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Susan Crowley

15/01/2021 - 12:03 am

El extraño caso de Elina Makropulos

El tiempo no admite engaños ni existen sortilegios que arranquen los efectos de lo que hemos vivido.

"De una belleza arrolladora, sensual y enigmática la talentosa soprano Emilia Marty es una mujer sin tiempo, literalmente".
"De una belleza arrolladora, sensual y enigmática la talentosa soprano Emilia Marty es una mujer sin tiempo, literalmente". Foto: Especial

“Para aquellas personas privilegiadas, muy necesarias para la humanidad y predestinadas -mil como máximo- para dejar una importante huella postrera, la vida resulta demasiado corta; y para esos seres tan especiales, debería al menos durar trescientos años, unos cincuenta de infancia y adolescencia, cien de aprendizaje, otros cien de pleno desarrollo vital, y otros cincuenta de optimizada decadencia”

Karel Capek

El caso Makropulos

La edad es un tema que desata todo tipo de inseguridades y ansiedad, sobretodo entre nosotras las mujeres. Qué hacer con los años es la pregunta que sin remedio abre una caja de Pandora. Intentar responderla ha enriquecido a la industria de la cosmética convirtiéndola en una de las más exitosas del mundo. Que si los sesenta son los nuevos cuarenta, que si las mujeres somos más plenas y realizadas después de los cincuenta; que ya quisiera una de treinta aspirar a la madurez e inteligencia de una mujer mayor. Son las débiles propuestas ante la realidad que se impone, pero la gravedad de los años nos pesa y vence cualquier intento por resistirse a ella. Sin embargo, tenemos que reconocer que el tema no es la edad sino la negación absoluta a ser viejas y a dejar de tener un valor de mercado impuesto por nosotras mismas en contra de nosotras mismas.

Podemos darle vueltas al asunto, pero cumplir años es abonar a la pérdida en muchos sentidos. Es complicado sentirse feliz con el hecho de perder la lozanía en la piel, ganar arrugas en la cara, ver las manos llenarse de manchas, observar como las canas van cambiando el color del pelo. Una amiga me dijo hace poco, cuando llegas a los cincuenta, ningún hombre te voltea a ver. Me pareció una falta de respeto consigo misma y con todas las demás. Un decreto que viola por completo la autoestima y la dignidad. Una vergüenza reconocerse un objeto de consumo que debe o no voltearse a ver. Las mujeres somos las peores enemigas de las mujeres y lo sabemos, nos arreglamos e invertimos enormes cantidades para impresionar y ser envidiadas por otras mujeres. Pero en nuestra eterna insatisfacción terminamos siendo implacables en la forma en la que nos autodestruimos.

Escuché a una amiga de mi edad, guapísima, lamentándose de tener que pintarse el pelo. Déjate las canas, le dije. Ay no, mi marido me mata, dice que parezco su abuelita. ¿Hasta qué punto a un hombre le impresionan o no la cantidad de artificios que emplea una mujer para aparentar la edad que dejó atrás?, nunca lo sabremos si seguimos ocultando nuestra verdadera esencia. Si solo somos eso, pieles firmes, cabello sedoso, labios voluptuosos, pechos turgentes, un par de nalgas de reggetoneras ¿a qué hora somos cerebro, inteligencia y mundo interior? Si nuestros referentes son las generaciones más jóvenes, ¿cómo podemos pensar en nosotras como seres sensuales y atractivos?

La lista de las artimañas para ocultar el irremediable paso del tiempo es interminable. Hay mil formas de distraernos, pero la realidad es que tarde o temprano la carrera contra el tiempo pasará la factura y una misma debe decidir hasta dónde la quiere llevar. Desde cortarse un poco el pelo para verse más joven, pasando por el bótox, los rellenos, las prótesis, los hilos de oro, el lifting, las mechas doradas, los dolorosos masajes y abrasiones en la piel e interminables y muy peligrosos conjuros para dejar de ser lo que somos, seres que acumulan horas de vuelo que se llaman edad. El tiempo no admite engaños ni existen sortilegios que arranquen los efectos de lo que hemos vivido. Nos veremos como nuevas pero viejas, punto.

En el arte el género femenino es un motivo casi obsesivo. Y, no obstante, no es común encontrar el mito fáustico encarnado en una mujer. Existe una ópera del compositor checo Leos Janaceck (1854-1928), llamada el Caso Makropulos. Es la historia de los trescientos años que vivió Emilia Makropulos. Una ópera cuya fuerza sonora nos traslada a lo mejor de Wagner, Puccini, Mahler, pero también Bartok y Schostakovich.

