Habría que empezar diciendo que esta "dama centenaria, coqueta, antigüita", como la define Luis Eduardo Feher, que fue construida a principios del siglo XX durante los años finales del Porfiriato, cuando el afrancesamiento predominaba entre la élite, tiene un pasado indígena que aún está en pie. La plaza de la Romita, actualmente ubicada a una cuadra del Eje Cuauhtémoc, por la calle Real de Romita, era un antiguo barrio de indios del que aún queda una pequeña iglesia y su atrio a la sombra de dos viejos ahuehuetes.
Por Carlos Augusto Torres
Ciudad de México, 4 de octubre (SinEmbargo).- Hablar de la colonia Roma es hablar de su historia, pero también, como lo demuestra el número 132 de Artes de México, de cultura, pertenencia, recuerdos y, claro está, de un hogar. De esta manera no es casual que la palabra Roma dicha al revés sea amor. La Roma, que es el título de esta edición, es "Un llamado público a la romanofilia". Si bien la revista-libro fue publicada en octubre del año pasado, en sus primeras páginas aparece un párrafo que parece estar escrito para estos días pandémicos y fríos que corren: "En un momento de depresión social y económica, cuando todo y todos por todas partes nos dicen que continuar es imposible, hemos querido lanzar un gesto estético y solidario a nuestra comunidad, reconocernos y conocernos como tal, mostrar nuestra voluntad de persistencia como creadores citadinos, como persistentes ciudadanos". Desde que leí esas últimas dos palabras, no he dejado de rumiarlas en mi cabeza; he vivido mis 25 años en la Ciudad de México y, al igual que todo aquel que haya habitado esta ciudad por mucho tiempo, la Roma tiene una parte importante de mis memorias y de mi corazón como “persistente ciudadano” de este lugar. Considero justo que en este contexto tan oscuro que atravesamos como país, podamos echar una mirada afectuosa a una de las colonias más significativas y luminosas de la capital.
Habría que empezar diciendo que esta "dama centenaria, coqueta, antigüita", como la define Luis Eduardo Feher, que fue construida a principios del siglo XX durante los años finales del Porfiriato, cuando el afrancesamiento predominaba entre la élite, tiene un pasado indígena que aún está en pie. La plaza de la Romita, actualmente ubicada a una cuadra del Eje Cuauhtémoc, por la calle Real de Romita, era un antiguo barrio de indios del que aún queda una pequeña iglesia y su atrio a la sombra de dos viejos ahuehuetes. Este lugar era el centro del pueblo de Aztacalco, islote cerca de Tenochtitlan, y a finales del siglo XIX se hizo célebre por aquellos que le robaban al Fisco, “fingiéndose brujos o nahuales, espantaban a los ignorantes y sencillos indios, a fin de poder introducir sus mercancías sin que nadie los viese ni molestase”. Los habitantes de la Romita tenían una costumbre muy particular: el “martes del carnaval” durante el cual todo el pueblo se juntaba a escenificar una farsa, coloquio, o como quiera llamársele, en el que se hacía un juicio a dos indios que terminaban siendo colgados, en este caso de la cintura, y que significaba toda una gran diversión para la comunidad. La plaza de la Romita siguió siendo un emblema de la colonia: en la película Los olvidados, de Luis Buñuel, podemos encontrar varias escenas que fueron filmadas ahí. También hay que decir que la colonia recibe su nombre de este lugar, ya que uno de los caminos más cercanos al pueblo, el de Chapultepec, tenía semejanza con otro de la ciudad de Roma, Italia, así que la plaza fue nombrada “Romita” y, posteriormente, al ir creciendo la ciudad, la colonia entera adquirió el nombre de Roma. José Emilio Pacheco escribe sobre la Romita en Las batallas en el desierto, una de las novelas por excelencia de esta colonia: “Romita era un pueblo aparte. Allí asecha el Hombre del costal, el gran Robachicos. Si vas a la Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del costal se queda con todo. De día es un mendigo, de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas”.
