Hoy, a 88 años exactos de su natalicio y a casi tres décadas del fallecimiento de Truman Streckfus Persons, mundialmente conocido bajo el nombre de Truman Capote (apellido que adoptó de su padrastro cubano), ese carácter profundamente realista, los recursos como el misterio y el refinamiento literario con los cuales puso de manifiesto las oscuras profundidades psicológicas del sistema norteamericano, siguen cautivando. Allí están, como testimonio, los caracteres inquietantes que aparecen en la más famosa de sus obras A sangre fría (1966). Obra que impulsó el género no-ficción o reportaje de investigación, en el que se mezclan hechos reales de una masacre ocurrida en Kansas con la imaginación creativa de Capote.
El rechazo de sus padres fue la sombra que lo acompañó desde muy temprana edad, cuando ellos lo abandonan a merced de sus tíos y primos. Así, sus vivencias de infancia en las que figuran el lazo fraternal con su primo Sook, la mala relación con su madre Lillie Mae Faulk y las aspiraciones de ésta por pertenecer a la alta sociedad, el contraste entre la vida del sur de Estados Unidos y la de Nueva York, aunado a los temas de índole sexual de la vida de Truman, son la materia prima que aparecen a lo largo de sus obras más destacadas.
Truman tenía una sensibilidad especial y una facilidad para captar la verdad subyacente de la vida real. Esta gran habilidad fue la brújula que lo guió al escribir Desayuno en Tiffany´s. Pero fue ese mismo carácter claridoso, de decir la verdad a raja tabla, el que hizo que sus amigos de sociedad le voltearan la espalda. Este hecho, para Capote, fue tan traumante y deprimente que lo sumió en el alcoholismo, la drogadicción y la auto alienación, de la cual sólo salía esporádicamente para sacar a la luz su cada vez más excéntrico comportamiento.
Quién mejor que el mismo Capote para describir su vida. En el Prefacio de “Música para camaleones”, decía: “Mi vida – como artista, por lo menos – puede ser proyectada en un gráfico con la misma precisión que una fiebre, registrándose altos y bajos, ciclos específicamente definidos”. Y es esa misma sensación de “fiebre” contagiosa, quizás, la que posiblemente experimentamos al leer, vivir y sentir las obras de Truman Capote.
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