“Tengo ollas”, ofrece una mujer vieja a mitad de la calle sin pavimentar. Al mediodía el calor aturde y el sol encandila, tal vez por eso es difícil recordar su mirada, si acaso queda una conciencia del cuenco oscuro de sus ojos, una visión casi fantasmagórica, y junto con ella aparecen más vendedores haciendo la misma extraña afirmación. Cuando un visitante llega a Mata Ortiz, en Chihuahua, se corre una voz inaudible y la gente sale en busca de clientela.
En la entrada del pueblo está todavía la Estación Pearson, inaugurada en 1910 y que fue el motor de la vida cotidiana. Ahora sus puertas no se abren para las locomotoras, es un centro de exposición de unas ollas esculpidas y pintadas a mano, en su mayoría de colores rojo y negro, tapizadas de diminutos detalles que forman figuras, así es la alfarería de Mata Ortiz que ha sido denominada por el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías como ícono de la cultura popular mexicana y desde hace alrededor de 50 años se convirtió en el nuevo motor de la vida cotidiana.
En esta región es fácil divisar las montañas, sólo se necesita levantar la vista para que sobresalga el color granate que también se impregna en algunas ollas. Cerca de la estación del tren hay una casa modesta, la puerta entreabierta deja ver una sala sencilla con un par de sillones y fotografías amarillentas, pero en otro cuarto, que está divido por una cortina, hay una colección valiosa: es la obra de Juan Quezada (1940), quien comenzó con las ollas en los 60 y le dio su vocación alfarera al pueblo, que se convirtió en el centro cerámico más importante del norte de México.
“Un día vino uno de Estados Unidos y me dijo, no pos yo creía que vivías en un palacio. Pues este es un palacio para mí, si la demás gente no lo ve así, ni modo”, cuenta Juan sentado bajo una plana de un diario enmarcada en la que elogian su trabajo. Esta no es la única propiedad del alfarero, posee un rancho que da la misma sensación que “La media luna” de Juan Rulfo, hasta donde alcanza la vista, sigue siendo propiedad de Quezada.
Aun cuando en 1999 se ganó el Premio Nacional de Ciencias y Artes, Juan considera un fraude que lo llamen “maestro” o “artista”. Se define como ese burrero que nació en la pobreza, en el último eslabón de la escala social de la industria del ferrocarril, vendía leña. Fue en sus expediciones por las montañas que se encontró una cueva con un entierro prehispánico, él era un adolescente todavía. Había dos cuerpos, junto a ellos estaba un nicho de piedra sobre el que reposaba una olla amarilla y al norte de la tumba se encontraba otra de color blanco. Le parecieron tan bonitas que decidió copiarlas; la intuición (… o la genética) le fue marcando la técnica.
Las culturas prehispánicas del norte se caracterizaron por su arquitectura en forma de laberintos y su alfarería, sus ollas llegaron a utilizarse como moneda corriente, algo no muy distante a lo que pasa ahora. A 10 kilómetros de Mata Ortiz está el sitio arqueológico de Paquimé que fue casa de la cultura homónima.
El destino actual de Mata Ortiz se definió por una casualidad, como suele suceder con los destinos de todos. Alguna de las ollas del burrero terminó en un mercado de pulgas de Nuevo México donde la encontró el antropólogo estadounidense Spencer MacCallum. Viendo lo valioso del trabajo, buscó al autor de los guijarros.
Mata Ortiz está en el municipio de Casas Grandes, al noroeste de Chihuahua. Recibió su nombre actual en 1925 en honor a Juan Mata Ortiz, un lugarteniente del coronel Joaquín Terrazas que luchó contra los apaches.
“Cuando yo comencé con esto dio la casualidad de que era cuando el pueblo estaba ya muy en decadencia, el tren ya no pasaba, había mucha pobreza. Un día llegó Spencer, estaba interesado hasta los huesos, me empezó a dar un dinero cada mes para que yo me dedicara a perfeccionar mi técnica y no tuviera que preocuparme por el abarrote. Así estuvimos hasta que yo junté 85 piezas y nos fuimos un año a recorrer museos en Estados Unidos, sin venderlas ni nada, sólo exhibiendo. Vimos el éxito que íbamos a tener y estábamos locos de contento. Yo creo que si no fuera por eso, Mata Ortiz ya ni aparecería en los mapas”, recordó Juan.
El censo más reciente reveló que es un poblado chico con apenas mil 182 habitantes distribuidos en 352 casas, de las cuales 350 tienen piso de tierra, uno de los indicadores que reflejan que no hay pobreza extrema. Como todo el estado, además, vive el drama de la sequía.
Quezada les enseñó su técnica a sus vecinos, aun con el descontento de su familia: “Mi señora no quería que le dijera a nadie cómo se hacían las ollas. Gente cercana opinaba lo mismo, una vez vino un grupo de gringos a que les enseñara y hasta un político me dijo, y cuando ellos vengan a venderte ollas, ¿con qué se las vas a comprar?”
