Alejandro Páez Varela
12/07/2021 - 12:08 am
Dieciocho veces
Por el bien de todos, sí, primero los pobres; pero para que los pobres sientan que van primero, que caigan los que los han dejado pobres.
“Si me preguntan, ‘¿cuál es el plan? Y dígalo pronto, rápido, usted que ni siquiera habla de corrido. A ver, ¿cuál es el plan? Dígalo en el tiempo que tarda parado en un solo pie’. [Les respondo:] Acabar con la corrupción. Ese es el plan. Eso es todo”.
Los mexicanos hemos escuchado esa frase varias veces, o muchas, en distintas versiones, del mismo personaje: el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Lo dijo en campaña y lo dijo el 1 de julio de 2018, cuando ganó las elecciones. Hace tres años de eso.
“El distintivo del neoliberalismo es la corrupción. Suena fuerte, pero privatización ha sido en México sinónimo de corrupción. Desgraciadamente casi siempre ha existido este mal en nuestro país, pero lo sucedido durante el periodo neoliberal no tiene precedente en estos tiempos que el sistema en su conjunto ha operado para la corrupción. El poder político y el poder económico se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implantado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación”, dijo entonces.
Agregó: “No se trata, como antes, de actos delictivos individuales, o de una red de complicidades para hacer negocios al amparo del gobierno. En el periodo neoliberal la corrupción se convirtió en la principal función del poder político, por eso si me piden que exprese en una frase el plan del nuevo gobierno, respondo: acabar con la corrupción y con la impunidad”.
De hecho, únicamente en ese discurso, la palabra “corrupción” aparece un total de 18 veces. “Neoliberal” y “neoliberalismo” salen 16 veces. “Transformación” o su plural, “transformaciones”, se encuentran 5 veces. “Impunidad”, tres.
Reveladora selección de palabras, con un remate importante: “Con apego a mis convicciones y en uso de mis facultades, me comprometo a no robar y a no permitir que nadie se aproveche de su cargo o posición para sustraer bienes del erario o hacer negocios al amparo del poder público. Esto aplica para amigos, aplica para compañeros de lucha y familiares. Dejo en claro que si mis seres queridos, mi esposa o mis hijos, cometen un delito, deberán ser juzgados como cualquier otro ciudadano. Solo respondo por mi hijo Jesús, por ser menor de edad”.
***
Recupero estos textuales ahora porque una serie de eventos de los últimos días nos revelan en qué momento nos encontramos, a tres años de la elección que le dio el triunfo a López Obrador y con 31 meses y 11 días en la Presidencia. Mi percepción es que apenas se le ha dado un rasguño a la corrupción y que, por consecuencia, la impunidad se mantiene. Si el gran plan de esta administración, dicho en el tiempo que el Presidente tarda parado en un solo pie, es ir por los corruptos, pues se ha quedado rabón.
No puedo decir que el Presidente que se ha quedado corto, o que es sólo él, porque su oficina más cercana es la más eficiente: la Unidad de Inteligencia Financiera. Pero el resto de los brazos del Estado parecen dormidos y entumidos, o abrazados de algo más. Al peñismo apenas lo han rasguñado y ni volteemos hacia más atrás porque hay nada. El Poder Judicial de la Federación es una dolencia pero la Fiscalía General de la República (FGR) no ha dado resultados, tampoco la Secretaría de la Función Pública (SFP) o la Auditoría Superior de la Federación (ASF). La élite del peñismo, salvo Rosario Robles, apenas ha sido tocada. Me parece, como digo, que para tratarse del gran objetivo sexenal, esta administración apenas ha hecho la diferencia.
