Jorge Alberto Gudiño Hernández
23/10/2021 - 12:05 am
Leer en voz alta
«No saber leer en voz alta podría implicar no saber hacerlo en voz baja y, en consecuencia, no entender a cabalidad lo que se lee».
Los niños aprenden a leer a partir de varios métodos que, en alguna medida, se sintetizan como la capacidad de decodificar signos y asociarlos con determinados sonidos. Es un proceso paulatino que dura varios años. Si bien el júbilo de algunos padres llega cuando sus críos logran identificar algunas palabras sueltas, el aprendizaje apenas ha iniciado. Falta que sean capaces de leer frases enteras, de hacer las pausas indicadas por la puntuación, que den el salto al vacío que implica pasar de la voz alta a la voz baja y que consigan darle la entonación a su lectura. Es probable que, aunque asociemos el aprendizaje de la lectoescritura al último año de preescolar o al primero de la primaria, en realidad este proceso sea una progresión que requiere más tiempo.
Llevo muchos años dando clases en diferentes universidades. La pandemia y el confinamiento han obligado a adaptar la forma en la que se imparten. Quizá las mayores modificaciones no se den en las materias teóricas sino en las prácticas. Al menos en mi caso así ha sido.
Durante estos semestres, he escuchado a mis alumnos leer sus textos mientras los comparten en pantalla. No hablaré ahora de la ortografía o la redacción, sino de la simple lectura. Es muy llamativo descubrir que, en un muy alto porcentaje, no suelen ser capaces de leer lo que ellos mismos escribieron. No exagero. En ocasiones, les da trabajo acceder a ese primer nivel que implica la decodificación de signos y su consiguiente asociación con ciertos sonidos. En otras palabras, leen otra cosa. También se traban, eluden las comas y los puntos, parecen enfocados en evitar el encuentro con las pausas y, a cambio, hacen otras cuando el aliento se les escapa. Hay unos pocos que, incluso, introducen muletillas verbales mientras leen. Así, entre un párrafo y el siguiente o a la mitad de un enunciado, llega un “este” o un “mmh” que no está sobre el texto. Para ser justo, debo aceptar que algunos de ellos leen muy bien, incluso de forma casi profesional, pero son minoría.
No me quedan del todo claras las razones de estas deficiencias lectoras. Supongo que son por falta de práctica. Sin embargo, no son simples problemas de dicción. Si así fuera, bastaría con el ejercicio de leer la lista de ingredientes de los champús para mejorar. El asunto es más grave. Una de las habilidades que se adquiere en esta progresión del aprendizaje lector es la de anticipar lo que dirá después. Nuestro cerebro se ha estado entrenando y se adelanta a nuestra vista. A veces falla, sin duda. Entonces retoma el ritmo y lee con más cuidado.
Si, en contraparte, la respuesta es incluir una muletilla o romper la estructura sintáctica de las frases por una incapacidad de incorporar los signos ortográficos, más que las razones comienzan a preocupar las consecuencias. ¿Qué tanto entiende lo que lee alguien que no es capaz de hacerlo de corrido, sin errores graves? La pregunta es relevante porque, más allá del ejercicio mecánico de articular las palabras, el problema es de estructura de pensamiento. Sobre todo, porque leen mal y parecen no darse cuenta. Y leen mal frente al profesor que les pidió un texto propio. A saber cómo leen cuando se trata de otros contenidos, en la intimidad de su voz baja.
Alguna vez vi un programa francés que era un concurso de lectura en voz alta entre estudiantes de diferentes grados. Llegaba a ser muy emocionante. Leían textos ajenos y ganaba quien mejor lo hacía. Lo inaudito no sólo era que hubiera un programa televisivo sobre una actividad tan escolar sino que los premios eran por demás llamativos. La escuela de los alumnos ganadores tendría el privilegio de recibir la visita de un importante escritor francés. Nada más. Nada menos.
Hay aprendizajes que damos por sentados. Quizá deberíamos tomarlos más en serio. No saber leer en voz alta podría implicar no saber hacerlo en voz baja y, en consecuencia, no entender a cabalidad lo que se lee. No extenderé más esta serie de causalidades. Sin embargo, me parece evidente, por respuestas que se dan en las redes sociales, por comentarios que se hacen en la prensa, por conclusiones a las que se llega en determinadas discusiones, por señalamientos que se hacen desde el poder o por todos los engaños a los que intentan someternos diferentes entidades, que la falta de comprensión es un lastre grave.
Ojalá enfoquemos nuestras fuerzas a impedir que este tipo de aprendizajes se queden en el limbo de lo que supuestamente sabemos hacer.
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