Jorge Alberto Gudiño Hernández
15/05/2021 - 12:05 am
Cierta noción del mal
Siempre han existido personajes muy oscuros. Excepciones que se convierten en un peligro público, que cambian el curso de algunas vidas y que se insertan en relatos aterradores.
La semana pasada escribí, en este mismo espacio, lo bueno que sería que castigaran a los responsables del crimen que hizo colapsar a la Línea 12 del Metro. También, consciente como estoy de la forma en la que opera la justicia en nuestro país, que sabiéndolos libres o sin señalamientos oficiales de culpa, la cantidad de muertos sobre sus consciencias impidieren su sueño cada noche. Varios me comentaron que había mucha ingenuidad en mi fantasía. A fin de cuentas, me dijeron, no hay arrepentimiento alguno en sus convicciones: o son capaces de trasladar la culpa a otro sujeto o, simplemente, su cinismo les impide enfrentarla.
Hace algunos años conocí a John Connolly. Es el autor de una exitosa serie policiaca protagonizada por Charlie Parker, un detective bastante maltratado por la vida. A lo largo de más de una veintena de libros, Parker se ha dedicado a enfrentarse al Mal, así, con mayúscula. Es cierto que tiene enemigos tangibles, pero éstos suelen estar imbuidos por una actitud maligna. Sin ser del todo sobrenatural, la saga de Connolly permite establecer a la maldad como un componente de lo humano. Sobra decir que, en la mayoría de los casos, cuando el enemigo está a punto de ser derrotado, no hay trazas de arrepentimiento.
He platicado varias veces con John y sostenemos una correspondencia regular. Le conté, por ejemplo, del Caníbal de Ecatepec, mencionándole que bien podría ser personaje suyo. Estuvo de acuerdo y fue más lejos. Me hizo ver que la maldad humana es anterior a la ficción. Resulta difícil concebir un personaje literario que alcance límites de crueldad o perversión mayores a personajes reales, de carne y hueso. Su existencia depende, en muy buena medida, de que las condiciones sociales lo permitan.
Desde hace unas semanas veo el capítulo de Mare of Easttown que se estrena cada domingo. Es una serie policiaca protagonizada por Mare, una detective decadente en un pequeño pueblo que tiene demasiados problemas en su vida personal. Una de las subtramas que se plantea es la de la desaparición de una adolescente. Ha pasado un año y no hay pistas útiles. Su madre continúa su vida, con la esperanza puesta en su retorno. Tan es así que, un buen día, recibe una llamada. A cambio de una cantidad que no suena excesiva para un secuestrador, le dirán dónde está su hija. Ella va a la cita sólo para descubrir que alguien se ha aprovechado de su angustia para venderle esperanza, que no a su hija de vuelta.
La semana pasada me enteré de un par de desapariciones reales. Chicas jóvenes en ambos casos, durante el día, cerca de sus entornos. Por fortuna, ya han sido encontradas aunque no indemnes. Lo que llama la atención es una coincidencia: en cuanto sus familiares hicieron públicas las búsquedas, recibieron llamadas de los presuntos secuestradores ofreciendo información a cambio de dinero. Eran falsas. Un delito encima del otro.
El mal acumulado.
Siempre han existido personajes muy oscuros. Excepciones que se convierten en un peligro público, que cambian el curso de algunas vidas y que se insertan en relatos aterradores. La clave era pensarlos como excepciones. Estos criminales que se acercan más a los aspectos oscuros de la maldad suelen aparecer de forma esporádica. Tanto la sociedad como el estado de derecho suelen bastar para anularlos. El problema es cuando no hay castigo para el crimen. Entonces comienza a crecer, a volverse más violento, a aprovechar cualquier resquicio, a acercarse a la maldad.
Y ésta se multiplica. Avanza. Se vuelve parte de lo cotidiano y, entonces, quizá sea incontenible. Ya ni siquiera el refugio de la ficción (donde suelen resolverse algunas cosas) basta como trinchera. Como los peores cánceres, el de la maldad tiende a reproducirse y a replicarse hasta el momento en el que sólo se pueda extirpar a partir de procedimientos radicales. Ojalá aún estemos a tiempo de contenerlo sin llegar a esos extremos.
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