Clausurado en 2008, el 54 renació con la misma postal legendaria y misteriosa: parroquianos, sanadores, "cantantes sementales” y “adelitas sexys” protegidos por efigies de San Judas Tadeo. Así transcurre el domingo en la entraña del antro
Podría ser cualquier ciudad terregosa y disconforme. Hasta que la vista se alza un poco más allá de la extensa cerca de plástico verde, y se encuentra con el Palacio de Bellas Artes. El plástico verde cubre la Alameda Central en remodelación.
Avenida Juárez. Domingo. Cuatro de la tarde. Hace frío a la sombra. Corre viento sucio. Juárez está excavada. La arenilla revolotea distrayendo la mirada de la cerca de plástico verde con pintas demandando un buen gobierno; regado en el plástico el esténcil con el copete del próximo Presidente; consignas contra la televisión.
Una fila de hombres y mujeres morenos, de estatura baja, pelo negro y liso, esperan recargados en la pared que hace esquina entre las calles de López y Juárez. Quizás en otra ciudad terregosa y disconforme esperarían en la frontera al coyote. O del otro lado que los contrate un gringo. Fuerza de trabajo.
Un hombre de mediana edad y mayor altura coordina la fila. Del cuello, una gruesa cadena plateada le cuelga a mitad del abdomen. Es del tipo que pondría nervioso al vigilante de una sucursal bancaria. Le rogaría que se quitara la gorra y se descubriera los ojos. Lentes oscuros de gota donde se espejea la fila. Es uno de los dos hombres que, walkie-talkie en mano, van embarcando en transporte particular y en taxi a los formados.
Hay otras opciones de pasar una tarde. Una manita toca unas redondeces que sugieren unas nalgas. La tarjeta que anuncia la Touch Discotheque es repartida a diestra y siniestra. Dicen que aceptan Master Card y Visa; “próximamente barra libre de cerveza, agua y refresco” toda la tarde.
En Luis Moya, dentro del hotel Metropol: “Los milagros de Dios en los jóvenes: Descubra a Cristo en ti (sic)... conócelo, ámalo y síguelo y ven a formar parte de la generación Josué uno: nueve”. El volante dice que los escuches en el 1440 de AM, a la una de la mañana.
Unas jovencitas con aspecto de porristas colegiales, rubias y delgadas, invitan: “Ven a recibir el inspirador mensaje de amor y esperanza del rabino Jonathan Bernis”. Para recibir el mensaje del rabino es necesario ir al Auditorio Nacional, de entrada libre los días que el rabino envíe su mensaje.
En la esquina de López, ya han partido la suburban blanca y el coche gris. En la fila quedamos cinco personas. El hombre de los lentes de espejo detiene un taxi. Nos trepa. Entrega al taxista una de las tarjetas que reparten a los transeúntes: “Allá cobras... Ya sabes cómo es la cosa”, arrastra esto último, como si nada.
El chofer arranca mirando el croquis al reverso de la tarjeta, que luego se lleva a la boca. Es de las personas que muerden los papelitos, los humedecen con saliva, los tratan como chicles. Vamos en un Tsuru de acuerdo a como nos acomodó el hombre de los lentes.
“Tú adelante”, separó a una chica acompañada de una pareja. Atrás nos sentamos la pareja, mi amigo Lalo y yo. La pareja se besa con cierto desespero, como si hubiesen estado esperando a sentarse. La chica de enfrente voltea a ver a sus amigos. No hay posibilidad de conversación. Marca el teléfono envuelto en funda de hule rosa, pantalla completa, táctil; comienza a hablar muy risueña. Tiene las manos gruesas, coloradas, y arrugadas. Como las mujeres que lavan ropa ajena.
La Mati dio a luz, dice al colgar.
—¡Cómo! —Exclama la chica que viaja atrás.
—¡Por el ano! —Suelta el galanazo. Risas.
—¿No sabías? ¡Por eso la Mati dejó de venir!
—Ah.
—¿Vienen seguido? —Pregunto ya que el hielo está roto.
—Cada ocho días — Responde él, su abundante pelo engominado peinado hacia atrás como Valentino.
— ¿Se pone bueno?
—Sí, ése y hay otro... por Pino Suárez, a dos cuadras.
—¿Y en éste, qué tal la música?
—¡Bien! Es en vivo.
—¿Oye, no es muy temprano?
—¡Ya vamos tarde!
—Se termina a las diez —Interviene la chica que fue comida a besos.