Antes de que fuera poblada por las elegantes casas afrancesadas y los palacetes de finales del Porfiriato, durante 1913, cuando aún era una colonia llena de árboles, el periodista Rafael López escribió en El mundo ilustrado que “No es ni abiertamente elegante ni francamente burguesa. Es una colonia de transición. Dicen que viven en ella los ricos que han venido a menos y los pobres que van a más.” Y, aunque esta imagen de colonia de transición ya no lo parezca más, hay elementos que nos comunican una idea de comunidad que permanece a través de los años. Uno de los mejores ejemplos es el Mercado de Medellín —abordado en esta revista por Lydia Carey—, ubicado en la colonia Roma sur, aquí la tradición del marchante y del pilón se conserva y se practica. Cada nueva oleada de recién llegados a la colonia ha dejado su marca en el mercado, originarios de todas partes del mundo, han provocado que diversos productos ahora puedan ser encontrados aquí: recado negro, queso de bola, Cerveza Bucanero, maíz dulce importado, chicharrón estilo colombiano, mate argentino, etcétera. Todos representan la mezcla que es la colonia, una mezcla que convive en el mismo lugar y se convierte en el alma de la Roma.
Imposible es no mencionar la historia literaria de la colonia Roma. Muchos escritores hicieron de sus calles parte importante de su vida y obra. Entre los extranjeros hay que mencionar a Jack Kerouac, quien situó dos de sus libros ahí: Orizaba 210 blues y Tristessa. También es muy famosa la trágica historia de William Burroughs en la calle de Monterrey 122, cuando mató a su esposa, tras un intento fallido ala manera de Guillermo Tell. En esta revista, es Bef quien ilustra esta historia.
Entre los escritores nacionales que vivieron en la Roma, destacan cuatro: Ramón López Velarde, Juan Rulfo, Sergio Pitol y José Carlos Becerra. Abordabo en esta edición por el escritor José Luis Trueba Lara, sabemos que del primero se hizo un museo su última casa, ubicada en la avenida Álvaro Obregón 73, lugar donde ahora está ubicada la Fundación Casa del Poeta, espacio dedicado a la difusión de la poesía y a preservar la memoria del poeta zacatecano. Por su parte Rafael Vargas nos cuenta que Juan Rulfo habitó un modesto departamento en Insurgentes sur 470, donde viviría cinco años entre 1962 y 1967, tiempo en el que se dedicó a trabajar en su novela inconclusa e inédita llamada La cordillera y en el que nació el menor de sus cuatro hijos, Juan Carlos. De Sergio Pitol, Vargas nos documenta que éste utilizó el departamento donde vivió en septiembre de 1980, el Edificio Río de Janeiro, mejor conocido como “Casa de las Brujas”, como escenario para su novela El desfile del amor, novela ganadora del Premio Herralde de novela 1984. En su novela, Pitol describe a la colonia: “Hay algo triste y sucio en ese rumbo que hasta hacía poco lograba sostener aún ciertos alardes de elegancia, de antigua clase poderosa, maltratada pero no vencida”. El poeta tabasqueño José Carlos Becerra, nos cuenta Vargas, llegó aún siendo muy joven a la colonia Roma: ahí cumplió los veinte años y la llegada a la colonia significó para él “la transformación del adolescente provinciano en un joven adulto más refinado y cosmopolita”. Él habitó en una casa de huéspedes en la calle de Manzanillo, testimonios de Rafael Vargas dicen que en su cuarto sólo había “una silla, un colchón y un clóset lleno de suéteres”. Siguiendo con las coincidencias, parece nada gratuito que el último poema que escribió Becerra se titule “Roma”. Y es que con esta colonia, como con los grandes lugares que significan tanto para nosotros, no existen las coincidencias, sino que se reafirma el dicho popular de que “todos los lugares llevan a [la] Roma”, porque la Roma, desde su primera aparición, surgió con toda la fuerza y la calidez de un hogar que siempre le abre las puertas a quien quiera entrar. Si mencionamos tantos temas a vuelapluma, es porque este ejemplar de Artes de México cumple con su objetivo de ser una carta de amor a esta parte de la ciudad, y es un llamado a todo aquel que quiera sentirse un poquito más cerca de la Roma, a que lo haga a través de sus páginas.