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Francisco Ortiz Pinchetti

17/07/2020 - 12:04 am

La industria del anti COVID-19

Los productos anti COVID-19 invaden también, publicitariamente hablando, periódicos, revistas, sitios digitales. Colman el Internet y se cuelan por Twitter o Facebook e Instagram. Se les encuentra en portales de venta en línea, como Mercado Libre o Amazon.

Hay cubrebocas elegantes, coquetos, prácticos, delicados, fashion, pícaros, con parabrisas, retro, chistosos, bromistas: de Batman, monstruo, puma, momia, Frankenstein, monja… Foto: Cuartoscuro.

La pandemia que nos azota no solo es enfermedad, congoja y muerte. También es negocio. Para muchos. La lucha contra la COVID-19 ha generado toda una industria. Desde empresas trasnacionales de renombre mundial hasta modestos fabricantes y vendedores informales participan en ella. Ofrecen una variedad cada día mayor de productos de protección y prevención de contagios, eficaces o no, ciertos o falsos.

Hay mascarillas, cubrebocas, geles antibacteriales, pulseras surtidoras, sandalias, purificadores, goggles, micas, espray, protectores faciales, ganchos ajustables, equipos portátiles de oxígeno, tapetes sanitizantes para calzado, generadores de ozono, gafas protectoras, cremas desinfectantes, termómetros infrarrojos, oxímetros, paliacates, productos de limpieza, uniformes para personal médico, cubrebotas.

Destacan, por su abundancia y variedad, los tapabocas, cuyo uso se ha generalizado en gran parte de la República mexicana a pesar de las dudas y contradicciones de las autoridades sanitarias y de la terca resistencia del Presidente de la República a utilizarlo.

¡Se han vuelto una moda!

Hay cubrebocas elegantes, coquetos, prácticos, delicados, fashion, pícaros, con parabrisas, retro, chistosos, bromistas: de Batman, monstruo, puma, momia, Frankenstein, monja… Hay de tela de algodón, satín, cuero, mezclilla o fibras sintéticas; sencillos, dobles, triples, reforzados, reusables, combinados con acrílicos, impermeables, lavables, desechables.
Y de todos los colores: azul, negro, blanco, rojo, naranja, verde. Hay también infantiles, con figuritas de Walt Disney o de animalitos, de osito, de perro, de gatito. También hay artesanales, de manta y bordados, algunos francamente folclóricos.
Se venden en farmacias, tiendas de autoservicio, almacenes de ropa; pero también en las estaciones y vagones del Metro, en la esquina, en plena calle, en los tianguis y mercados públicos, sueltos, por docena, por ciento, en paquetes. Sus precios oscilan entre los seis y los ochocientos pesos por pieza.

Los hay que presumen la calificación N95, y otros que incluso aseguran que son más eficaces, como las mascarillas de vinil que cubren el rostro completo. Algunos son convertibles, para diferentes ocasiones y circunstancias, y otros tienen características especiales de fijeza para ser usados por los trotadores en los parques. Hay tipo “árabe”, que cubre toda la cabeza y parte del cuello y otros emulan el pasamontañas del subcomandante Marcos, incluso con las siglas EZLN aplicadas en rojo y negro.
Los productos anti COVID-19 invaden también, publicitariamente hablando, periódicos, revistas, sitios digitales. Colman el Internet y se cuelan por Twitter o Facebook e Instagram. Se les encuentra en portales de venta en línea, como Mercado Libre o Amazon.

En un diario encontré un publi reportaje a plana entera sobre los aparatos generadores de ozono a partir del aire ambiental, para desinfectar interiores y prevenir contagios. Ahí mismo se promocionaban dos empresas dedicadas a la sanitización, otra de tapetes desinfectantes y una más que ofrece diagnóstico y prueba de anticuerpos para COVID-19.

En la tele, los publis nocturnos ahora alternan la promoción de colchones o aparatos para hacer ejercicio en casa con los tapetes desinfectantes para calzado, que ponen a su hogar a salvo de la infección del coronavirus.

Y eso es la más preocupante, grave a veces: el uso de información incompleta, dolosa o falsa para apoyar la venta de los productos. Es frecuente que se invoque a investigaciones supuestamente realizadas en universidades de fama internacional, o se avale algún producto con el argumento de que es “recomendado” por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Quizá nada me sorprendió tanto como encontrarme con que una afamada marca de lencería femenina, la Victoria’s Secret, luego de verse obligada a cerrar 250 tiendas alrededor del mundo, recurre ahora para salvarse de la quiebra a la fabricación de cubrebocas femeninas de exquisita y sugerente textura, en tonos pastel.

Pone la nota de referencia:

“Hoy en día los cubrebocas son una necesidad de primera clase para que podamos retomar poco a poco la nueva normalidad que se está imponiendo alrededor del mundo. Siendo así, no es ninguna sorpresa que las marcas se unan a la tendencia de vender este producto para salvarse de la crisis, especialmente considerando el impacto tan fuerte que ha tenido el sector de retail.

“En esta ocasión, la marca Victoria's Secret se ha subido a la tendencia y ha sacado a la venta su propia línea de mascarillas, esperando que sus clientes los encuentren como la mejor opción en un mercado tan cotizado. Los cubrebocas están a la venta por 213 pesos mexicanos, sea cual sea el modelo de tu elección. La tela es ligera y 100% respirable, de grado no quirúrgico y con correas ajustables a tu rostro. También cuenta con alambres alrededor de la nariz para un ajuste más preciso”.
Asegura la propaganda respectiva que con esas características, se adoptan a las advertencias, recomendaciones y necesidades de las autoridades para evitar contagios de la COVID-19.

Toda esa promoción publicitaria está libre de cualquier supervisión gubernamental, por supuesto. No hay autoridad que revise y apruebe o rechace los contenidos, aun en los casos en que evidentemente las argumentaciones de venta son falsas.
Lo que parece cierto es que nos tendremos que acostumbrar poco a poco a esta nueva realidad, incluida la conversión de recursos como los cubrebocas en prendas de vestir tan cotidianas como la falda, la blusa o el pantalón. Válgame.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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