Mientras el coronavirus se propaga por México, el Presidente —conocido popularmente como AMLO— ha rechazado cuarentenas generalizadas y presionó para mantener la economía en marcha. Ha empleado la pandemia para justificar un relajamiento en las protecciones ambientales y promovió proyectos de infraestructura centrados en el petróleo a pesar del colapso de los precios del crudo. Se ha resistido tanto a los programas de estímulo económico como a la expansión de las pruebas de detección de COVID-19 y del seguimiento de los contagios.
Por Mark Stevenson
Ciudad de México (AP).– Cuando Andrés Manuel López Obrador logró la Presidencia de México tras años de pedir un cambio, muchos esperaban un líder transformador que llevara al país hacia la izquierda en un momento en el que gran parte de Latinoamérica daba un giro a la derecha. Sin embargo, en muchos sentidos, López Obrador está gobernando como un conservador: recortes en el gasto, grandes inversiones en el desarrollo de combustibles fósiles y colaboración con Estados Unidos para frenar el flujo de migrantes que se dirigen hacia el norte.
Mientras el coronavirus se propaga por México, el Presidente —conocido popularmente como AMLO— ha rechazado cuarentenas generalizadas y presionó para mantener la economía en marcha. Ha empleado la pandemia para justificar un relajamiento en las protecciones ambientales y promovió proyectos de infraestructura centrados en el petróleo a pesar del colapso de los precios del crudo. Se ha resistido tanto a los programas de estímulo económico como a la expansión de las pruebas de detección de COVID-19 y del seguimiento de los contagios.
López Obrador está reanudando sus característicos viajes por las zonas rurales del país a pesar del récord de enfermos y decesos por el virus.
Tras un paro de actividades económicas de dos meses, el dirigente retomó el lunes las visitas a las provincias. En Cancún e Isla Mujeres, visitó una base de la Marina y presidió una ceremonia que marcó el inicio de la construcción de un tren turístico que unirá los balnearios playeros con las ruinas mayas en la península del Yucatán. Su única concesión a la pandemia es que ya no camina entre las multitudes de seguidores, besando niños y recibiendo abrazos.
Cuando no está de gira, López Obrador emplea las redes sociales y sus conferencias de prensa diarias para dominar el ciclo informativo y calificar cualquier posible crítica como parte de una conspiración. Muchos observadores ven similitudes con la estrategia de comunicación de su homólogo estadounidense Donald Trump.
“Son muy parecidos”, dijo Federico Estévez, profesor de Ciencias Políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México.
Cuando a López Obrador no le gusta lo que muestran las estadísticas, no tiene reparos en cambiarlas. Recientemente sugirió sustituir el Producto Interno Bruto, que no ha registrado crecimiento alguno en más de un año, por un índice de “bienestar” que mida la “felicidad”.
“Vamos a preguntarle a la gente sobre no sólo la cuestión material, sino sobre otros factores (como) el bienestar del alma, y no sólo el bienestar material”, dijo el Presidente la semana pasada.
Sobre el coronavirus, México dice que está realizando muy pocas pruebas diagnósticas de forma deliberada. Se han efectuado apenas 250 mil tests en un país de más de 125 millones de habitantes —menos de 2 por cada mil personas—, lo que lleva a los críticos a afirmar que las cifras de la COVID-19, la enfermedad causada por el virus, están muy lejos de la realidad.
“El Gobierno mexicano, quizá a diferencia de muchos otros, acaso la mayoría, ha dicho que no tiene como propósito de la vigilancia epidemiológica el contar todos y cada uno de los casos”, dijo Hugo López-Gatell, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud y la cara visible del Gobierno en la lucha contra el virus. “No nos interesa porque es inútil, costoso e inviable”.
Ante la duda de elegir entre una costosa, y probablemente imposible de obtener, cantidad de pruebas o la rápida ampliación de las camas hospitalarias, la elección para AMLO era evidente: las camas.
Su único objetivo declarado en la pandemia es “que no nos rebasara, que no se saturaran los hospitales, que no pudiésemos atender a todos los enfermemos, que no contáramos con espacios de hospitalización, de terapia intensiva”.
