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Jorge Zepeda Patterson

11/07/2021 - 12:05 am

Andrés Manuel y sus hermanos

No deja de sorprender la laxitud del líder en temas de corrupción dentro del obradorismo.

Los que creen en AMLO asumen que está por encima del escándalo sin importar cuán cerca de él estalle. Foto: Rogelio Morales, Cuartoscuro.

Un nuevo video de entregas de dinero a un hermano del Presidente da pie, una vez más, para abordar el extraño fenómeno que representa López Obrador y el llamado “efecto teflón”. Lo que en cualquier otro dirigente podría constituir un tiro de gracia político, a AMLO parece no afectarle o lo hace de manera casi imperceptible. Y no creo que se deba a que la gente peque de ingenua y se trague la versión difundida por David León, el hombre que entrega los dineros y al parecer graba los videos. Este afirma que se trata de ahorros que entrega en préstamo personal.

Tampoco me parece que la invulnerabilidad de AMLO obedezca a ese cinismo ciudadano que llevó en Italia y en Estados Unidos a votar por Berlusconi y Trump, respectivamente, a sabiendas de que se trataba de empresarios abusivos, acostumbrados a burlar el fisco, entre otras ilegalidades. En última instancia poco importaba que fueran rufianes, lo decisivo es que eran hombres de éxito lo cual, presumiblemente, los convertiría en mandatarios eficaces para sacar al país de sus problemas.

No, el blindaje grado siete de López Obrador parecería responder a otra cosa. Los que creen en AMLO asumen que está por encima del escándalo sin importar cuán cerca de él estalle. Quizá eso es lo que le ha permitido rodearse de personajes de dudosa reputación, hacer alianzas con fuerzas que contradicen sus banderas (Partido Verde, PES, Ricardo Salinas Pliego) o favorecer en ocasiones a candidatos francamente impresentables. Nada de eso parece impactar en la reputación del líder. Y no es que sus seguidores ignoren el lado siniestro de todos estos aliados y obradoristas de último momento; les basta saber que el tabasqueño es incorruptible y asumir que las decisiones que toma obedecen al enorme desafío que representa el poder perverso de sus enemigos. Y a alimentar esas dos percepciones, su incorruptibilidad y la villanía del sistema, López Obrador ha dedicado su vida.

La clave para proyectar con éxito esta imagen es que él está convencido de que ambos son reales. Y esencialmente así es. Su aversión al consumo suntuario no es una pose y su desinterés en temas económicos personales es proverbial a lo largo de su biografía. Su pasión política, llegar al poder para redimir la condición de los pobres, lo ha consumido todo. Es genuina su convicción de que las debilidades de los que lo rodean no afectan su propia integridad y por lo tanto se trata de aspectos secundarios por más que sus adversarios quieran convertirlos en dardos envenenados. Lo impresionante es que millones de personas están igualmente convencidas de lo que dice.

Con todo, no deja de sorprender la laxitud del líder en temas de corrupción dentro del obradorismo. No parece particularmente ni estricto ni preocupado. Lo que no perdona, en cambio, es la traición política personal a sus decisiones y proyectos. López Obrador no se ha ocupado especialmente por incorporar a su alrededor a personas con integridad similar a la suya, aunque las hay; más bien ha integrado a su equipo a cuadros que esencialmente son leales a su liderazgo, que no es lo mismo. Y allí es donde entra la segunda de sus obsesiones.

La lucha en favor de los pobres enfrenta adversarios tan poderosos que todos los que lo acompañen de alguna manera quedan excusados de otros defectos; el charrismo sindical de Napito, las corruptelas del Verde, el pasado calderonista de Germán Martínez, o la fortuna desmesurada de Slim, por ejemplo. No es que queden eximidos de sus “pecados”, simplemente se trata de que en su ánimo pesa mucho más el mérito que representa que estos personajes hayan decidido apoyar su causa en determinadas circunstancias, en lugar de aliarse con sus adversarios.

La obsesión de López Obrador sobre la inquina del sistema no es gratuita. También en eso abundan los datos biográficos que alimentan tal percepción. Desde la muerte de un hermano que la policía intentó acreditar a un Andrés Manuel adolescente para extorsionar a la familia, hace más de cincuenta años, hasta el fraude en su contra en 2006, pasando por una carrera como político de oposición que lo hizo víctima de una interminable constelación de infamias y corruptelas. Todo incidente que lo afecte termina siendo interpretado como un acto más de las fuerzas perversas que intentan detenerlo en su objetivo de mejorar la condición de los pobres, más allá de que el pretexto utilizado sea real o no.

Es por esta razón que la exhibición de una prueba tan devastadora sobre el dudoso comportamiento de sus hermanos lejos de hacerlo sentirse apenado o compungido, lo irrita genuinamente porque lo considera algo secundario que intentan magnificar para utilizarlo en su contra. Y su propia convicción es capaz de convencer a muchos.

Buena parte de los sectores medios y acomodados del país observarán este tipo de videos como una contradicción flagrante que desenmascara, de una vez por todas, la hipocresía o la deshonestidad del Presidente. Pero las grandes mayorías no comparten esta percepción. Para ellos es un milagro que la persona que ocupa Palacio quiera gobernar en su favor y desafíe a aquellos a quienes responsabilizan de sus males.  López Obrador es alguien que ha vivido como ellos, sigue fiel a estas convicciones y habla en su nombre. Mientras esta percepción siga vigente, nada de lo que suceda a su alrededor parecería ser capaz de mancharlo.

@jorgezepedap 

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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