En América Latina, la crisis por la COVID obligó a más de 154 millones de estudiantes y maestros a adaptarse a las clases en línea. Sin embargo, los alumnos de menos recursos y muchos docentes cuentan con problemas de conectividad y no tienen un espacio adecuado para tomar o impartir las lecciones, alertando sobre un rezago educativo ya de por sí presente en la región.
Por Eva Vergara
SANTIAGO, 7 de julio (AP) — La pandemia amplificó las desigualdades en el aprendizaje de los estudiantes más vulnerables de América Latina y el Caribe. No todos lograron acceder a las clases en línea y, según expertos, en algunos casos la situación provocó afectaciones en la salud mental.
Mientras algunos analistas y autoridades coinciden en la urgencia del retorno de las clases presenciales, entre los padres pareciera primar el temor al contagio.
“No podemos decir que no sabíamos de las inequidades que hay en la región, que son bien dramáticas. La pandemia sólo sirvió para ampliarlas cada vez más”, dijo a The Associated Press Mary Guinn Delaney, asesora de la Oficina Regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
La pandemia obligó a más de 154 millones de estudiantes y profesores de las Américas a adaptarse a las clases remotas. Sin embargo, los alumnos más desposeídos y muchos docentes experimentan problemas de conectividad y no cuentan con un lugar adecuado para tomar e impartir clases.
Francisca Morales, Oficial de Comunicaciones del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), declaró a AP que “no todos acceden a conectividad y están accediendo los niños que tiene mayores recursos y, por lo tanto, la brecha de aprendizaje va a ser aún mayor que la que ya teníamos”.
En Argentina, menos de la mitad de las familias cuenta con buena señal a internet, 30 por ciento no tiene acceso fijo, 27 por ciento sólo se conecta por celular y un 3 por ciento no tiene, según una encuesta de hogares a mediados del año pasado desarrollada en alianza con un programa de UNICEF.
En Cuba, donde todo el sistema educativo es estatal, las escuelas han funcionado de manera intermitente. Durante el cierre se habilitaron clases para niños y jóvenes a través de la televisión pública y los universitarios accedieron por Internet. Aunque ya hay un calendario para ajustar el ciclo escolar y se pretende consolidar los contenidos de las teleclases, aún no se sabe cómo se evaluará el paso de un nivel a otro y, según la directora del Instituto Central de Ciencias pedagógicas, Silvia María Navarro, un estudio del impacto de la pandemia en los niños arrojó que algunos experimentaron sensaciones de ansiedad, miedo, tristeza, e inquietud.
En la región, millones de familias sufrieron el impacto directo de la pandemia: algunos por la pérdida de un familiar a causa del virus y otros porque se quedaron sin trabajo o disminuyeron sus ingresos. Sin embargo, muchos se endeudaron para que sus hijos pudieran seguir las clases en línea.
Según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México difundido en marzo, 28.6 por ciento de las viviendas consultadas compró un celular inteligente, un 26.4 por ciento contrató Internet fijo y otro 20.9 por ciento acomodó un espacio en el hogar para el estudio. La situación se asemeja a la de otros países con ingresos medios en la región, empeora en los más pobres y es más grave en los hogares rurales.
En Chile, un diagnóstico sobre el aprendizaje de los estudiantes en 2020 arrojó resultados desastrosos. La prueba de lectura aplicada en marzo y abril a 1.8 millones de alumnos del ciclo básico y secundario mostró que ningún estudiante logró el 60 por ciento de los conocimientos necesarios para aprobar el ramo. La situación fue peor en Matemáticas, donde el máximo alcanzado fue 47 por ciento.
Los estudiantes de escuelas pagadas chilenas obtuvieron mejores resultados que los colegios públicos, a los que asiste la mayoría de los niños más pobres, mientras el 90 por ciento de los jóvenes de los cursos superiores dijo que las clases en línea afectaron negativamente su aprendizaje. Los dramáticos resultados del país pueden extrapolarse a otros de la región, dijo la asesora de UNESCO.
“Estamos ante un terremoto educacional y las réplicas se pueden sentir por años”, dijo el Ministro de Educación chileno, Raúl Figueroa.
