Leticia Calderón Chelius
21/05/2021 - 12:02 am
Gobernar con rostro de mujer
De esta manera, si en la forma de gobernar se reconoce que quien gobierna es una mujer, esa será la verdadera diferencia que nos merecemos cuando votemos. Por suerte, tenemos candidatas.
Hay un supuesto en el aire electoral que afirma que en el 2021 las mujeres podrían marcar la diferencia, ya que constituyen el 51.7 por ciento del electorado (47 millones), mientras que los hombres representan el 48 por ciento (44 millones y medio). Esta ecuación supone que las mujeres votamos en bloque, que representamos intereses comunes, o que actuamos como gremio. Nada de esto pasa y, al contrario, la diversidad que representa el voto femenino es un espejo del universo de votantes.
Además de votantes las mujeres buscan el poder. Una de las fórmulas que se ha instrumentado para acelerar este proceso son las cuotas para permitir que las mujeres ocupen escaños de representación a favor de la igualdad. Si bien esta ruta es importante no ha resultado la panacea porque la presencia de mujeres en círculos de poder no ha logrado equilibrar la condición femenina, “salir en la foto” no implica reconocimiento a un liderazgo. Es mucho más profundo lo que está detrás del empoderamiento femenino y no se trata solo de la paridad. Estar presentes ya no es suficiente.
Lo relevante es que como nunca en esta elección hay mujeres votando y mujeres compitiendo para cargos de elección popular en todos los puestos y estados, desde gubernaturas, diputaciones, alcaldías. Cada vez vemos más candidatas con trayectorias que sobresalen con brillo propio, capacidad, formación, honestidad. A pesar de esto y cuando sabemos que estamos ante un tiempo de grandes cambios, incluso monumentales en cuestión de género, sin embargo, la lucha política sigue siendo casi tan primitiva como hace años, y ahí es donde parece que el poder patriarcal es como una caricatura de un grupo de señores complotando en un oscuro cuartito para imponer normas y criterios, cuando en realidad es un aparato bastante más sofisticado que se echa a andar y busca hacer de las candidatas mujeres sus propias víctimas.
Para muestra un botón, una pequeña Alcaldía en la Ciudad de México, la Benito Juárez, ha sido gobernada desde hace casi 20 años por un grupo, siempre de hombres, José Espina Roehrich, Germán de la Garza, Mario Palacios, Jorge Romero Herrera, Christian Von Roehrich, Santiago Taboada. Se trata de un grupo compacto de amigos y colaboradores que se han traspasado la estafeta del poder y mantienen el control de la demarcación para su afiliación política, el PAN. Obvio, en todos estos años ha habido elecciones, pero también una maquinaria electoral muy aceitada que después de más de 20 años busca preservar el poder sin conceder que ha habido errores, daños y pifias, sino que insisten en que la Alcaldía es una isla de la fantasía en medio de la gran Ciudad de México.
Competirle a un grupo así no es cosa fácil, pero lo es menos si se es mujer, que es lo que ocurre en este caso, donde la mayoría de las adversarias del candidato de la casa son mujeres. Lo que complica el escenario es que algunas de las féminas en cuestión están actuando a favor del propio candidato y, por tanto, su presencia es más testimonial o incluso mercenaria, como se vio de parte de una de las mismas candidatas centrada en golpetear a la puntera en el reciente debate por dicha Alcaldía. En escenarios así, pelearle el poder a un grupo de hombres que detentan el poder es la lucha de un David con rostro femenino, contra un Goliat, que representa al sistema.
El pequeño ejemplo que planteo aquí es solo una forma de ilustrar cómo el supuesto de la paridad, o incluso la mayoría que se atribuye a las mujeres como votantes, pero también como candidatas, es una cuestión retórica porque el voto femenino ni se decanta como un todo, ni necesariamente se apoya entre sí. Es mucho más complejo y sorpresivo y en breve lo veremos.
Las mujeres no somos ni tenemos que ser mayoría en un sentido meramente electoral, vale más serlo en la forma de interpretar los problemas, de buscar la defensa irrestricta de los vulnerables que nos incluye, de cambiar la correlación de fuerzas que realmente equilibren las políticas públicas, de respetar, aunque no se compartan, decisiones individuales, de vida, de amor. De esta manera, si en la forma de gobernar se reconoce que quien gobierna es una mujer, esa será la verdadera diferencia que nos merecemos cuando votemos. Por suerte, tenemos candidatas.
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