NUEVA YORK EN EL DF
Nos recibe la noche iluminada por un horizonte de rascacielos, y las luces del puente colgante de Brooklyn y Manhattan, que se tiende sobre el río Hudson. La imagen clásica de Nueva York, es como una postal en formato gigante en el copete del antro de dos pisos donde se ha detenido el taxista, en la colonia Obrera sobre el Eje Central, número 54. A pie de calle sigue siendo de tarde, la ciudad polvosa, de banquetas deformes, de edificios chatos.
Studio ’s 54 Discotheque, anuncia la gran postal. El 54 para abreviar. El nombre emula a la mítica discoteca de la calle 54 de Manhattan. Al 54 lo flanquea un hotel de paso, puerta amplia y, como los lentes del hombre que nos embarcó en el taxi, tipo espejo: en la acera de enfrente se mira otro hotelucho. Al 54 termina de flanquearlo una panadería y un parque pequeño con columpios y niños jugando. La cuadra forma la cadena elemental: de pan vive el hombre, el hombre tiene sexo, del sexo vienen los niños. Bien es verdad que los menos de un hotel de paso.
La recepción del 54 es una caja de paredes falsas como escenografía. Muebles negros sin adornos. Una mesa donde el portero deposita los boletos después de revisar a los hombres, y donde dos chicas están platicando sentadas. No son el estereotipo de las hostess de bar, carnosas y de ropa breve; visten de calle y hasta el cuello. Su aspecto de clase media urbana las distingue de las visitantes:
El animador manda saludos al respetable público de Oaxaca, Puebla, Toluca, Hidalgo, Veracruz, de donde proviene la fuerza de trabajo que se divierte en el 54 después de fletarse durante la semana en las residencias de las Lomas, Polanco, Tecamachalco; son los hijos del campo que llegan a la ciudad a ganarse la vida.
Por estos días que la Alameda, su Alameda está cerrada, no dejan de ir y pararse frente a ella. La gente del 54 los recoge sin costo desde ahí hasta el antro. Donde se paga 40 pesos a la entrada y 150 pesos por la cubeta de cinco cervezas Sol.
Los Yumuri tocan (como músicos de iglesia) en la planta alta, en un largo balcón que mira hacia la pista. Del otro lado un tapanco vacío y oscuro con sillones que recuerdan los del Vips, destinado a los que pagan la botella, la más cara, una JB en el orden de 700 pesos. Nadie ocupa el tapanco.
Abajo, Shocker, Diamante Azul y Atlantis contra Mr. Niebla y sus secuaces, Mephisto y El Felino, dibujan piruetas, llaves, candados y otras herramientas, encerrados en las pantallas de plasma colocadas alrededor de la pista luminosa de discoteca.
El vecino de mesa, Javier, se envalentona, echa el ojo a una chica de pantalones blancos ajustados y zapatos de plataforma. A la tercera pieza Javier decide meterle mano. La muchacha lo aparta de su cuerpo, lo abandona en la pista. Lo bueno de tomar valor con alcohol es que inyecta ánimos, lo malo es que para ese momento se pierde la cabeza.
Javier regresa a la mesa. Se queda de pie. Destapa con los dientes una cerveza, la traga y encaja el envase vacío en la cubeta. Vuelve al ataque. Le habla al oído a la muchacha. Ella no cede. Lo intenta una vez más sin fortuna. Un muchacho de apariencia pulcra y fresca se lleva a la chica a la pista. Javier se rinde al alcohol “y a los amigotes”, dirían las madrecitas santas. Al rato ya tiene la mesa llena de convidados, todos hombres bebiéndose la tarde.
LA TARDE: EL AMBIENTE ES “ÑOÑO”
La salida de emergencia permanece abierta. Conduce a un galerón con restos de escenografía abandonada; la pintura que decora los muros tuvo mejores tiempos. Recuerdo que el Studio’s 54, catalogado por Seguridad Pública de la Ciudad de México, como giro negro por prostitución y venta de droga, estuvo cerrado hace tiempo. De acuerdo con El Universal (06/2/ 2008), las constantes riñas que protagonizaban borrachos al salir del table-dance, el excesivo ruido y las irregularidades de su operación originaron la clausura del centro nocturno. “Ese negocio, ubicado en Eje Central 54, colonia Obrera, fue sancionado porque causa excesivo ruido a los vecinos de esa zona y, además, pone en riesgo la integridad física y patrimonial de la gente, ya que constantemente ocurren riñas”.
