La fatiga por compasión se presenta cuando se desborda la capacidad emocional del profesional sanitario para hacer frente al compromiso empático con el sufrimiento del paciente.
Por Enric Soler Labajos
Tutor de los Estudios de Psicología de la UOC; profesor del Posgrado de Atención a Personas con Enfermedad Avanzada y sus Familiares, UOC - Universitat Oberta de Catalunya.
Madrid, España, 28 de marzo (The Conversation).- “Es la primera vez en 30 años de experiencia que no tenía ganas de volver al trabajo después de las vacaciones”.
Laura M., médico de una unidad de cuidados intensivos.
“La experiencia de la primera ola de la COVD-19 fue apocalíptica. Me planteé pedir un año de excedencia”.
Miguel G., enfermero de un hospital comarcal.
“Cuando estaba en la situación no fui consciente de lo que estaba ocurriendo. Ahora, con el tiempo, me doy cuenta de que no actué tan profesionalmente como siempre lo he hecho. No me veo capaz de volver a vivir una situación similar”.
Consuelo S., auxiliar de enfermería con 27 años de experiencia.
¿QUÉ LES OCURRIÓ A NUESTROS PROFESIONALES SANITARIOS?
La relación de ayuda implica una interacción entre dos o más personas, con los roles bien definidos. Una parte solicita ayuda y la otra la presta. Como cualquier relación, implica una interacción emocional.
Pues bien, la exposición a pacientes en situación de trauma, sufrimiento y malestar emocional que demandan ayuda puede representar una fractura emocional difícil de gestionar por parte del personal sanitario. Estamos hablando de la fatiga por compasión, también denominada desgaste por empatía.
Se estima que cuando finalice la pandemia de COVID-19 se duplicará la prevalencia de trastornos mentales y emocionales en el colectivo de profesionales de la salud. No olvidemos que, a excepción de las unidades de cuidados paliativos, los profesionales han estado muy preparados para curar. Pero quizás no lo suficientemente dotados de herramientas personales para la gestión de las propias emociones cuando el objetivo terapéutico se debe centrar en cuidar, en vez de “luchar” contra una enfermedad, siendo el paciente el campo de batalla.
Las circunstancias de la pandemia de COVID-19 han hecho que los equipos sanitarios hayan tenido que priorizar. Es una situación de emergencia por alud de demandas y riesgo de alto contagio, y lo primero que ha “caído” de la estructura del engranaje “Equipo sanitario – Paciente – Familia”, ha sido esta última: la familia.
El sistema sanitario, tensado más allá de sus límites, también ha tenido que dejar de lado el cuidado a los propios profesionales de la salud. Incluso en muchos equipos, este cuidado ha sido inexistente en situación de normalidad previa a la pandemia.
¿QUÉ ES LA FATIGA POR COMPASIÓN?
La fatiga por compasión es una forma de estrés secundaria de la relación de ayuda terapéutica. Se presenta cuando se desborda la capacidad emocional del profesional sanitario para hacer frente al compromiso empático con el sufrimiento del paciente.
El término fatiga por compasión fue acuñado por Joinson en 1992. Se refirió a un síndrome observado en el personal de enfermería que atendía a pacientes con enfermedades potencialmente amenazantes para sus vidas.
El síndrome de fatiga por compasión afecta en mayor medida al personal sanitario que está en lo que se denomina popularmente “primera línea” de atención. Afecta a aquellos que más contacto humano tienen con el paciente que sufre y que teme por su vida a causa de la enfermedad.
En este contexto, se entiende por compasión el sentimiento de gran simpatía y pesadumbre por otra persona afectada por un gran sufrimiento. Un sentimiento muy humano que se manifiesta junto a un deseo personal de aliviar el malestar emocional del enfermo, o de eliminar su causa.
La ayuda a los demás satisface necesidades altruistas. La satisfacción por compasión proviene de una motivación (vocación) intrínseca y aporta plenitud en el plano espiritual del profesional sanitario. Poder llegar a sentir la satisfacción por compasión implica dotarse de fuerza y esperanza para hacer frente al sufrimiento ajeno.
La satisfacción por compasión dota al profesional de una gran resiliencia. Por el contrario, no conseguir sentirla deriva en desesperanza y frustración, llegando incluso a incapacitar al profesional para el ejercicio de sus funciones.
FACTORES DE RIESGO
La investigación sobre lo que desencadena la fatiga de compasión apunta a cuatro factores principales:
Autocuidado nulo o insuficiente.
Traumas no resueltos en el pasado, frecuentemente parecidos a la situación del paciente.
Dificultades para gestionar la presión asistencial y el estrés.
Falta de satisfacción en el trabajo.
Para la evaluación de la fatiga por compasión se utiliza el ProQOL – IV (Professional Quality of Life. Compassion Satisfaction and Fatigue Subscales, de Hudnall Stamm, 1997-2005, que ha sido traducido y adaptado al castellano por María Eugenia Morante, Bernardo Moreno y Alfredo Rodriguez, de la Universidad Autónoma de Madrid). Incluye las variables de satisfacción por compasión, burnout y fatiga por compasión.
SINTOMATOLOGÍA
Los síntomas psicológicos de la fatiga por compasión son varios, y a menudo son inadvertidos o no relacionados con este síndrome. Se manifiestan en forma de ansiedad, disociación, ira, trastornos del sueño y pesadillas, y sentimiento de impotencia.
En cuanto a los síntomas somáticos, se manifiestan en forma de dolor de cabeza, aumento o disminución de peso, náuseas, mareos, pérdidas de conocimiento y, en algunos casos, dificultades auditivas.
Son frecuentes también los síntomas psicosociales tales como el abuso farmacológico, abuso de sustancias, sobrealimentación, evitar o dedicar menos tiempo a los pacientes y la aparición de sarcasmo, cinismo e irritabilidad.
ABORDAJE TERAPEUTICO
La primera medida que hay que tomar contra la fatiga por compasión es la prevención. En el momento en que se publica este artículo, la pandemia de la COVID-19 ha sacudido casi todos los sistemas sanitarios del mundo. Por lo que ya no es posible aplicar medidas preventivas.
El primer objetivo psicoterapéutico debe ser el reconocimiento del fenómeno emocional y la conciencia plena sobre los síntomas y los factores de riesgo individuales.
El autoconocimiento no evitará sentir las emociones naturales por exposición al intenso dolor y malestar emocional de los pacientes, pero tendrá una mayor capacidad de afrontamiento de la situación.
En una supervisión clínica también se aprenderá a tener los límites profesionales bien definidos. Ello no implica en absoluto la más mínima pérdida de humanidad en la relación con el paciente, sino todo lo contrario. Autopercibirse más estable y seguro en un encuadre terapéutico adecuado, hará al profesional más humano con los pacientes y compañeros.
La autoconciencia, la aceptación de la situación, los hábitos de autocuidado (incluido el compromiso de uno mismo con su propia supervisión) y el fomento de unas redes de apoyo personal y profesional sólidas también serán objetivos terapéuticos de la supervisión clínica.
En definitiva se trata de algo tan sencillo y tan complejo a la vez como el hecho de poder disfrutar de un equilibrio balanceado entre la vida personal y la profesional.