En Bolivia no hay cifras oficiales sobre deserción escolar, pero un estimado de la Federación de Maestros Urbanos y la de Rurales estiman que podría alcanzar 30 por ciento o 40 por ciento. Las causas serían falta de acceso a conexión, equipos tecnológicos y el hecho de que las familias vivan en lugares remotos. El Gobierno habilitó tres modalidades de clases —presenciales, semipresenciales y virtuales— pero en las áreas rurales la última opción no pudo llevarse a cabo por falta de recursos y los maestros reclamaron que en el país existe una alta brecha digital.
Las clases en línea, el encierro y la falta de interacción con personas más allá de sus familias también impactaron en la salud mental de los preadolescentes y adolescentes latinoamericanos. Francisca Morales, de UNICEF, dijo que se ha detectado una “precarización de la salud mental” de los alumnos. “Están tremendamente afectados por no poder interactuar con sus pares, no poder salir, jugar, estar al aire libre, mantener rutinas que incluyan a otras personas”, precisó.
El deterioro se traduce en falta de motivación, síntomas depresivos, mayor irritabilidad, alteración del sueño y del apetito, señalan encuestas hechas a los padres “llegando a niveles más extremos, que están registrando los servicios de salud, de mayores intentos de suicidio, ocupaciones de camas psiquiátricas por niños y niñas", declaró Morales.
Los estudiantes echan de menos las clases y a sus compañeros. “Presencialmente te explicaban todo y acá depende de los recursos de uno... Si a uno se le corta el Internet a mitad de la clase te pierdes todo”, dijo a la AP Mateo, estudiante chileno del sexto grado. “Lo que más extraño son a mis profesores y amigos... Recuerdo que la última vez que fui a clases fue un lunes de alguna semana de 2020”, agregó Alondra, de ocho años.
América Latina y el Caribe es la región con el cierre de escuelas más prolongado del mundo, con un promedio superior a los seis meses, señala una encuesta de junio último de la UNESCO respondida por 18 países de la región. En marzo de 2021, la mayoría de las naciones de la zona se encontraban bajo un cierre total o parcial debido a los efectos de la segunda ola de la pandemia.
En general, en la región los padres no han presionado para que sus hijos vuelvan a las escuelas, con la excepción de Argentina, donde hubo protestas en abril contra la decisión del Gobierno de suspender las clases debido al avance de los contagios, mientras los profesores paralizaron el mismo mes para exigir el fin de las clases presenciales y ser incluidos en la vacunación.
En Chile los maestros de las escuelas públicas se niegan a volver a las escuelas en un país que completó la inmunización de más del 69 por ciento de los ciudadanos y más del 83 por ciento tiene la primera dosis.
Carlos Díaz, presidente del gremio de profesores chileno, afirmó en junio que “no existe ninguna posibilidad de volver a clases presenciales” hasta que domine en el país la Fase 4, es decir, cuando se permiten los trabajos presenciales, actividades deportivas y pueden atender restaurantes y cafés con aforos reducidos. Hasta mediados de junio, de las 346 comunas chilenas sólo 19 estaban en Fase 4. Díaz se arroga la representación de los padres y apoderados.
La mayoría de las escuelas pagadas abren las aulas cada vez que se levantan las cuarentenas, mientras en junio pequeños grupos de padres y apoderados empezaron a manifestarse públicamente y otros se reunieron con el Ministro de Educación para demandar el regreso de las clases virtuales, pero la mayoría no se ha pronunciado.
“La gente no tiene reparos en salir a la calle con sus niños, pero perciben que en el colegio podría haber más riesgo, aunque en el colegio están tomando todas las medidas que se adoptan para ingresar a un supermercado y mucho más”, señaló a la AP Delaney, de UNESCO.
Tanto la UNESCO como UNICEF coinciden en que los gobiernos latinoamericanos deben dimensionar el impacto que la enseñanza en línea han tenido en el aprendizaje y en la salud emocional de los estudiantes para desplegar políticas públicas para ayudarlos.
“Esta es una tarea de país, no es una tarea sólo del Estado”, dijo Morales, de UNICEF, mientras la asesora de UNESCO señaló que “el sector privado tiene mucho que hacer”.
Ambas organizaciones coinciden en que los colegios deben ser los primeros en abrir y los últimos en cerrar, cuando las condiciones sanitarias sean las adecuadas.