Sólo Rosario Robles está detenida y no por un delito grave. Luis Videgaray está, desde su cubículo de catedrático, defendiéndose en tribunales por una sentencia que lo inhabilita por 10 años y sólo lo hace por “defensa del honor”, porque tampoco creo que le quite el sueño. Ildefonso Guajardo está en su casa, escribiendo comunicados de prensa y revirándole a la Fiscalía. En el caso Lozoya, ni Emilio Lozoya está detenido. Nunca tocaron a Carlos Romero Deschamps; no se sabe siquiera si José Antonio Meade está mencionado en alguna carpeta. Pedro Joaquín Coldwell, Enrique Ochoa, Aurelio Nuño o Luis Enrique Miranda, bien gracias. Jesús Murillo Karam y Humberto Castillejos bien, creo; a gusto. De Enrique Peña Nieto sólo sabemos que sigue de vacaciones, quién sabe con qué dinero. Y ya sabemos qué pasó con Salvador Cienfuegos.
A esto debemos agregar los videos de los hermanos del Presidente. No diré más allá de lo que sabe la mayoría: que fueron grabados recibiendo efectivo de manos de David León, un operador del Senador Manuel Velasco, en 2015. ¿Eran moches, eran préstamos, eran aportaciones “para el movimiento”? ¿Fueron actos de corrupción? No sabemos. Como le hizo la Fiscalía con Samuel García, Gobernador electo de Nuevo León, apenas fuimos enterados del curso de la carpeta de Pío y no sabemos si se abrió una a Martín. La Fiscalía ya nos acostumbró a su estrategia: dejar pasar el tiempo; que se olviden las cosas. La familia entera de García fue señalada por presuntas actividades ilícitas y ahora sabemos que lo reciben en Palacio Nacional como si nada, o como sucedió con Peña: la PGR acusó a Ricardo Anaya en periodo electoral, y luego nada.
Tenemos que hablar seriamente de esto. Como mexicanos, estamos obligados a cuestionar que no pase nada, que se dejen pasar los días, las semanas, los meses, los años y no pase absolutamente nada. Esto no es como con la violencia que, sí, se heredó un país corrompido y malherido, en plena guerra. Con la corrupción es otra cosa. Cada día que pasa se pierde una oportunidad. Cada día que pasa se pierde evidencia, prescriben delitos, se escapan los involucrados y se hace más difícil recuperar lo robado. Para mostrar resultados con la corrupción se necesitan pantalones, no esperar tiempo para que una cierta política pública ofrezca resultados, como sucede con la seguridad. Aquí se necesitan pantalones y voluntad. Lamento decir que no veo voluntad y no encuentro los pantalones.
Yo creo que el Presidente sí tiene voluntad, pero también creo que esa voluntad, sin acciones, le sirve muy poco a México. Y espero estar muy equivocado. Espero que muy pronto me callen la boca. Espero que mañana amanezcamos con la noticia de que cualquiera de esos pesos pesados ha sido detenido y que se venga una cascada carpetas judicializadas que se estuvieron trabajando durante estos casi tres años. Espero de verdad que eso suceda.
Si la palabra “corrupción” apareció 18 veces en el discurso de AMLO es por algo; pero ahora hay que pasar del discurso a los hechos. Ya no es un tema de tiempo: casi tres años han pasado. El tiempo apremia y urgen los resultados. O tomar decisiones, por más difíciles que parezcan. Razonar si no es momento de promover la renuncia del Fiscal autónomo y sacudir a todas las áreas del Gobierno relacionadas con corrupción. Y si los hermanos no justifican los videos, pues a proceder contra ellos. Y si Ana Gabriela Guevara no explica qué pasó en Conade, a por ella. En casa y afuera. Manuel Velasco debe explicaciones; incluso Marcelo Ebrard con su Línea 12.
El tiempo apremia. El siguiente tramo del sexenio se irá volando. Rápido, rápido, que tenemos prisa. Por el bien de todos, sí, primero los pobres; pero para que los pobres sientan que van primero, que caigan los que los han dejado pobres. No importa de qué nivel o si son compadres o enemigos. Que aplique, a la voz de ya, aquello de “me comprometo a no robar y a no permitir que nadie se aproveche de su cargo o posición para sustraer bienes del erario o hacer negocios al amparo del poder público”.
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