Es un ejemplo de cómo la violencia ha ido simplemente mutando de de territorios en México, aunque sí ha cambiado en un aspecto, y es que ahora "atraviesa todas las clases sociales", algo que cuenta la película.
Por Alicia García de Francisco
San Sebastián (España), 22 septiembre (EFE).- "La violencia en México nunca disminuye, solo se va cambiando de sitio". Así de rotunda se muestra la realizadora Fernanda Valadez en una entrevista con Efe en el Festival de San Sebastián (España), donde presenta Sin señas particulares, una dura historia de ficción que "bebe de la realidad".
Una cinta que explora la violencia con la que viven en México, donde las muertes ni siquiera han disminuido durante la pandemia, explica Valadez sobre un trabajo que compite en la sección Horizontes Latinos y que en 2019 pasó por Cine en Construcción, el apartado de San Sebastián para los proyectos que necesitan ayuda financiera en la fase de postproducción.
En enero de este año ganó el premio del público en el Festival de Sundance (EU), lo que le dio un fuerte impulso a la película, que junto con el apoyo de San Sebastián, ha permitido que la cinta ya haya tenido recorrido por algunos certámenes online.
Valadez y Astrid Rondero -productora y con la que forma un tándem cinematográfico- se inspiraron en varios eventos para escribir la historia de Sin señas particulares, especialmente en las dos masacres de San Fernando, en Tamaulipas, en 2010 y 2011, una zona que se convirtió "en una especie de Triángulo de las Bermudas", donde las desapariciones eran la norma.
Estos dos hechos "nos hicieron despertar", reconoce Valadez, que empezó a dar forma a la película en 2012.
En aquel momento la situación en su Guanajuato natal, donde quería rodar, era mucho más segura.
"Guanajuato expulsa a muchos migrantes, esa es una realidad, pero era bastante seguro hasta hace unos años, por eso queríamos filmar la película allí", explica Valadez, que recuerda que pasado un tiempo, porque tardaron en conseguir la financiación para la película, "Guanajuato se convirtió en el nuevo Tamaulipas".
Es un ejemplo de cómo la violencia ha ido simplemente mutando de de territorios en México, aunque sí ha cambiado en un aspecto, y es que ahora "atraviesa todas las clases sociales", algo que cuenta la película.
Pese a todo, hay espacios en México donde se puede hacer una vida "relativamente normal, sin miedo a balaseras", afirma la directora, que sin embargo reconoce que durante el rodaje el equipo tuvo que estar muy protegido por las autoridades del Estado.
"Creo que nos protegió el hecho de ser mujeres, que no parecíamos una amenaza", dice Valadez, que también achaca la falta de problemas durante la filmación al hecho de ser ella de allí y conocer a la mayoría de las personas de la zona de Guanajuato donde rodaron.
Aunque echando la vista atrás se da cuenta del riesgo que corrieron y recuerda cómo un ayudante de producción abandonó el proyecto para no tener que desarrollar su trabajo por la noche.
Sin señas particulares se centra en dos personajes: Magdalena (Mercedes Hernández), una madre que emprende un difícil viaje hacia la frontera de Estados Unidos en busca de su hijo, desaparecido cuando trataba de cruzarla, y Miguel (David Illescas), un joven recién deportado y que lleva el camino contrario.
Los dos personajes se encuentran en ese territorio en el que se cruzan los que van y los que vuelven, rodeados de las mafias que se aprovechan de los migrantes y los policías de la frontera.
Una historia sencilla en términos estructurales -el equipo se redujo al mínimo tras un recorte de presupuesto para poder rodar más tiempo- que la acerca estéticamente a un documental.
Y aunque se trate de pura ficción, sí hay partes de la historia que podrían ser un verdadero documental, como el regreso de Miguel a México. Un paso por la frontera que la realizadora tuvo que rodar sin permiso porque los trámites burocráticos se eternizaban.
Eran ella, la responsable de Fotografía y el actor. En el lado mexicano de la frontera les esperaba Astrid Rondero, con todos los papeles que demostraban que estaban filmando una película, por si había problema, recuerda Valadez con una media sonrisa.
Rodada en 2018 y con la colaboración de mucha gente -desde jóvenes de las comunidades en las que grababan hasta su madre, en el papel de una doctora-, Valadez se siente más que satisfecha con su primera película, que cumple su objetivo como cineasta: cuestionar la realidad y hacer preguntas.
Y ya prepara la siguiente película de Rondero, que ella produce, y buscan hacerse un hueco en el panorama cinematográfico mexicano, que tras 20 años de buenas ayudas, ha entrado en una grave crisis porque el dinero se ha quitado del cine a causa de la pandemia.
"No entiendo a este Gobierno de izquierda (de Andrés Manuel López Obrador) que tanto nos entusiasmó y que adopta recortes brutales en la cultura", lamenta.