«METREAR», ¿UN DERECHO GAY A EXIGIR?

18/10/2012 - 12:00 am

En febrero, el STC Metro cerró los últimos vagones en algunas líneas, pasadas las 10 de la noche. Ahí, ocurrían encuentros gays. Activistas debaten si la razón fue homofóbica, la autoridad sostiene que fue por seguridad

Foto: Cuartoscuro.

10:08 / Se abren las puertas. Junto a un grupo de pasajeros, ingresa un hombre moreno, corpulento. Trajeado, con una mochila al hombro, mira hacia el fondo del andén. Se aproxima a los asientos traseros. En los últimos seis asientos sólo hay dos hombres, uno sentado frente al otro. El pasajero que acaba de ingresar se sienta junto al más joven. Este se reclina. Todos a bordo, el tren en marcha, mientras el tiempo parece detenerse. Es martes, pero la línea 7 o línea naranja del Metro, va rumbo a la terminal Rosario. En el último vagón… Todo es posible.

Bastaron once minutos para que el hombre trajeado y el joven pasajero intercambiaran miradas. Sentado el primero a un costado del otro, las manos ven lo que los ojos; quietos, se niegan a hacerlo. Apenas llegan a una estación, los cuerpos vuelven a estar quietos. Disimulan. Parece como si los demás pasajeros entendieran lo que sucede, porque nadie ocupa aquellos lugares del último vagón.

 “Yo venía de Manzanillo, Colima. Mis primeros amigos de ambiente gay me invitaban a salir. Un día, cuando entramos al Metro, uno de ellos me dijo que nos fuéramos a la Cajita Feliz. No entendí. Creí que así le llamaban y ya”, cuenta Eduardo, quien a partir de entonces, y luego de ingresar al último vagón se enteró que ahí podía darse el ligue, un faje o algo más, según la hora, las circunstancias y la ocasión.

Eduardo tiene 33 años, trabaja en una agencia de viajes. Tiene que llegar al trabajo a las 9.30 de la mañana. Sale de la estación Tasqueña, en la línea azul y llega hasta la estación Potrero de la línea 3. “Antes era más frecuente, ahora no lo hago tanto. Pero cuando empecé a trabajar en la agencia, hace como seis años más o menos, sí metreaba”, lo dice con naturalidad, aunque reconoce que antes le daba pudor decirlo. “Mis amigos se burlan de las metreras. Así nos dicen”, y se ríe.

“Metrear” es un verbo común y frecuente dentro del colectivo gay, principalmente en el Distrito Federal. Suele denominarse Cajita Feliz o Putivagón al último vagón del tren, cualquiera que sea. Allí, sobre todo en horas pico, atiborrado de gente, varios hombres pueden ligar, incluso tener algún encuentro sexual o, simplemente, es un punto de reunión, aunque como afirma Eduardo: “Ahora he visto que también entran parejas heterosexuales”.

A partir de febrero, autoridades del Sistema de Transporte Colectivo (SCT Metro), prohibió el acceso a los últimos tres vagones en las líneas 1, 2, 3, 9 y B, después de las 10 de la noche. Y aunque activistas de la diversidad sexual aducen que esta acción por parte de las autoridades del Metro son homófobas, un comunicado de dicho transporte aclara que esta medida se aplicó por cuestiones de seguridad y poca afluencia.

“Desde que tengo uso de razón, a los gay nos miran feo en el Metro. Se suben policías y nos barren como si fuéramos delincuentes. ¿Por qué no lo hacen con los hetero? Si ellos metrean, nosotros también tenemos derecho”, se defiende Eduardo, quien platica a su vez cómo un amigo fue acusado por una pasajera cuando se besaba con otro chico que conoció en la “Cajita Feliz”.

Sin embargo, Alonso Hernández, historiador y activista gay explica: “El metreo no es un derecho, sino una acción cotidiana. No se pide permiso, se ejerce. No se puede exigir un derecho que trasciende a los controles sociales”. Similar, es la opinión de otro activista y doctor en ciencia política, Héctor Salinas Hernández: “Yo soy una voz discordante de aquellos compañeros gay que consideran la metreada como un derecho. No. El derecho del colectivo Lésbico, Gay, Bisexual, Trans e Intersexual (LGBTTTI) es a transportarse libremente en el Metro como cualquier persona. Es absurdo hablar del derecho a metrear o a tener sexo público. Nosotros –colectivo LGBTTTI– necesitamos igualdad de derechos, no derechos especiales”.

 ¿SEXO PÚBLICO PARA TODOS?

Foto: Cuartoscuro.

13:30 / Uriel, de 37 años, visita todos los jueves a su mamá, quien vive al oriente de la capital. Toma la línea rosa, una de las líneas donde se aplicó el cierre de los últimos vagones, misma que cuenta con la estación Insurgentes, a unos pasos de Zona Rosa –lugar estereotípico del colectivo LGBTTTI–. “Siempre que voy a ver a mi madre, tomo la línea 1. Me fui al último vagón y me senté, todavía no había mucha gente”, aunque Uriel precisa que en la estación Balderas comenzó a llenarse el lugar.

