Jorge Alberto Gudiño Hernández
06/02/2021 - 12:05 am
Nombrar candidatos
Años más tarde, cuando el posible delito ya ha prescrito (aunque es irrelevante pues ya fue juzgado), decide lanzarse como precandidato para un puesto de elección popular.
Durante su primera campaña por la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump soltó una frase en la que aseguraba que él podría disparar a la gente en la Quinta avenida y, aún así, no perdería votos. Quizá no los perdiera por la propensión de ciertas personas a votar por el peor candidato posible o porque, incluso, una bravuconada de ese tipo siempre tiene adeptos. Los perdería, en cambio, dado que el sistema de justicia lo llevaría a proceso e, idealmente, no habría podido contender para el puesto que aspiraba. Esto, sobra decirlo, es claramente especulativo, pues ya sabemos que no disparó y votantes tuvo.
¿Qué pasaría si en nuestro país sucediere algo así? Hagamos el ejercicio de los supuestos. Una persona decide dispararle a alguien, por las razones que sean, a plena luz del día en la avenida más importante del país. No sólo le ha disparado sino que lo mata. Hay testigos, hay cámaras de vigilancia… hasta la policía ha llegado a tiempo para capturarlo. Después, ya sea por los oficios de sus abogados, por la torpeza de la Fiscalía, por la corrupción imperante o por la impunidad que nos ahoga, el sujeto en cuestión sale libre. Ha sido absuelto. Sobre su persona no pesa ninguna sentencia. La justicia, por increíble que parezca, lo ha declarado inocente.
Años más tarde, cuando el posible delito ya ha prescrito (aunque es irrelevante pues ya fue juzgado), decide lanzarse como precandidato para un puesto de elección popular. Nada se lo impide: cumple cada uno de los requisitos legales, no tiene condenas encima, no hay juicios en su contra pendientes de resolución ni nada parecido. Es más, existen algunos entusiastas que ven con buenos ojos la posible candidatura dentro del partido porque bien podría garantizar el triunfo.
Cuando su nombre se destapa, la prensa y la memoria traen al presente los delitos de antaño. Cualquiera pensaría que, aun absuelto, en la medida en la que pesan acusaciones y pruebas en su contra, el partido debería quitarse el lastre que les representa de encima. ¿Para qué tener un candidato de esa calaña?, sostendrían los pragmáticos. Otros, más profundos, señalarían la incongruencia: ¿por qué tener un candidato que es un criminal? Algo no está bien cuando se le permite contender. Si la justicia no lo condenó o no lo ha condenado, eso no significa que sea inocente en términos que trascienden lo legal, ese pantano de posibilidades.
Ahora sume a ese candidato con el resto. Ya varios partidos han presentado a los suyos. No todos son criminales, es claro o debería serlo. Tampoco son deseables. Eso sí es evidente. Si están mal las opciones de los que serán elegidos por el voto directo, peores son los que obtendrán un escaño de representación proporcional.
Hace tiempo que estoy resignado a votar por los candidatos que considero menos malos porque no hay buenos. Ahora, más que nunca antes, ya no hay destello de esperanza. Si en verdad acierta el refrán cuando sostiene que más vale malo por conocido que bueno por conocer, el problema es que ya los conocemos a todos. Y todos son malos, aunque les dé por asegurar que no son iguales. ¿En serio, podrá ser candidato algún criminal? Sí, en serio.
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