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Susan Crowley

19/03/2021 - 12:03 am

Un artista depredador

El valor de la obra de Vanessa Springora es hacernos entrar en el universo del sufrimiento causado en una criatura, por su abusador. Una exploración que lleva al límite las ambiguas relaciones entre el arte y la ética. El consentimiento entre dos seres desiguales, dónde comienza a ser un abuso o hasta dónde una relación aceptable en la infinita diversidad de los seres humanos.

El valor de la obra de Vanessa Springora es hacernos entrar en el universo del sufrimiento causado en una criatura por su abusador. Foto: Especial.

El Consentimiento no es una gran novela. No pretende serlo. Sin embargo, se encuentra en la lista de los libros más vendidos en Francia. ¿Qué tiene de extraordinario? Se trata del crudo testimonio de la sobreviviente de una experiencia desgarradora que marcó su vida para siempre. A los 14 años Vanessa Springora, hoy directora de la Editorial Julliard, fue seducida y se convirtió en la amante de un hombre treinta y seis años mayor que ella. Su nombre, Gabriel Matzneff, uno de los más afamados y polémicos escritores de Francia. Hasta aquí podría ser un relato costumbrista; una de esas relaciones prohibidas tan gustadas en la literatura. Pero es todo lo contrario. La autora revive el viacrucis que sufrió al caer en las manos de un enfermo sexual que acostumbraba a practicar la pedofilia y convertirla en material para su obra.

Los hechos narrados por la autora ponen los pelos de punta con las detalladas descripciones de los rituales de incitación, los abusos, los engaños y la manera en que este depredador acostumbraba a usar a sus víctimas. Las acciones de Matzneff son monstruosas. No obstante, su delito aún no ha sido legislado.

Era el París de la década de los ochenta; a los 50 años, el ya entonces afamado escritor lideró un movimiento que reclamaba la abolición de la mayoría sexual en Francia. En 1977 se había publicado en Le Monde una carta abierta escrita por él a favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores y adultos. Entre muchos otros famosos Roland Barthes, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Louis Aragón firmaron la propuesta. Mientras esto ocurría, el escritor, especialista en temas sexuales reiteradamente autobiográficos, volvió una costumbre conquistar a jóvenes adolescentes, casi niñas, igual que practicaba el turismo sexual con niños en países de los llamados exóticos.

A Matzneff le excitaba el escándalo. Solía aparecer en programas de radio y televisión defendiendo sus preferencias. Esto, lejos de afectarlo, lo volvió aún más célebre. A pesar de que Springora trató de llevar su caso a juicio, los abogados se mostraron impotentes ante el poder de la comunidad intelectual que rechazó sus acusaciones.

El libro queda como un acto de justicia, la única protesta posible, incluso compensación, en contra del abuso y la indiferencia de una sociedad que engrandece a seres siniestros y sus prácticas. La autora tuvo que superar los traumas que incluyen el maltrato, la infidelidad y el abandono de parte de su amante, hasta una enfermedad venérea que casi le cuesta la vida, vivir el pánico de suponerse contagiada de SIDA y ser considerada por todos una “Lolita”, como suele adjetivarse a una joven seductora.

Con el cambio en la forma de pensar de las nuevas generaciones, estas aberraciones pasan de moda, ¿qué hacer con los estragos que causaron?, ¿debe ser censurada la literatura de Matzneff por sus crueles y nocivas acciones?

Esta es una de las complejas disyuntivas. Muchos de los más brillantes artistas cuyo legado es de un valor inapreciable, ocultan una realidad vergonzosa. Esa misma realidad era aceptada en su momento. Ya desde Grecia, los jóvenes imberbes solían recibir educación de parte de los viejos sabios; esto incluía la iniciación de la vida sexual. ¿Habrá que cuestionar a la más alta de todas las civilizaciones por ello? La sodomía como un ritual iniciático fue heredado a Roma. Más adelante el gran crítico de arte John Ruskin y el fantástico escritor Edgar Allan Poe se casaron con niñas de 12 años. El gran pintor Balthus está siendo descolgado de los museos del mundo por sus escenas perturbadoras con niñas. La fotógrafa Irina Ionesco tomaba y publicaba fotos de su hija como una prostituta adolescente. David Hamilton, autor de Bilitis, fue acusado por una de sus modelos, casi niñas, de depredador y pedófilo. El fotógrafo Bill Henson suele utilizar chicos de la calle en provocadoras escenas, muchas de ellas explícitas. Al mismo Woody Allen se le encontraron fotografías de su hijastra desnuda. Roman Polanski sigue siendo perseguido por su relación inexplicable con una menor.

Woody Allen es uno de los más grandes directores de cine, su obra es enorme y retrata los dos últimos siglos llenos de referencias, de actitudes, de guiños, de personajes con los que nos relacionamos. La brillantez de su trabajo nos permite horadar en quiénes somos, cómo nos relacionamos, en la condición humana sin aspavientos, sin casi ficcionar, dando a cada personaje una característica que lo vuelve arquetipo. La lucha contra Mía Farrow no ha diezmado el tamaño y sentido de su obra. En los tribunales y no en las alfombras rojas o festivales toca juzgar su caso y conocer sus argumentos.

Toda proporción guardada, el payaso Brozo se encuentra en medio del escándalo por usar como objeto a una mujer a la que llama La Reata. Víctor Trujillo explica que es actor y que está ejerciendo un rol. Ella es un personaje, afirma, jamás será la persona. En contraste, el desprestigiado Andrés Roemer, todavía en sus años de gloria, publicó un libro tan patético como él: Sexualidad, derecho y política pública, el capítulo 9 se titula “Abuso en posición de confianza o autoridad”, pareciera que el Calcetín con Rombos decidió llevar a la práctica sus mediocres ideas. ¿Usaría a sus víctimas para ilustrar sus “literatura”?

¿Habrá que cambiar la historia o aceptar que el pasado se medía con otros raceros?, ¿estamos viviendo una era neo puritana o simplemente justiciera? Al paso del tiempo y con el avance de los movimientos en pro de la mujer, las revisiones de casos de este tipo aumentan. ¿Las feministas son censores y jueces autonombradas o por fin están en condiciones de reivindicar su condición?, ¿estamos hablando de sexofóbicas en masa o de una dignificación de género? ¿entre las feministas abundan los intereses que nada tienen que ver con la defensa de sus congéneres? Las generalizaciones son peligrosas.

Vanesa Springora no pretende jugar a la novelista romántica tan gustada. Tampoco se autonombra feminista. Su compromiso es denunciar y profundizar sobre un criminal que abusó de ella y de muchas niñas que no conocían sus derechos y que no tenían argumentos ni la fuerza para defenderse.

Sería impensable descolgar de los museos las miles de obras con pasajes en los que hay una evidencia de maltrato, o cuyos autores vivieron vidas reprobables; son testimonios que han tejido el universo del arte con todos sus pliegues y claroscuros. Sus anomalías y horrores son su esencia, éticamente son insondables y son lo que son.

El valor de la obra de Vanessa Springora es hacernos entrar en el universo del sufrimiento causado en una criatura por su abusador. Una exploración que lleva al límite las ambiguas relaciones entre el arte y la ética. El consentimiento entre dos seres desiguales, dónde comienza a ser un abuso o hasta dónde una relación aceptable en la infinita diversidad de los seres humanos.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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