo el fenómeno de los desaparecidos en México le era completamente ajeno. “Hasta que te toca vivirlo pues te das cuenta que el problema es mucho más grande de lo que pueda cualquier persona imaginar”.
La estilista relató que ha tenido que aprender sobre la marcha, y con el apoyo de Hernández y otros miembros del colectivo de Morelos, a buscar por su cuenta a su hijo. “Hay que salir a buscar porque realmente no tenemos mucho apoyo de las autoridades”, acotó.
Pese a que durante la jornada no lograron mayores avances, Esparsa no está dispuesta a claudicar. “Él sabe que lo voy a buscar hasta debajo de las piedras. No le voy a fallar en eso”.