EL SOL SALE PARA TODOS
Otra vez el tarahumara amaneció desnudo. Esa escultura de yeso de tres metros de altura es blanco fácil para los vándalos que se divierten quitándole el taparrabos. Fue instalado como anuncio de la tienda de artesanías La Teporaka, en Nuevo Casas Grandes, ciudad que está en el mismo municipio que Mata Ortiz, a 30 kilómetros del pueblo. Al entrar las dos dependientas se muestran atentas con los turistas, ya no es como hace 10 años cuando los compradores abundaban, el espacio que habían destinado para dar talleres a los visitantes sobre cómo se hacen las ollas de Mata Ortiz, ahora se convirtió en bodega de “tiliches”; con la inseguridad el turismo que los guijarros atraía, prácticamente desapareció.
Juan enseñó a sus vecinos su técnica bajo la filosofía “el sol sale para todos”, pero en Mata Ortiz calienta a cada uno de forma diferente. La mayoría de la gente se dedica a elaborar guijarros pero sólo una decena de alfareros, junto con Juan, lograron darle valor a su trabajo y su firma vende, aunque la mayoría de sus compradores es estadounidense.
“Depende mucho de cómo te manejes. Ahora como está la situación en México con la inseguridad y la economía mundial sí ha bajado mucho la venta de artesanía que no tiene el mayor reconocimiento, ellos le vendían a los turistas que dejaron de venir. Si tu trabajo es más reconocido, siempre va a haber mercado. Yo lo veo en nuestro caso, en los últimos tres años que la economía ha estado bien mala, el precio de nuestras piezas se ha incrementado. La gente que compra arte, compra arte caro, y a la gente que compra arte caro la economía no le afecta tanto”, el que habla es Diego Valles (30 años), quien es parte de la segunda generación de alfareros y en 2010 ganó el Premio Nacional de la Juventud. Su trabajo lo ha llevado a Berlín, Los Ángeles, Nueva York y varios de los estados estadounidenses que colindan con la frontera norte de México.
Diego y sus coetáneos, jóvenes de entre 27 y 35 años, vieron a sus padres abandonar las labores del campo para aprender la alfarería. Laura Bugarini (32 años) es hija de una alumna de Juan y su técnica le ha valido para que entre los coleccionistas se hable ya del “estilo Bugarini”, que se basa en ollas decoradas con bandas circulares y mucho detalle.
Para que una pieza sea considerada de Mata Ortiz tiene que hacerse con el barro de la región, se moldea a mano y se pule con una lija para quitarle las imperfecciones. Después se decora, los pinceles son de cabello natural y la tintura también sale del barro local, los colores tradicionales son el rojo y el negro y el diseño de las formas se llaman “mimbres” y “paquimés”. Al final, la pieza se cuece a fuego vivo. Los nuevos alfareros están experimentando con las formas contemporáneas y realizan ollas con cortes inusuales.
“Una vez vino un señor a comprarme ollas y me preguntó por el precio de una que tenía ahí, estaba sencilla. Le dije mil, sin especificarle más nada. Él sacó pesos para pagarme, a mí me dio mucha pena pero le tuve que especificar que eran dólares”, contó Laura Bugarini sentada en la sala de su casa, un inmueble con estilo estadounidense que contrasta con la arquitectura sencilla de las viviendas que la colindan.
“SOMOS ARTISTAS CONTEMPORÁNEOS”
Cuando era adolescente, los juegos de Diego Valles eran inusuales: se iba con sus vecinos a sacar barro para hacer ollas. Desde siempre se interesó por el oficio pero sin tomárselo muy en serio. Creció, se metió a la universidad, cursó la carrera de Ingeniería, se graduó con uno de los 40 mejores promedios a nivel nacional y tomó una decisión radical: se dedicaría de lleno a la alfarería.
Es uno de los principales impulsores para que las ollas de Mata Ortiz dejen de verse como artesanía: “Hay quienes se llaman artistas sólo porque hacen dos rayas feas sobre un lienzo y luego dicen que su técnica es blanco sobre blanco, que es abstracto. Nosotros queremos que en 10 ó 15 años los de Mata Ortiz seamos reconocidos como artistas contemporáneos con raíces prehispánicas, eso es lo que somos, utilizamos la técnica de los paquimés para crear”.
Además, junto con su esposa y cuatro matrimonios más encabeza el colectivo Mata Ortiz Grupo 7; no sólo heredaron el oficio de Juan Quezada, también sus ganas de ayudar a la comunidad. Nació con el objetivo de donar ollas para financiar estudios universitarios de jóvenes de Mata Ortiz. En este periodo escolar pagaron la inscripción de los primeros 15 nuevos estudiantes en carreras como Ingeniería Civil, Educación, Mercadotecnia, Enfermería, entre otras.
Su proyecto más reciente es construir un monumento de bienvenida al pueblo, con el afán de reflejar la riqueza alfarera con la que cuentan. Para ello están organizando la rifa de una Colección de Cerámica de Mata Ortiz, para la cual, 10 alfareros donaron una pieza. El boleto cuesta 50 dólares y el certamen se realizará el 7 de octubre de 2012. Cada ticket se pondrá dentro de una tómbola y el tercero en salir será el único ganador.
Mientras tanto, gracias a sus ollas, Mata Ortiz sigue siendo un pueblo mexicano que aparece en el mapa.