Susan Crowley
10/09/2021 - 12:03 am
John Cage, el concierto del desconcierto
Parte de la teoría de Cage se basa en que el sonido que emite un objeto es único, irrepetible, es decir, solo puede ser ejecutado una vez.
Existen muchas formas de contar la historia del arte del siglo XX. Un buen punto de partida, sin duda, es Marcel Duchamp. Su pasión por los artefactos creados por el hombre lo llevó a elegir lo que sería su catálogo de “objetos encontrados”. Sin cargarlos de significado ni psicologizar, al azar, el artista francés los reconocía como una cadena de evolución en la nueva forma de pensar el arte. Un urinario, la rueda de una bicicleta, un perchero, o cualquier objeto cotidiano podían servir a sus propósitos. Los nombró ready made. Algo similar ocurrió en el mundo de la música, el responsable, John Cage. Si bien las experimentaciones de Messiaen, Varèse, Xenakis, entre otros, fueron un fundamento para ampliar los márgenes de la música, la contundecia y rigor de Cage y su conocimiento del legado de la tradición musical desde Bach a Schoemberg le permitieron concretar diversas experimentaciones. Una especie de gran arquéologo de los “ruidos encontrados” que intervendrían en la nueva cadena sonora que nombró música aleatoria.
No es gratuita la asociación entre Cage y Duchamp. Para ambos los objetos son lo que son y cuentan con valores propios y a partir de ellos concibieron su ideario. Después de siglos de sublimar las formas en un lienzo y de transformar las notas en elevados temas para que “dijeran algo”, llegó el momento de romper con los cánones y las estructuras tradicionales. Así como Duchamp liberó los objetos ordinarios y los atrajo al arte con nuevas nomenclaturas, Cage hizo que los ruidos y el silencio participaran con la misma importancia. Al permitir la improvisación como elemento fundamental traspasó las estructuras de la música más allá de las notas y los instrumentos conocidos. Parte de la teoría de Cage se basa en que el sonido que emite un objeto es único, irrepetible, es decir, solo puede ser ejecutado una vez. Siempre será distinto y dependerá de cualquier cantidad de variables que lo rodean para manifestarse. Si bien toda interpretación debe tomar en cuenta las variables del momento en que es ejecutada, la obra de Cage coloca a todas las variables posibles como protagonistas.
Curiosamente, a pesar de que en nuestros días Duchamp y Cage son considerados pilares del arte contemporáneo, aún queda mucho por elaborar sobre su pensamiento. Sus aportaciones no han terminado de asimilarse. Se les sigue viendo como fenómenos aislados, en muchos casos ocurrencias o incluso oportunismo y simple provocación. Por lo general causan molestia, frustración, coraje y rabia. Y claro, hay que aceptar que esos sentimientos son más que comprensibles, ¿un urinario en medio de la sala de un museo?, ¿un piano intervenido con objetos como vidrios, clavos y papeles que suena distorcionado? Es cierto que Duchamp se considera el primero que puso un pie en el desconcierto, pero muy de cerca ocurrían una enorme cantidad de experimentaciones relacionadas con sus ideas y en las que John Cage sería protagonista.
En 1961 el músico norteamericano, junto a Joseph Beuys, George Brecht, Nam Yuk Paik y Yoko Ono, entre otros, fundó un movimiento llamado Fluxus, que en esencia significa fluir sin contención alguna, es decir, diarrea. Sin lugar a duda una de las consecuencias directas de las prácticas duchampianas. Este fue el principio liberador que permitió que los jóvenes artistas de aquellos años llevaran a cabo prácticas nunca imaginadas. En su mayoría las nuevas generaciones se habían dejado afectar por el dadaísmo, un movimiento que, si bien había convulsionado la escena europea, apenas había modificado las formas de pensar el arte. George Manciunas acompañado de Nam Jun Paik destrozó un piano. Josep Beuys utilizó grasa animal como material de purificación en sus performances. Yoko Ono sometió su cuerpo a la humillación a través de una acción que permitía a los hombres cortar en pedazos la prenda que la cubría; una forma de expresar la fragilidad y el abuso contra la mujer. Estos jóvenes coincidieron en la necesidad de llevar los procesos intelectuales a nuevas formas participativas que obligarían al público a ser algo más que un simple espectador. Su labor es importante para la historia del arte ya que promovieron acciones que consistían, entre muchas cosas, en convertir los espacios en foros de experimentación sin límites.
