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Jorge Alberto Gudiño Hernández

19/06/2021 - 12:05 am

Sin argumentos

Un amigo se queja de que un grupo de paseaperros no recoge sus heces en un parque público y lo insultan porque no quiere a los cánidos, porque considera que él tiene más derechos que los cuadrúpedos o se le desea, fervientemente, que “ojalá pises la mierda y te manches todo”.

Uso de redes sociales.
«Si quitamos a los bots, a los que escriben pagados, a quienes se les contrata por los ataques y demás, si nos quedamos, pues, sólo con las personas normales que escriben y dicen lo que quieren, da la impresión de que, además de esta falsa idea de la valentía, también opera una suerte de elevación de la autoestima». Foto: Rogelio Morales, Cuartoscuro

Es bien sabido que vivimos una época de pocos argumentos. Sobre todo, en ese remedo de conversación pública que son las redes sociales. Basta con que alguien se pronuncie a favor o en contra de algo para que se le ataque por su postura. Hartos de estas respuestas, hay quien lo toma con humor y escribe frases como “mi color favorito es el azul”. Y sí, las respuestas no se hacen esperar. No interesan las de quienes comparten sus preferencias cromáticas, sino las de quienes se sienten ofendidos u ofenden por no coincidir con el emisor original en términos de espectro electromagnético.

Más allá del ejercicio curioso, sorprenden respuestas más violentas a argumentos lógicos o racionales. Un amigo se queja de que un grupo de paseaperros no recoge sus heces en un parque público y lo insultan porque no quiere a los cánidos, porque considera que él tiene más derechos que los cuadrúpedos o se le desea, fervientemente, que “ojalá pises la mierda y te manches todo”. Y eso que a él le gustan los perros. Lo que no soporta es la incivilidad de quien no recoge sus heces. Y lo mismo pasó con otro que se quejó de que traían sin correa a ciertos perros bastante grandes. Más interesante aún fue quien contó la historia de un sujeto que lo regañó por tener perros, aunque los traía con correa y, claramente, recogía sus cacas.

Da la impresión, entonces, que el argumento importa poco. Sólo para polarizar: es claro que algo se hizo mal con la Línea 12 del Metro. Es claro que debería haber responsables. Es claro que fue construida, administrada y mantenida en los últimos tres sexenios que coinciden con las filias del Presidente actual. Basta esa serie de enumeraciones para que alguien pronto me ataque acusándome con el epíteto que más le convenga. No hay un punto de diálogo. Mucho menos argumentos. Se podría discutir por horas, con o sin dictámenes técnicos, pero lo importante es descalificar o, peor aún, agredir.

Supongo, como muchos otros, que esta polarización funciona bien en las redes sociales porque no hay un enfrentamiento entre personas sino entre personajes. Basta con mandar a la batalla a un yo que no es el mismo que se detendría al ver a un oponente en persona, pues uno no siempre quiere agarrarse a golpes con cuantos tienen una postura diferente a la propia. Así que el disfraz, el anonimato o la distancia bien pueden apuntalar nuestra falsa valentía.

Si quitamos a los bots, a los que escriben pagados, a quienes se les contrata por los ataques y demás, si nos quedamos, pues, sólo con las personas normales que escriben y dicen lo que quieren, da la impresión de que, además de esta falsa idea de la valentía, también opera una suerte de elevación de la autoestima. A veces, uno se queda sin argumentos. Si uno discute con alguien que sabe más o que elabora mejor su discurso, uno se queda sin nada sensato que decir. Lo más prudente, en ese caso, sería aceptar la derrota, aprender de ella, retirarse en silencio o agradecer la lección. Si discutir no sirve para ampliar nuestro propio panorama, entonces sirve de poco. Insultar, en cambio, sólo evidencia la cortedad de nuestro raciocinio. En realidad, en cuanto lanzamos la primera puya, estamos aceptando que nuestros argumentos son malos. Descalificar, pues, al otro, sin un sustento lógico, racional y en el mismo nivel sólo apuntala nuestra derrota. Insultarlo, aún más.

Como yo no le puedo ganar a Federer en un partido de tenis, entonces lo insulto. Y más le vale no seguir jugando bien, pues lo tendría que agredir más. Eso, sobra decirlo, sólo deja en claro algo: que Federer me supera (ya lo sabíamos) y que soy un pésimo jugador.

Así que no queda claro por qué insultan los que insultan, toda vez que ponen en evidencia su verdadera estatura. Aunque, claro está, pronto alguien me agredirá porque escribí esto con lo que no está de acuerdo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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