La afluencia de pasajeros hizo que algunas personas estuvieran casi encima de Uriel. Cuando el tren arribó a la estación Pino Suárez Uriel se percató que un joven “maduro, como de 35 años,  más o menos, se me repegó. Yo pues flojito y cooperando, me dejé seducir. Me miraba. Su pierna se pegó a la mía. Él estaba de pie, tomado del tubo. Por más que cerré los ojos, no pude. Al abrirlos, ahí estaba”.

Dice Uriel que aquel hombre sacó un teléfono celular y comenzó a revisarlo. “Vi cómo también se tocaba el miembro. Me parecía excitante. Él seguía con el celular. Yo, creo, le sonreí. Cuando me tocó bajar en la estación Gómez Farías”, Uriel descendió haciéndose paso entre el gentío. El chico también salió. Uriel aletargó el paso, esperando a que lo increpara.

“Lo hizo. Nos metimos en el pasillo y ahí me dijo que me había grabado con su celular. Que me iba a demandar por acoso sexual. No lo podía creer. Tuve miedo, pena, culpa. Me sentí sucio. El tipo me seguía. Me dijo que fuéramos con la gente de seguridad. Sudé frío. Yo trataba de convencerlo de que no lo había acosado, a pesar de que él también me sedujo”, cuenta Uriel con un nudo en la garganta.

Tras varias amenazas e insultos, Uriel y el hombre salieron de la estación. La avenida, dice Uriel, estaba atestada de autos. Pensaba echarse a correr, tomar un taxi. Pero el hombre era una sombra. Al final, para que Uriel no fuera demandado, se le ocurrió decirle a su verdugo cuánto dinero quería para que lo dejara tranquilo. Aquél se indignó, aunque luego de unos minutos, fueron a un cajero automático y soltó cinco mil pesos en efectivo.

“Me sentí estafado. Como si hubiera cometido un delito. Pensé en ir con policías del Metro, pero me iba a ir peor. Para ellos somos unas lacras. Y si el otro decía que yo iba metreando, pues me iría mal. Ahora comprendo que también puedo defenderme y tener cuidado”. Uriel termina su testimonio con un suspiro todavía contenido.

Alonso Hernández considera que las justificaciones que autoridades del Metro dieron para cerrar los últimos vagones de las líneas 1, 2, 3, 9 y B carecen de argumentos sólidos. “Se infiere la homofobia porque al preguntarle a los trabajadores del SCT Metro ellos te refieren a los putos, maricones y homosexuales. No escuché jamás decir que “violaban, asaltaban o agredían delincuentes”. La homofobia de los altos funcionarios del Metro es por todos conocidas, así como sus negativas a aceptar las recomendaciones que ha hecho la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) sobre el tema de los colectivos LGBTTTI y el Metro”.

El activista resalta que el Distrito Federal es etiquetado como una ciudad gay friendly. “Pero sólo en cuestión de legislación, porque en políticas públicas todavía está muy lejos de serlo. Quienes dicen que el Metro es sólo un medio de transporte se olvidan que dentro de las estaciones hay librerías, misceláneas, baños, comida rápida, exposiciones conciertos, faquires, vendedores y, ¿por qué no?, también ligue homosexual y desde luego heterosexual”.

Según el diario Excélsior, posterior a la medida aplicada por el SCT Metro, el jefe de la estación Garibaldi, de la línea B expuso una justificación para el cierre de vagones. El funcionario dijo: “Se hace porque en las últimas horas de servicio se están dando situaciones entre parejas de hombre-hombre, hombre-mujer o mujer-mujer. Muchos usuarios se quejan y nosotros tenemos que hacer algo”.

El 4 de febrero de este año, autoridades del Metro emitieron  el comunicado que sostiene lo siguiente: “… La afluencia de usuarios a partir de las 22:00 horas, salvo excepciones, disminuye considerablemente, por lo que, para seguridad del pasaje, ha decidido dejar fuera de servicio los últimos vagones […] el estudio efectuado al respecto, no implica problema específico; sino, únicamente, la decisión de evitar que, la escasa presencia de pasajeros, pudiera producirlo”.

Luego de varias críticas a estas acciones emprendidas por la SCT, después de tres quejas ciudadanas interpuestas, la CDHDF emitió una recomendación a las autoridades del Metro a partir de una recopilación de pruebas hemerográficas y otras proporcionadas por dicho transporte. La recomendación señala que el Metro violó el principio de legalidad y el derecho a la seguridad jurídica de los pasajeros, además del derecho de la honra y la dignidad del colectivo LGBTTTI.

