Tomás Calvillo Unna
29/09/2021 - 12:05 am
Habitar la ficción
Atemorizar a personas y sectores ciudadanos es una pésima señal para un Gobierno que accedió al poder por la vía democrática.
Rendija: La crisis en ciernes del Estado y la ciencia y la academia requieren de una sensata operación política, cada Gobierno puede orientar y reorientar su política científica, pero lo que debe evitar es confundir los espacios de definición del mismo. La judicialización reciente de los diferendos entre Conacyt y el Foro Consultivo se desbordó de su cause cuando el Fiscal General de la República, abusando de su posición, emprendió prácticamente una cacería de brujas que lastima a gran parte de la comunidad científica del país y vulnera la credibilidad del Gobierno federal. Atemorizar a personas y sectores ciudadanos es una pésima señal para un Gobierno que accedió al poder por la vía democrática.
El agujero negro,
es el ojo ciego del pasado;
el vértigo cósmico,
los poros de su abismo.
Nuestro presente
son sus esporas,
los reflejos ensimismados de lo incierto,
en la circunferencia que diseña
el futuro que nunca existirá;
los anhelos encapsulados del destino,
el mañana solidificado de ayeres.
Somos sólo pasajeros,
trashumantes,
con pretensiones de apropiarnos
de un viaje que ya sucedió,
recordado a medias,
si bien nos va,
en esta devastación,
arrinconándonos
en la desolación de la tierra
y su población abrumada.
Aparentamos estar vivos,
lo confirman los sueños.
El relato onírico
se ha vuelto crucial para la existencia.
Impide la desaparición
de nuestras creencias.
Sin espejos nocturnos,
donde atestiguar
el drama inconcluso de las sombras,
nos daríamos cuenta
que la oscuridad nos atrapó;
que provenimos de ella
y nos envuelve por dentro.
Inventamos metáforas, diosas y dioses;
seres ajenos que determinan nuestro destino.
Los alimentamos con nuestra sangre.
Lo mismo hacemos con los reyes y reinas,
sólo hemos acortado sus años de dominio.
Siguen ahí, somos los súbditos,
los aceptamos
por sus dádivas
o por temor a que nos hieran.
Estamos alucinados por la vida en sí.
Los kōan, los acertijos,
buscan alumbrar su presencia,
entenderla;
aunque la expliquemos
con la biología o la metafísica,
no se alcanza a descifrar.
Ya sucedió, ya pasó,
de ahí la obsesión que tenemos
por el futuro que nos arrastra.
Olvidamos el Presente,
el único Puente que teníamos.
No nos bastaba, y
creímos que con un tronar de dedos
la película podía empezar,
detenerse o terminar.
Vasto poder que embriaga
y derrama más dolor.
Siddhartha ya había hecho su tarea
y no fue suficiente;
camina y medita también en los sueños
propios y ajenos.
Estamos vivos, nos decimos
entre los dispositivos,
que diseñan la morfología
de los quehaceres;
las crestas y rumbos
del pensamiento;
la hora y el día.
Artilugios que imperan
y nos codifican
con mayor precisión.
Interactivos actores,
nos precede el autismo
al contemplar el paisaje
que nos rodea:
un desgajamiento
que parece irreversible.
La velocidad ataja los intentos
por comprender.
En su intensidad, en su núcleo,
debe estar lo que permita
reconocernos desde la raíz.
La semilla de múltiples dimensiones
que se despliegan;
cúmulos de estrellas que abrevan
de esa oquedad que acompaña
la creación y su expansión continua.
En este amanecer único.
es probable que algo encontremos;
la vorágine de energía
está contenida por el espacio,
cuya elasticidad nos enseña
una pista: la vida, el lugar,
se esculpen en vibraciones,
son el aliento puro
que da origen a las palabras:
el retorno a la comunidad
del silencio,
ante el ruido que preña,
la cultura del instante
de odio y muerte.
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