Esta tarde todo parece un poco ñoño. En el galerón se vende cerveza, refrescos y agua. Una mujer es rodeada por muchachos que algo negocian con ella; la camioneta blanca y el coche gris que hicieron el viaje desde la calle López y avenida Juárez están estacionados ahí; las parejitas se hacen arrumacos recargadas en los coches; otros salen a hablar por el celular. El coche gris, un Mondeo de cuatro puertas, tiene el signo de venta, piden 65 mil pesos. Si los autos pudieran hablar...
Donde hubo espectáculo de carne hay una capilla de cortinas rojas descorridas, la Guadalupana se rodea por cuatro figuras a escala de San Judas Tadeo tan de moda en el bajo mundo. Se le rogaba tanto por encontrar trabajo... ahora anda en las playeras junto con la Santa Muerte y en los relicarios kitsch como un Malverde.
Es hora de conocer los baños. Como en los WC públicos se paga por entrar. El de damas no tiene agua corriente (ni fina, ja); de un tambo de plástico junto al lavabo agarra uno para enjuagarse. En una cartulina se lee: “Al personal artístico, no olviden la vestimenta de adelitas sexys, atentamente, la Administración”. La mujer que me entregó el trozo de papel de baño a la entrada, se acerca como en los baños de mejor categoría queriendo ser amable, y me extiende un trozo de papel corriente para secarme las manos.
—¿Qué día es el mejor para venir al Studio, el viernes? —la cumbia del grupo Paso 20 se cuela al baño, “Directo, desde la ciudad de Puebla”.
—¡No! —se apresura la mujer.
—¿Los sábados?
—¡No! —más contundente mueve la cabeza negando.
¿Y las adelitas sexys, cuándo? La mujer no agrega nada. Le pongo atención, tengo la impresión que no quiere que venga los días buenos, o que está mal de la cabeza.
Saliendo del baño de damas una puerta blanca cerrada.
Unas cosas comienzan a tomar sentido y otras no: el galán del taxi que se comía a besos a la muchacha parece haberla olvidado nada más cruzar la puerta del 54. Ella y su amiga, la que habló con Mati que recién dio a luz, se quedan de pie todo el tiempo mientras el galán, con su cabello estilo Valentino, se encuentra a sus cuates y, como si se tratara de la plaza de un pueblo o la Alameda Central, hacen caminito yendo y viniendo alrededor de la pista de baile.
Un informante me dice que la puerta blanca es un privado para quien paga los servicios de las teiboleras. Al tapanco con asientos tipo Vips suben las chicas del table dance para tener contacto con los clientes que han pagado por una botella y por el roce y meneíto de las chicas. Nunca en domingo.
CAE LA TARDE: SE ANUNCIA UN HOTEL
Allá arriba, en el balcón, las dotes sexuales de Tomás Damián son anunciadas. Es el vocalista y según esto el gran semental de Sistema de la Sierra. De la sierra de Guerrero. Pistolas plateadas y una AK 47 los acompañan en el cartel que anuncia a la agrupación de norteño.
Javier, el vecino de mesa, se toma atribuciones que nadie le ha solicitado. Se encarga de cuidarme. Dos veces se ha levantado de la mesa mi amigo Lalo. Dos veces que, como se dice, han venido a sacarme a bailar. Dos veces que Javier se ha acercado a los interesados. Les indica con rigor que me dejen en paz. Nunca habla conmigo, le reporta todo a Lalo. “De hombre a hombre”.
Reparo en el corte de cabello que usa Javier y otros de sus convidados. El casquete corto de vigilantes y sardos. También me doy cuenta que no me está “cuidando” sino que cuida lo que considera que es de otro. Por eso le reporta a mi amigo Lalo.
Lalo se ha encontrado con un sanador en el baño. El sanador se ha resbalado y Lalo lo ayuda a levantarse. El sanador promete que cualquier día le hará una limpia en agradecimiento. Se ha resbalado por las cervezas que lleva encima. Dice que es la primera vez que se emborracha. Ya no sabe si es albañil o jardinero, sólo que aparte de estrenarse en la ciudad, es sanador.
A la salida el amigo con quien llegó al 54 lo arrastra hacia afuera, pero el sanador no quiere marcharse, se regresa. El portero, bien ponchado, le dice que se vaya si no quiere que lo saque. Sanador le mienta la madre. El portero lo descuenta. Moles. Segunda caída de sanador. De su nariz brota la sangre. El portero les cierra la puerta. El amigo del sanador golpea la puerta para que el portero dé la cara. La gente en la banqueta le dice al portero que ya lo deje, “¿no ve que está borracho?”.
En la fachada que corresponde al galerón se anuncia con letras amarillas: Comidas. Tres tiempos. Table Dance. 50 chicas. Las letras del edificio de junto se han encendido con el caer de la tarde: HOTEL.