La sequía observada en las últimas semanas puede aumentar a nivel regional por la inminente desaparición de los cuatro glaciares que quedan en el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba, prevé el investigador del Instituto de Geofísica, Hugo Delgado.
Ciudad de México, 1 de mayo (SinEmbargo).– Las cimas de los volcanes Popocatépetl, Iztaccíhuatl y Pico de Orizaba albergaban a los 19 principales glaciares mexicanos en la década de los 50, como plasmó el arqueólogo José Luis Lorenzo en un inventario. Sin embargo, la actividad industrial en la zona centro del país aumentó la temperatura y actualmente sólo quedan tres masas de hielo glaciar en la «Mujer Blanca» y una y media en el Citlaltépetl, localizado en Veracruz que posiblemente morirán en la próxima década, según advierte el Instituto de Geofísica de la UNAM.
Al ser claves en el abastecimiento de agua dulce y regulación térmica, su extinción implicará mayor sequía en las regiones donde se ubican, planteó en entrevista Hugo Delgado Granados, investigador que lleva cuatro décadas estudiando la desaparición de los glaciares. Ante su inminente desaparición, expuso la urgencia de transitar a energías renovables para disminuir los gases de efecto invernadero generados por la quema de fósiles que aumentan la temperatura y reducen las precipitaciones.
«Más que un llamado a la conciencia, es un llamado a la supervivencia», aseguró Delgado. «No nos estamos acabando el planeta, porque seguirá existiendo, lo que estamos acabando es con el medio en que nosotros como especie podemos sobrevivir».
Los tres glaciares inventariados en 1958 en el Popocatépetl ya no existen. El último murió en enero de 2001. Y las tres masas de hielo glaciar que aún permanecen en la cima del Iztaccíhuatl —de las 12 que había en los 50— son «zona de pérdida» (fuera de la zona de alimentación por lluvia sólida), «por lo que eventualmente se perderán», dijo. Hace unos días, junto con montañistas y académicos, colocó la placa donde en 2018 murió el glaciar Ayoloco en la «Mujer Dormida».
En el caso del Pico de Orizaba, también conocido como Citlaltépetl, con una altitud de cinco mil 760 metros sobre el nivel del mar, sus glaciares son los de mayor extensión y todavía tiene un margen para tener «zona de alimentación». De los cuatro que tenía, sólo queda el glaciar norte y parte del noroccidental.
El problema de este volcán, afirmó Delgado, es que cuando hay precipitación sólida (hielo o granizo), las temperaturas no son lo suficientemente bajas para que las masas de hielo permanezcan por mucho tiempo. Y cuando hay temperaturas por debajo de los cero grados durante el invierno, no hay precipitación.
«La mayor parte de nuestras masas glaciares en el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl se encontraban en medio de dos cuencas, la de México y la de Puebla, donde hay actividad industrial que crea islas de calor muy fuertes y provoca que el clima local aumente. A nivel local, antes la radiación solar se reflejaba en las superficies blancas de los glaciares o hielo, pero ahora como ya no hay en muchas partes, las rocas en vez de reflejar la radiación solar, la absorben y hay un elemento más para el aumento de las temperaturas», explicó el investigador del Instituto de Geofísica.
Ana Elsa Pérez, montañista y Directora de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM, también estuvo presente en la colocación de la placa en el glaciar Ayoloco.
«El glaciar Ayoloco en náhuatl significa ‘el lugar del corazón de agua’. Desde esa perspectiva, nos parece absolutamente devastador que un corazón de agua dejó de latir irremediablemente para siempre», dijo.
Los volcanes Popocatépetl e Iztacchíhuatl, planteó, han sido parte de una identidad visual, literaria, cultural e histórica hasta el grado de que los llamamos por su nombre en náhuatl a diferencia de otros como el Pico de Orizaba (Citláltepetl), el Nevado de Toluca (Xinantécatl) o El Ajusco (Axochco).
«Es devastador pensar en la muerte de un glaciar como el Ayoloco y que está incerto en el marco de esta comprensión cultural que es el Iztaccíhuatl, una mujer dormida a la que hacemos referencia por su blancura justo por sus glaciares. Tenemos que reconsiderar qué hemos hecho con el medio ambiente y por qué», reflexionó Pérez.
Si bien los glaciares del mundo se encontraban retrocediendo a mediados del siglo pasado, en las últimas dos décadas del siglo XX y muy particularmente en las primeras décadas de este siglo el incremento en su tasa de retroceso se ha acelerado por las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de la actividad humana, planteó el investigador Hugo Delgado.
«Lamentablemente, habremos de perder los hielos tanto en el Izta como en el Pico de Orizaba. En el Pico es posible que duren un poco más, pero posiblemente en la próxima década veremos desaparecer sus hielos», concluyó. «Sabemos que el calentamiento global es una realidad pese a que hay negacionistas. Si queremos un mejor mundo para los que vienen detrás de nosotros, necesitamos tomar medidas en términos del uso de fuentes de energía limpias como la geotermia, la solar, la eólica».
Para tener una perspectiva, expuso Delgado, nuestro planeta tiene 4 mil 600 millones de años. Equivalentes a 24 horas, los dinosaurios vivieron sobre la faz de la Tierra alrededor de unos 40 minutos. El ser humano como especie, antes de ser homo sapiens, sólo ha vivido 40 segundos en esa escala de tiempo. «No sé si lleguemos al minuto…», aseveró.