Jorge Alberto Gudiño Hernández
17/07/2021 - 12:05 am
Ordenar la biblioteca
Por un lado, nos queda claro que son libros, electrónicos pero libros. Forman parte de la biblioteca. Por la otra, viven en un mundo aparte, no los podemos juntar con los otros, no hay necesidad de empujar para abrirles un espacio, no los podemos ver en los libreros.
Soy desordenado, lo confieso. Así que, antes de casarme, mis libros habitaban en la más absoluta de las promiscuidades. No tenían más orden que el que dejaban mis lecturas, los libreros y el escritorio. A veces estaban amontonados y no solía haber relación alguna entre un ejemplar y el que estuviera a su lado. No perdía mucho tiempo cuando buscaba alguno y, cuando eso sucedía, el problema era menor, toda vez que encontraba algún otro.
Mi esposa es ordenada, sobra decirlo. Así que, al casarnos, reunimos nuestras bibliotecas y las integramos en una sola, ordenada. Especulamos un poco y consideramos opciones. Al final, nos decantamos por la más práctica: los libros están ordenados por orden alfabético a partir del apellido de su autor. Es simple, es eficiente y permite encontrar con facilidad lo que uno busca.
Como nos hemos dedicado a la literatura desde diversas trincheras, la biblioteca ha crecido tres o cuatro veces desde que estamos juntos. Pero fue en el primer acomodo que a ella se le ocurrió capturar los ejemplares en Excel. No me opuse porque me gustan las listas. Así que, cuando un nuevo libro llega, pasa al escritorio donde se le suma al listado, después se le acomoda en el lugar correspondiente. Ojalá fuera tan sencillo encontrar un hueco en la estantería como agregar una fila en Excel: a veces hay que recorrer un centenar de libros.
Nuestra más reciente mudanza fue hace más de tres años. Lo último que se acomoda son los libros. Como nuestros descuidos son frecuentes, aprovechamos para repasar el listado mientras los reacomodamos. Es una labor larga y cansada pero no ingrata. Es reconfortante tener los libros en las manos.
Si bien nos gusta el objeto, no somos bibliófilos ni mucho menos. Así que leemos libros electrónicos sin ningún problema. Los niños (que también tienen sus libreros aunque no ordenados) también encuentran las ventajas de leer en estos dispositivos. Todo iba bien, pues, hasta que se me ocurrió preguntarle: “¿No deberíamos capturar los libros de los Kindles en la tabla de Excel?”.
Aún no conseguimos darle respuesta a la pregunta. Por un lado, nos queda claro que son libros, electrónicos pero libros. Forman parte de la biblioteca. Por la otra, viven en un mundo aparte, no los podemos juntar con los otros, no hay necesidad de empujar para abrirles un espacio, no los podemos ver en los libreros.
La semana pasada platicamos con unos amigos que se mudarán del país. Comentamos lo cansado que suele ser acomodar los libros. Ellos no son muy lectores pero sí melómanos. En alguna época de su vida acumularon varios millares de CDs. No los llevarán consigo, pues ahora pueden acceder a la música que quieren por otros medios. La pregunta fue evidente: ¿para qué quieren sus libros? La mayoría de los que tenemos en la biblioteca ya los hemos leído; de muchos otros sabemos que no los reeleremos jamás; para los nuevos bien podríamos conformarnos con el Kindle. Si ya confesamos no ser bibliófilos, ¿para qué queremos nuestros libros en formato físico. Traen bastantes complicaciones consigo: sacudirlos, acomodarlos, encontrarles un espacio…
Ninguna de mis respuestas fue contundente frente al pragmatismo de mis interlocutores. Sin embargo, me queda claro que nuestros libros forman parte de nuestra historia, son objetos queridos (mucho más que los muebles, por ejemplo) y suelen ser una posibilidad abierta cuando uno va en pos de una lectura. No lo sé, por mucho que a un Kindle pudieran caberle más libros que a mi casa, me deprimiría mucho frente a la pared vacía o al librero que sólo contuviera un par de dispositivos de lectura.
Sigo buscando la respuesta contundente. También la otra, para saber si comienzo a transcribir títulos y autores en el listado de Excel.
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