Ernesto Hernández Norzagaray
05/06/2021 - 12:05 am
La urna del crimen
En muchos de los estados y sus municipios no gobernará tal o cual proyecto, tal o cual partido o coalición, sino tal o cual cártel del crimen organizado.
El crimen organizado está demostrado que es un actor cada día más presente en nuestra vida política. Impone o sostiene gobernantes en las regiones donde operan, sea por ser una plaza “conquistada” o por ser lugar de trasiego de droga y, en ocasiones, santuario para que sus jefes y familias estén en santa paz.
Ya lo hicieron a golpe de bala y les dio resultado. Sea inhibiendo posibles candidatos, neutralizando candidaturas competitivas o asesinándolas para que no estén en la boleta electoral, ante la impavidez de la autoridad. Esto ha sucedido en estados y municipios gobernados por todo el espectro de partidos. Y, hoy, no es la excepción, sino la confirmación de la regla con absoluta impunidad y hasta podríamos decir que con indiferencia ante la sangre derramada.
Todos estos días nos hemos enterado de una amenaza o un asesinato de un candidato. La prensa le da vuelo y las redes sociales lo multiplican por decenas, quizá cientos de miles de lecturas. Pero poco o nada parece ocurrir. ¿Quién ha sido detenido en el caso de los asesinatos de los emecistas Abel Murrieta y Alma Rosa Barragán? Bueno, sí, de Alma Rosa porque la familia de la política guanajuatense entregó evidencia a la policía y se pudo detener a un sicario. Y esta ausencia de efectividad preventiva de los cuerpos de seguridad del Estado mexicano no se explica sino por connivencia, temor o desinterés.
Podrá decir el Presidente López Obrador que le preocupa el clima de violencia, pero eso no soluciona nada, si no hay trabajo de inteligencia previa, si no se activan los protocolos de seguridad y se detienen a los culpables de los crímenes políticos.
Menos cuando se ofende a los deudos al decir que estas muertes están clasificadas en el “fuero común”. O sea, que son equivalentes a las de un pleito de borrachos o de vecinos que termina mal. Y, peor, si se sella afirmando que los gobiernos de los estados los han mantenido en su jurisdicción.
Si estas acciones del crimen organizado no son parte de las competencias que tiene el Poder Ejecutivo en la lucha contra este enemigo de la sociedad, bien haría tomar las riendas, como lo hace en otros temas, en este asunto que ya manchó de sangre al proceso electoral con sus decenas de muertes que nunca debieron ocurrir para nuestra salud democrática.
Seguro que partidos y sociedad se lo agradeceríamos. Y es que al dejar que esto drene sobre la vida pública es un hecho que seguiremos teniendo gobiernos y representantes políticos tatuados por el anagrama de los distintos cárteles.
O sea, de persistir nos enfilamos cada día más hacia un Estado fallido o peor, a un narco Estado. Y es cuando vemos que detrás de la euforia de las encuestas que benefician a una u otra coalición hay poco. Unos, porque crearon este monstruo y otros porque lo heredaron, pero ambos están donde mismo. No avanzan, ni un centímetro, en su tarea constitucional de neutralizar la acción de estos grupos. Vamos, corrijo, va escalando.
Entonces, en muchos de los estados y sus municipios no gobernará tal o cual proyecto, tal o cual partido o coalición, sino tal o cual cártel del crimen organizado. De ese tamaño es nuestra desgracia pública. De esa calidad son nuestras elecciones. De ese perfil son muchos de los candidatos y serán también ganadores de contiendas marcadas por la amenaza y el miedo. Decididas, muchas de ellas, desde antes de la elección con la complacencia de los poderes establecidos.
Y es que nos guste o no, estos grupos del crimen se han convertido en un actor político. Que a veces llega a cumplir la función de un partido político cuando prepara, selecciona, impone y hace ganar a su candidato y, en otros casos, acepta y hasta apoya determinado perfil sea hombre o mujer, joven o viejo.
Hay, además, estados donde se dice que los candidatos van a entrevistarse con el líder del cártel local para recibir la “bendición” independientemente del partido que lo postula. Y es que eso puede significar seguridad, dinero, operadores, propaganda, libertad de tránsito, éxito y, en algunos casos, minar a los contrarios con capacidad de triunfo.
Esa es nuestra realidad en vastas regiones del país. Es cuando la propaganda y los proyectos de Gobierno son letra muerta. Es la fanfarria del espectáculo político donde inexplicablemente brota en muchos la esperanza y con esa ilusión van hasta la irracionalidad del chairo. Pero, ¿cómo puede haber esperanza en un país minado? Roto por el crimen. Abierto en canal por la ambición desmedida de políticos banales, viejos y nuevos, de uno y otro partido, que ven al país como botín. Que se unen para sumar fuerzas, pero que les vale lo que ya está en marcha. La captura del país no siempre silenciosa por el crimen organizado.
No es casual que el tema de la seguridad pública no sea el dominante y como prueba en los debates organizados por los institutos electorales fue el gran ausente en un mercado bajo la lógica mercantil “al cliente lo que pida”. ¿Y el cliente que es lo que pide?
Al margen de las campañas y los actos proselitistas, las imágenes generosas de entusiastas y la satisfacción por los apoyos recibidos. Las sumas de contrarios. La alegría impostada. Los cánticos de triunfo. La atmósfera, la atmósfera, con sus luces y jingles. Aquella que estimula la dimensión de las emociones. Está también el silencio de la mayoría. Aquellos que no registran las encuestas. Que ni a indecisos llegan porque no llegarán a las urnas. Se habla de que puede ser un 40 por ciento, pero pudiera alcanzar al 50 por ciento de la lista nominal o sea 45 o 50 millones registrados, pero que estarán ausentes en la jornada electoral.
Es esa masa a la que no les dicen nada las campañas aun con todo su espectáculo y escándalos. Que ven con pesimismo este país y donde muchos de ellos están atentos de cómo el crimen organizado captura las instituciones públicas y ven al sistema de partidos como una comparsa.
Es decir, las señales que mandan los partidos son las equivocadas, nada parece decir la propaganda de la “esperanza” del Gobierno, pero tampoco valen las expresiones redentoras de Ricardo Anaya y Diego Fernández de Cevallos de que “votar por Morena es votar por una tiranía”. Estamos en un hoyo e indefensos.
Algo tiene que pasar en este país para que se alinee en la concordia y sobre todo su capacidad de reacción. Tenemos un país balcanizado por la desigualdad social, el discurso político, la rencilla permanente y cierto autismo ante lo público. No hay espacio para los pactos democráticos. Hoy mismo el dilema en el que están metidos muchos ciudadanos es la versión mexica de “estás conmigo o en contra de mí”, “todo dentro de la 4T, nada fuera de ella” No hay más. Con ese cemento y esos tabiques nada se construye, sino todo tiende a debilitarse y, recordemos, en política no hay vacíos. Ahí está el crimen de traje y corbata.
Hay que salir a votar, decir lo que no queremos.
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