María Rivera
18/08/2021 - 12:00 am
Sálvese quien pueda
Es tan grave la enfermedad que padece el gobierno, que ya perdió incluso la capacidad de distinguir entre las mentiras que solito se cuenta.
Hay días que dan ganas de vivir en otro país, querido lector. Días en los que la constatación de la realidad resulta abrumadora. Hoy es un día de ellos, aunque cada vez son más agobiantes y ominosos, hay que decirlo, bajo el gobierno de López Obrador. Y es que no es lo mismo tener diferencias en torno a temas menores, que tenerlas en torno a temas que definen la supervivencia. Vaya tiempo que nos tocó vivir, en medio de una emergencia sanitaria, y bajo el peor gobierno posible para enfrentarla. Un gobierno que desprecia la ciencia, cree que los fenómenos se rigen por la voluntad de los políticos o peor aún, que pueden desaparecer bajo la densa nata de la demagogia.
No importa que haya datos y evidencias por todos lados que indican que la realidad es otra distinta a la que predica el presidente, no importa. Solo importa lo que él decidió que era la realidad. En su mundo de fantasía vive muy contento auto convenciéndose de que las evidencias no son más que ataques de sus enemigos, o adversarios, como les llama. Así, con esa coartada, descarta cualquier dato que pudiera incomodarlo o cuestionar la legitimidad de sus acciones. Todo es producto del malvado neoliberalismo, o de las campañas mediáticas de grupos corporativos. Cada día que pasa, casi con precisión de cirujano, el presidente va ahondando la distancia entre él y sus conciudadanos, cada día que agrede a un grupo social, sienta las bases de la discordia y el natural declive de su presidencia.
Contrario a lo que mucha gente piensa, yo creo que a López Obrador no le interesa conservar el poder, sino haberlo obtenido, es decir, inscribirse en la Historia. No le interesa gobernar, ni la suerte de sus gobernados, como tal, sino crear una gesta discursiva. Única y exclusivamente discursiva, un cuento, pues. No le interesan las personas, de carne y hueso, ni los pobres, y mucho menos las víctimas, estorbosas, de sus políticas. Vamos, no le interesa siquiera conservar a sus votantes. No, a él lo que le interesa es el cuento que se cuenta y le reiteran sus subalternos serviles, prestos para cuadrar los datos de la realidad a su narrativa demencial.
Debajo de toda esa narrativa fantasiosa, sin embargo, se esconde la racionalidad que mueve al presidente López Obrador y que le da ese cariz cruel y tiránico: el dinero. No el dinero como un botín personal, pero sí como un botín del cual él dispone para utilizarlo en contra del bien de la mayoría o del “pueblo” como le gusta llamarnos. Más un medio que un fin para satisfacer sus ideas, caprichos y ocurrencias. No para servir a la justicia social, sino para servir a concepciones personalísimas que no tienen nada que ver con la creación de un estado de bienestar. Basta con saber que no priorizó al sector salud, ni al educativo, ni a la ciencia y la cultura, sino que los ha depauperado y en cambio empoderó al ejército. No, al presidente no le interesan esos sectores más que como parte de su narrativa demagógica; basta con ver el presupuesto y “los ahorros” para constatar la realidad. Hospitales que trabajan sin insumos, falta de medicamentos, un instituto nuevo que nadie sabe dónde está o para qué sirve o siquiera, si funciona. Pero no importa, su gobierno hace alarde de lo que solo existe como idea y deseo del presidente. Mientras, la realidad ahoga a la gente que no tiene medicamentos, a la gente que no tiene hospitales para atenderse, a la gente de a pie que no solo no ha visto ningún beneficio en sus políticas, sino que se ha visto perjudicada por ellas.
Es tan grave la enfermedad que padece el gobierno, que ya perdió incluso la capacidad de distinguir entre las mentiras que solito se cuenta; ya viven en una fake news permanente, compartida por sus seguidores, contagiados por la misma enfermedad. No importa que los datos estén ahí, no importa que los reportajes estén ahí, la información es rechazada como si fuera falsa. No es gratuita la guerra contra los medios que desde la mañanera libra el presidente todas las mañanas, desde hace casi tres años. Ha logrado convencer a la gente de que el gobierno, es decir, él, siempre tiene “la razón y el derecho”, aunque no tenga ni la una, ni el otro.
No importa, por ejemplo, que en el país hayan muerto casi seiscientos niños y adolescentes por covid, él repite que a los niños no les pasa nada y pone como ejemplo a su hijo. No importa incluso que esos datos provengan de su mismo gobierno y tampoco importan, naturalmente, las vidas perdidas de esos niños sin privilegios que han muerto en Sinaloa, en Veracruz, en el Estado de México, en la Ciudad de México, en Tabasco, en Guanajuato… no, al presidente no le merecen el menor reconocimiento las tragedias de cientos de familias. Sencillamente, para él no existen, son parte de la campaña facciosa contra su gobierno. Tampoco importará la tragedia que se avecina con la reapertura de las escuelas y los consiguientes contagios, enfermedad y muerte de menores: si no le importan seiscientos niños muertos, créame, no le importará su hijo, querido lector, o su nieto o sus sobrinos. No, el presidente no corregirá el rumbo, no vacunará a adolescentes, ni a niños, los mandará a la escuela totalmente inermes. No evitará tragedias prevenibles, los mandará amparados en “la buena suerte”.
La irresponsabilidad y el cinismo criminal con los que el presidente descarta toda evidencia del fracaso de su gobierno, ha creado una realidad alterna, una forma de enajenamiento, con no pocos tintes fascistas. La grotesca respuesta ante la pandemia es un ejemplo de ello y un monumental desastre humanitario y por desgracia, lo seguirá siendo: el presidente ya decidió, en una más de sus costosas ficciones, que la pandemia ya terminó y por ello no inmunizará a niños y adolescentes, no pondrá dosis extras a maestros, y no hará absolutamente nada para intentar contener la tercera ola que nos azota: que se mueran los que tengan que morirse, los niños que no tuvieron suerte (que serán, ya lo sabemos, mayoritariamente pobres).
El motivo es uno y solamente uno: dejar de gastar en la salud de los mexicanos. Nada de comprar más vacunas para nadie, ni completar los esquemas en toda la población, y mucho menos aplicar dosis extras en un futuro cercano. Ni un peso más para las malvadas farmacéuticas, ni para nada que tenga que ver con la pandemia. Así que ya lo sabe, querido lector, sálvese quien pueda.
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