A su regreso de Oriente, continuando con las prácticas de Fluxus y a partir de las enseñanzas de Duchamp, John Cage utilizó los sonidos aislados como un nuevo campo de acción. La generación de obras interpretadas con objetos cotidianos y ruidos, además del silencio, permitieron una expansión sin precedentes. Claro que sus piezas suelen ser incomprensibles si no se asume su carga conceptual. La obra Water walk, consiste en los sonidos de una olla exprés haciendo ebullición, una tina llena de agua golpeada con platillos, un radio encendido, el sonido de un sifón mientras el agua quinada es vertida en un vaso de wiski con hielos, un pato de plástico que hace ¡cuac! y un piano; es decir, un escándalo y burla para el público.
Y no se diga su obra 4′33″ que en su versión orquestal consiste en que durante ese tiempo no sea ejecutado sonido alguno. Su estreno fue legendario; ante la inmovilidad del director y los músicos, el público apenas y sonreía nervioso, luego empezaron las carcajadas; en seguida los reclamos y después los insultos. Incluso algunos exigieron la devolución de su dinero y furiosos arrojaron sus programas a los músicos. Como performance no pudo ser mejor. Esto era solo el principio. Cage, amablemente expresó: “la vida sucede a cada instante y ese instante siempre está cambiando. Lo más inteligente que se puede hacer es abrir inmediatamente el oído y escuchar un sonido justo antes de que el propio pensamiento tenga la oportunidad de convertirlo en algo lógico, abstracto o simbólico”.
¿El triunfo del silencio? Pues no. El mismo Cage durante una sesión dentro de una cámara insonorizada se asombró al escuchar un sonido. Era el flujo de su torrente sanguíneo. El silencio es imposible de ser concebido para la mente humana. Siempre habrá un vacío aparente en el que existen sonidos posibles, aunque no sean captados. La experiencia humana es una acumulación de momentos sucesivos que podrían contarse en sonoridades.
Y la cosa no pararía ahí. La relación de Cage con el coreógrafo Merce Cunninghan también provocó un cambio radical en la danza. Su legendaria unión con Robert Rauschemberg y Marcel Duchamp en Dancing around the bride implica la inclusión, en un solo evento, de las distintas disciplinas artísticas. Por primera vez el movimiento del cuerpo se disociaba de la música mientras se llevaba a cabo un acto pictórico. Delante del público, dejar que las acciones transcurrieran de una forma natural, espontánea.
Duchamp vivió siempre en medio de la turbulenta crítica, pero eso jamás lo afectó. Cage declaró que su obra no pretendía ser divertida, simplemente le complacía que la gente fuera feliz. El legado de ambos está inserto en la ley de las probabilidades y en la estrategia del ajedrez al que amaban. Es también la manifestación del I Ching y el Tao, la vía de cambio universal. Flujo en el que participamos dejando nuestra voluntad a un lado para vivir la experiencia del arte con toda su carga de actualidad, incluidos sus accidentes y variables. Observar un ready made o escuchar música aleatoria requieren entregarse al azar, votar por el asombro. Igual que Duchamp dejó su manual de objetos, Cage aportó un instructivo de sonidos y silencios que podrían ejecutarse con total libertad. Una nueva tradición que llevaría el desconcierto creado por Duchamp al aparente (des) concierto producido por los ruidos de Cage. El ready made había escalado a los escenarios del mundo.
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