Héctor Salinas, también coordinador del Programa de Estudios en Disidencia Sexual de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), enfatiza en que la recomendación “nunca dice que es espaldarazo para que el colectivo LGBTTTI ni tampoco cualquier persona tenga sexo público. Indica que las autoridades del Metro emprenden medidas de discriminación a los usuarios, independientemente de su orientación sexual”.

Salinas Hernández, no sólo es doctor en Ciencia Política, sino un activista de la diversidad, quien demandó al Estado seguridad social para su esposo. “Desde ahí lo digo, como gay y académico, que el ejercicio de mi derecho tiene un límite en el principio de los derechos de los demás. ¿En qué ley está el derecho al sexo público? Si el colectivo LGBTTTI no acepta el avasallamiento y control de heterosexuales, tampoco nosotros pretendamos imponer nuestras culturas”.

 UN VAGÓN LLAMADO DESEO

Foto: Cuartoscuro.

18:00 – 19:00 / La primera vez que Álvaro decidió metrear, lo hizo solo, sin la presión de sus amigos. Fue en la línea 3, que va de Ciudad Universitaria a Indios Verdes. “Soy psicólogo y en la universidad solían hablar los maestros de que los homosexuales somos promiscuos por naturaleza. No lo creo. A lo mejor por educación y no por ser gay, pero eso ya lo aprendí en unos grupos de sexualidad. Por eso no me animaba a metrear. Pensaba que hacerlo era denigrarme y hacía quedar mal a otros gay”, aunque Álvaro acepta que metrear conlleva riesgos.

“La primera vez fui sólo como espectador. Tampoco voy al Metro a ligar o a tener relaciones sexuales. A veces, con sólo intercambiar miradas, es bonito. También me iba al último vagón para sentirme protegido. Cuando lo hice, tenía pena. Como si todos me miraran. Tardé varios días en volverme a meter ahí”, y si lo hace, dice Álvaro, no sólo es para contactar con otros chicos, a veces por costumbre o por sentirse parte de un grupo.

Álvaro tiene un amigo, del que omite su nombre, pero de quien aprendió a cuidarse. “A él le robaron dos veces el celular. En una ocasión no metreaba, ni siquiera iba en el último vagón cuando lo asaltaron y nadie dijo nada. Él me enseñó a encender el bluetooth. Buscas a otros usuarios y nos mandamos mensajes. Yo, por ejemplo, salgo del tren y nos vemos en el andén para platicar”, y también, confiesa un poco ruborizado, a tener relaciones sexuales. “Pero en un hotel. En vía pública, jamás. Es un riesgo”, dice.

Para Héctor Salinas el cuerpo y la sexualidad es política. “Fue una gran aportación de las feministas al poner este tema sobre la mesa”; sin embargo, el politólogo de la UACM matiza:

Recuerda que durante mucho tiempo grupos conservadores consideraban que las relaciones homosexuales deberían ocurrir en privado, tras los balcones o bajo la luz “culpígena” de un antro. Pero Salinas Hernández contextualiza: “Hemos ganado derechos importantes como el matrimonio, la adopción, por ejemplo. El que una pareja gay pueda demostrarse afecto públicamente es un derecho y nadie puede impedirlo. Pero tener relaciones sexuales es otra cosa. Corresponde al ámbito de lo íntimo. No es ser moderno ni revolucionario tener sexo en el transporte público… Son acciones cotidianas. No confundamos”.

Aunque Alonso Hernández hace memoria. “En la subcultura pre-gay de las décadas de los 70 y 80 el Metro, y alguno de sus vagones, fue dejado como zona libre para gente homosexual y así como se tomaron espacios simbólicamente como la “Cajita feliz”, también se diseñaron tours de ligue que abarcaron partes de las líneas 1, 2, 3 y 7”. Por lo que considera el historiador y activista que el único derecho que se viola por parte del Estado es el de la libertad de tránsito. “Recordemos que las personas no violan derechos, acaso cometen faltas administrativas sea hombre, mujer, quimera o palmera”.

No obstante, reconoce que la recomendación de la CDHDF no es una carta blanca para tener relaciones sexuales en la vía pública. “A quienes nos guste el sexo en lugares públicos, debemos medir los riesgos que conlleva esta práctica y si nos gusta el sexo clandestino en sitios públicos, lo menos que debemos hacer es publicarlo a diestra y siniestra. Insisto, es una falta administrativa”.

 NADA HA VUELTO A SER IGUAL

Foto: Cuartoscuro.

11:28 / Estación Insurgentes. Tres policías impiden el paso a los vagones. Dos jóvenes amigos se miran entre sí. Uno se ríe de un oficial, el otro lo lleva de la mano hacia la parte delantera del andén.

El tren tarda en pasar. Dice uno: “Ay, malditos. Nos quitaron el Putivagón”. El que se burló del policía responde: “Hasta crees. No somos machas, pero somos muchas”. Truena los dedos y gira la cabeza. Los dos se carcajean. El tren llega y los dos ingresan, miran a su alrededor y cuchichean algo. ¿Otra Cajita feliz?

 

 

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