De una belleza arrolladora, sensual y enigmática la talentosa soprano Emilia Marty es una mujer sin tiempo, literalmente. Rodeada de admiradores entre los que se encuentran el joven Janek y su amada Krista, Emilia es depositaria de un secreto ancestral: su padre creó una poción que la hizo inmortal. Ha cambiado de vida asumiendo distintos roles: Elina Makropulos, Eugenia Montez, Ekaterina Myshkin, Elian McGregor y ahora Emilia Martyn; todos sus nombres con las mismas iniciales. Algo que podría resultar envidiable para todas las mujeres es para ella una carga insoportable; después de tres siglos se ha debilitado el efecto de la fórmula secreta y se empiezan a notar los estragos del tiempo. Con una musicalidad disonante, expresionista, llena de color y con claroscuros que nos envuelven en el estado de ánimo del increíble personaje, la voz de Emilia Marty se sostiene en contra de los embates atonales de la orquesta. La tormentosa musicalidad que la antagoniza es como ella misma, una rebelde en contra de los designios del porvenir. Emilia no ve al futuro, no está interesada en conservar la lozanía, anhela un sitio en el que todos esos valores: belleza, juventud, sensualidad, dejen de valer. Quiere descansar de ser ella y para eso debe morir. De nada le sirve el pacto sobrehumano que la privilegia. Solo pide paz y reposo a su alma.

Leos Janaceck exige a esta heroica femme fatale llevar la trama emocional y musical de la puesta; un verdadero reto para la soprano dramática que la interprete; en su obra el autor encarna el enigma humano por excelencia, el pacto cuasi diabólico que otorga la eternidad como triunfo y condena.

Una de las herencias wagnerianas fue la complejidad en la construcción de personajes femeninos. Apenas iniciaba el siglo XX, Strauss con Elektra y Salomé, Dvorak con Russalka cambiaron por completo la forma en la que se concebía a la mujer. Grandes autores como Wilde con Salomé, Schostakovich con Lady Macbeth de Mtsensk y  Alban Berg con Lulú, Lang con María la robot de Metropolis, llevaron al escenario el drama existencial de un género que hasta entonces se caracterizaba por ser víctima y objeto. Mujeres fuertes, de carácter, orgullosas y llenas de vitalidad emulaban a las heroínas de Wagner Isolde y Brunhilde. Arrastrada por un destino impuesto, en El Caso Makropulos, Emilia reta a la existencia y decide libremente. Está sola, lleva una eternidad deambulando sin poder reposar; son trescientos años en los que la historia ha transcurrido con una velocidad increíble, los cambios no han dejado indiferente a la mujer múltiple; lo mismo ha sido cupletista que amante de un rico y ahora cantante de ópera. Pero, además, Emilia Marty representa los primeros años del siglo XX: una fuerza femenina cuyas acciones fueron tan relevantes como las de los hombres. La voluntad y el carácter de mujeres atrevidas capaces de dejar atrás los clichés dieron como consecuencia la liberación de las siguientes generaciones.

Hoy las mujeres con educación tenemos el derecho y la obligación de decidir por nosotras mismas qué esperamos de la vida. Ser heroínas de nuestra propia historia sin dejarnos manipular por los sistemas de consumo, por los hombres, por otras mujeres o ideas retrógradas. También hemos adquirido el compromiso de abogar por nuestro género; ser compañeras de las distintas luchas y la injusticia que las mujeres sin alternativas sufren todos los días. Dejar de renegar y victimizarnos por lo que somos, pensar de una forma más espiritual y compartida tanto con los hombres como con las otras mujeres. Pero si quienes tenemos recursos y acceso a la educación invertimos el tiempo en encontrar el secreto de cómo quitarnos el tiempo, nunca lograremos completar nuestro ciclo de realización ni ser compañeras de otras mujeres, pero sobretodo compañeras de nosotras mismas.

Elina Makropulos muere después de trescientos años de deambular; elige su destino que es dejar atrás la ansiada juventud que le ha cobrado un precio tan alto. La intensidad de la escena final es un acto de expiación para todas las mujeres que aun seguimos siendo víctimas y no heroínas del paso del tiempo.

@suscrowley

Un fragmento de la ópera con la soprano alemana Nadja Michael

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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