El coronavirus es invisible, pero parece estar en todas partes. Si bien es necesario un contacto estrecho para su contagio, se ha esparcido por el mundo más rápido que ninguna otra pandemia en la historia, causando un descalabro económico similar al de la depresión de la década de 1930 y más de 570 mil muertes hasta ahora.
Por Adam Geller y Malcolm Ritter
NUEVA YORK (AP).— ¿En qué consiste este enemigo?
Siete meses después de la hospitalización en China del primer paciente con una infección que los médicos jamás habían visto, el mundo se encuentra en una encrucijada.
Luego de innumerables horas de tratamientos, investigaciones y ensayos es posible ahora tener una idea un poco más precisa del nuevo coronavirus. Para aprovechar ese conocimiento, no obstante, es importante admitir nuestras vulnerabilidades.
“Es como si estuviésemos enfrentando algo que no podemos ver, de lo que no sabemos nada, que no sabemos de dónde viene”, dijo Vivian Castro, supervisora de enfermeras en el St. Joseph’s Medical Center de Yonkers, Nueva York.
El coronavirus es invisible, pero parece estar en todas partes. Si bien es necesario un contacto estrecho para su contagio, se ha esparcido por el mundo más rápido que ninguna otra pandemia en la historia, causando un descalabro económico similar al de la depresión de la década de 1930 y más de 570 mil muertes hasta ahora.
Ni siquiera esas cifras reflejan el alcance de esta pandemia. Nueve de cada diez estudiantes en todo el mundo sufrieron el cierre de sus escuelas en algún momento. Se suspendieron más de 7 millones de vuelos. Las celebraciones y los funerales fueron cancelados o replanteados por temor a contagiarse.
Resumiendo, el coronavirus trastornó la vida diaria. Y para combatirlo, hay que conocer al enemigo. Ese conocimiento es el primer paso en lo que se perfila como un largo camino hacia la normalidad.
“Hay luz al final del túnel, pero es un túnel muy, muy largo”, comentó el doctor Irwin Redlener, director del Centro Nacional de Preparación para Desastres de la Universidad de Columbia.
“No hay dudas de que vamos a tener que adaptarnos a un nuevo estilo de vida. Esa es la realidad”.
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El nuevo coronavirus es unas mil veces más estrecho que un cabello humano. Pero los microscopios electrónicos permiten ver que es un enemigo bien armado.
Los coronavirus, incluido el más nuevo, cuentan con brazos delgados que cubren su superficie como una corona. Esos brazos puntiagudos se aferran a las paredes exteriores de las células humanas, las invaden y se reproducen, creando más virus que invaden más células. Si se encuentra la forma de contener esos brazos, se detiene el virus.
Adentro de las células humanas, el ARN (ácido ribonucleico, el código genético), controla su maquinaria y da instrucciones pare generar miles de copias del virus.
El coronavirus, no obstante, tiene puntos débiles: Una membrana exterior que puede ser destruida por un jabón ordinario. Eso neutraliza el virus y es la razón por la que los expertos insisten en el lavado de manos.
Hay cientos de coronavirus, pero se sabe de solo siete que afectan a las personas. En el 2002, uno de esos virus, el SARS, que causa severos trastornos respiratorios, surgió en China y mató a más de 700 personas.
El nuevo coronavirus resulta un acertijo que tiene atareada a la comunidad científica.
“Básicamente, todo el mundo es susceptible”, dijo Thomas Friedrich, investigador de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Los científicos están convencidos de que la enfermedad se originó en murciélagos y puede haberse transmitido a través de otros animales. Las autoridades chinas aislaron totalmente la ciudad de Wuhan, donde se diagnosticó por primera vez el virus, a fines de enero.
Pero más de 100 mil vuelos comerciales diarios facilitaron su rápida propagación en forma casi invisible, según el historiador médico Mark Honigsbaum, autor de The Pandemic Century: One Hundred Years of Panic, Hysteria and Hubris (El siglo pandémico: Cien años de pánico, histeria y soberbia).
“Cuando nos dimos cuenta del brote en Italia, ya llevaba dando vueltas semanas, si no meses”, expresó.
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Desde febrero, cuando el doctor Daniel Griffin empezó a tratar pacientes que se sospechaba tenían la COVID-19, ha visto a más de mil personas con la enfermedad, que ataca los pulmones pero no se queda allí.
“Pareciera que el virus no deja nada sin tocar”, dijo Griffin, especialista en enfermedades infecciosas del Centro Médico de la Universidad de Columbia en Nueva York.
Los pulmones son, de hecho, la zona cero, y muchos pacientes tienen dificultades para respirar. Las autopsias revelan que a veces los pulmones de los contagiados pesan más que lo normal.
“Cada autopsia nos puede decir algo nuevo”, declaró la doctora Desiree Marshal, patóloga de la Universidad de Washington.
El coronavirus sigue planteando nuevos interrogantes. Dejó fláccidos los corazones de dos cuarentones tratados recientemente por Griffin, incapaces de bombear suficiente sangre. Algunos jóvenes llegan a salas de emergencia tras sufrir derrames cerebrales motivados por coágulos sanguíneos.
A otros pacientes les dejan de funcionar hígados y riñones, y los coágulos sanguíneos generan el peligro de amputación de algunos miembros.
“Es difícil porque surgen tantos problemas y hay tantos pacientes”, dijo Stuart Moser, un cardiólogo de Nueva York.
Además de estudiar el virus, los científicos se enfocan en los genes de los pacientes que infectan. Y están encontrando una desconcertante anomalía: ¿Por qué el coronavirus se ensaña con personas saludables y no afecta a otras?
Tampoco está claro por qué no afecta tanto a los menores.
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Los últimos meses dejaron en claro cuáles son los principales interrogantes.
¿Puede volver a contagiarse alguien que ya se infectó una vez?
El doctor Anthony Fauci, principal experto en enfermedades infecciosas del gobierno estadounidense, dijo que un contagio puede dar cierto grado de inmunidad, pero que no está claro cuánto ni por cuánto tiempo.
Si la gente puede portar el virus sin tener síntomas, ¿cómo se hace para impedir la transmisión?
La realidad es que mucha gente infectada nunca sentirá síntoma alguno ni se enfermará, lo que quiere decir que el control de temperaturas y otras estrategias que giran en torno a los síntomas no bastan para frenar el virus. Numerosos expertos creen que es vital realizar tantas pruebas como sea posible para detectar los portadores asintomáticos, aislarlos y rastrear a las personas que puedan haber contagiado. Los tapabocas y el distanciamiento social ayudan a prevenir infecciones.
¿Se encontrarán medicinas para tratar la enfermedad?
Se están haciendo cientos de estudios, con medicinas conocidas y otras experimentales. Hasta ahora solo una --un esteroide común llamado dexamethasona-- ha aumentado las tasas de supervivencia.
¿Cuánto tomará encontrar una vacuna?
Científicos de más de 150 laboratorios se abocan a esa tarea y hay casi dos docenas de candidatas en distintas etapas de ensayos. Pero no hay garantías de que funcionen. Para comprobar si realmente sirven, será necesario ensayarlas en miles de personas en sitios donde el virus se está propagando.
La Organización Mundial de la Salud pidió que cualquier vacuna sea distribuida equitativamente entre países ricos y pobres, aunque no está claro si eso sucederá.
Tampoco está claro hasta qué punto las vacunas resolverán el problema tomando en cuenta que mucha gente se niega a ser inoculada, a menudo impulsada por informaciones falsas.