Bob Ross: Accidentes felices, traiciones y avaricia, de Netflix, atrapa al espectador desde el primer momento al hacer recordar a una figura de la televisión que muchos reconocen. En hora y media el filme vuelve a un personaje del imaginario colectivo tan humano, pero al final deja al espectador con pocas ganas de comprar una camiseta con su rostro.
Ciudad de México, 5 de septiembre (SinEmbargo).– Recuerdo que cuando era niña despertaba los fines de semana, prendía la televisión y sintonizaba Canal 11, pues ahí encontraba a ese señor de melena “afro” y gentil que mostraba a su audiencia cómo pintar, algo que simplemente era hipnótico para mí, lo veía de principio a fin. El nombre del pintor, ya lo saben: Bob Ross.
Con un fondo negro detrás de su caballete y siempre usando una camisa en tonos claros, Bob Ross invitaba a su público a imaginar un paisaje y a plasmarlo en el lienzo, lo hacía ver “fácil” o, más bien, convencía al espectador que él también podía hacerlo.
“Creo que todos en algún momento de la vida hemos querido pintar un cuadro. Hay un artista escondido en cada uno de nosotros, y aquí queremos enseñarte cómo sacar a ese artista”, decía, y lo creímos.
“No cometemos errores, tenemos accidentes felices”, era su frase habitual. Ese positivismo te terminaba por persuadir e intentarlo. Yo lo hice. Tomé mis acuarelas de la escuela e intenté mi primer paisaje aunque evidentemente “los árboles felices” no salieron muy bien.
Ahora para las audiencias que conocieron a este pintor estadounidense y para las nuevas que sólo tal vez ubican por su característica imagen, Netflix trae el documental Bob Ross: Accidentes felices, traiciones y avaricia (Bob Ross: Happy Accidents, Betrayal & Greed) que muestra el legado del fallecido pintor y revela una parte de su vida que casi nadie conoce, que es la lucha por los derechos de su imagen.
“He querido dar a conocer esta historia durante muchos años, sí mucho tiempo. Hubo días difíciles del pasado, de eso no hay duda. Él nunca pudo decirle nada a nadie al respecto. Siempre fue muy reservado sobre este asunto, va a ser difícil que las personas hagan entrevistas para esta película, no tengo duda, lo que hicieron fue vergonzoso y la gente debería saberlo”, advierte Steve Ross al inicio.
BOB ROSS, DE MILITAR A ICONO DE TV
Aunque es difícil de creer, Bob Ross, o Robert Norman Ross nacido en 1942 en Florida, Estados Unidos, fue militar. Estuvo 20 años al servicio de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, pero esa nunca fue su pasión.
Al igual que muchos de sus espectadores, Bob Ross también quedó prendado de un programa de televisión que mostraba cómo pintar y que era protagonizado por Bill Alexander, un tipo simpático, pero duro. Con una técnica llamada “húmedo sobre húmedo”, Alexander lograba cuadros en minutos, cuando hacer pinturas con óleo a veces toma años. Ese fue el primer acercamiento Ross.
Bob Ross decidió tomar clases de pintura, convencido de su talento y de esta nueva grande pasión, se retiró de la Fuerza Aérea y dedicó su tiempo a perfeccionar la misma técnica que veía en televisión hasta convertirse en maestro.
Su paso a la televisión lo dio al conocer Anette Kowalski, una de sus alumnas y una mujer ambiciosa que vio potencial en Ross y no dudó en invertir en él para convertirlo en estrella de televisión y hacer nacer el programa El placer de pintar, con el que logró 30 temporadas al aire.
ALGUIEN COMO POCOS
A diferencia de muchos ídolos que vemos en televisión y luego protagonizan las portadas de las revistas por conductas totalmente apuestas a la que fingen ser y que terminan por decepcionarnos, Bob Ross era alguien gentilmente natural enfrente y fuera de foco.
Steve Ross, su hijo y quien lo conoció mejor que nadie, cuenta en el documental el amor por la naturaleza de Ross, las veces que cuidaba de animales enfermos y sobre el tiempo que le gustaba pasar en el campo admirando todo a su alrededor.
Los mismos amigos de Bob lo describen como alguien sensible que buscaba hacer sentir bien a las personas, algo que incluso deseaba transmitir en El placer de pintar, pues buscaba hasta el tono de voz lo moduló para dirigirse a sus espectadores en su mayoría mujeres, y poder hacer una conexión más íntima con su público.
Un hombre que disfrutaba lo más simple como jugar con su cabello, experimentado toda su vida con peinados hasta llegar al “afro", que, por supuesto, no era natural.
EL LADO OSCURO
Bob Ross, como cualquier ser humano, cometió errores, pero sin saberlo el mayor para él fue confiar en Anette y Walt Kowalski, quienes sí, impulsaron su carrera pero que también la oscurecieron, incluso, aún hoy en día.
Como bien lo dice el título del documental, que está disponible en Netflix, la “ tracción y la avaricia” marcaron la vida de Bob hasta en su lecho de muerte, y no por él, sino por la ambición de una pareja que vio en el pintor de paisajes sólo una montaña de dinero.
Bob, murió joven, a los 52 años de edad después de que fue diagnosticado con linfoma. Fue un 4 de julio 1995 que su cuerpo no pudo más con la enfermedad.
A pesar que hasta el final siguió trabajando y pintando, no pudo tener una muerte tranquila al pelear hasta el último momento por los derechos de nombre e imagen. Una lucha que hasta hoy parece no tener justicia y que es ampliamente explicada en el documental con el que es fácil sentir empatía por Bob.
Bob Ross: Accidentes felices, traiciones y avaricia es un viaje al legado del pintor, pero también a la lucha legal que mantuvo también su hijo.
No contaré más de lo que revela el documental que atrapa al espectador desde el primer momento al hacer recordar a una figura de la televisión que muchos reconocen, de cómo en hora y media vuelve a un personaje del imaginario colectivo tan humano y de las pocas ganas que quedarán de comprar una camiseta con su rostro impregnada en ella.
Vean el documental, denle una oportunidad si ustedes también fueron hipnotizados por sus pinceladas, y como decía: ¡Felices trazos!