Lo más revelador es la información que México esconde: cifras de “exceso de fallecidos” o patrones de decesos de años anteriores que podrían servir para determinar cuánta gente ha muerto este año en comparación con los anteriores por causas como neumonía. En el reporte de esos datos hay una demora de dos años.
El grupo cívico Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad dijo que la estrategia de realizar pocas pruebas “limita la posibilidad de identificar a los supercontagiadores, hombres asintomáticos que dispersan masivamente al virus”, lo que podría suponer un desastre a medida que la economía comenzó a reactivarse el 1 de junio.
En el frente económico, López Obrador ve la pandemia como una oportunidad de profundizar su giro hacia un movimiento nacionalista centrado en el estado que no esté sujeto al escrutinio internacional.
Y, como Trump, el Presidente mexicano ha utilizado el coronavirus para debilitar algunas políticas ambientales. Si el petróleo —el elemento del que estaban hechos los sueños en su estado natal de Tabasco en la década de 1970—está pasando de moda, ¿por qué no cancelar los proyectos de energía renovables que compiten con él? López Obrador sigue adelante con la construcción de una nueva refinería, pese al exceso de capacidad en todo el mundo.
Su amor por el petróleo canceló las compras de electricidad de nuevos proyectos de energía eólica y solar, en parte para salvar a las plantas de combustible de propiedad del Gobierno de la competencia, nació en su primer trabajo gubernamental en la década de 1970. Como jefe de asuntos indígenas, recurrió a la compañía petrolera estatal, Pemex, para ayudar a resolver la falta de tierras de cultivo en la tierra pantanosa de los indios Chontal. Pidió a Pemex que le prestara una barcaza de dragado y dragara humedales para apilar el suelo en finas franjas de tierra.
“La respuesta para entenderlo es regresar y mirar su ciudad natal”, dijo Estévez, refiriéndose a la pequeña ciudad de Tabasco donde creció López Obrador. “Nunca ha dejado ese mundo. La biografía sí importa... En Tabasco todo es inversión pública... eso es todo lo que ha conocido”.
Sin embargo, mientras el resto del mundo adopta políticas keynesianas aumentando el gasto público, AMLO ha hecho todo lo posible por recortarlo pidiendo a las universidades públicas que devuelvan parte de sus presupuestos, a los científicos que donen parte de sus salarios y a las autoridades federales que se rebajen el sueldo.
El Presidente no ha concedido ampliaciones en el pago de impuestos y, en su lugar, recurrió a préstamos menores para pequeñas empresas y micronegocios. Prometió que no solicitará préstamos y que no tendrá déficits presupuestarios, una posición bastante inflexible dado que México enfrenta una caída del 10 por ciento en el PIB y la pérdida de un millón de empleos este año. También ha enfadado a los inversionistas privados con medidas como la cancelación de nuevos proyectos solares y eólicos, muchos de los cuales ya están construidos.
Según un reporte del Bank of America Global Research “la falta de tests limitará probablemente la demanda de servicios aun cuando se levanten las restricciones, lo que provocaría una recuperación débil. El ejemplo más claro son los servicios relacionados con el turismo”, que en México es la tercera fuente de ingresos extranjeros por detrás de las exportaciones y las remesas.
Sin embargo, la obstinación de López Obrador ha dado resultado en algunas áreas, como cuando limitó el recorte de producción que demandaba la OPEP y cuando la filial de Walmart en México pagó 359 millones de dólares en impuestos atrasados por la venta de una cadena de restaurantes de la firma en 2014. Su popularidad tampoco se ha resentido: según una encuesta telefónica entre 500 personas realizada por el diario El Universal a mediados de mayo, su índice de aprobación seguía en torno al 58 por ciento, como a finales de 2019.
Pero López Obrador sigue siendo muy sensible a las críticas y califica cada llamado a reevaluar sus políticas como una conspiración contra su persona. Recientemente comparó a sus críticos con “buitres”, acusándolos de utilizar las víctimas del coronavirus para desacreditarlo.
Los grupos cívicos dicen que la información de los certificados de defunción —y los relatos de crematorios funcionando muy por encima de su capacidad— indican que el número de muertos por la COVID-19 podría ser hasta tres veces más alto de lo que indican las cifras oficiales.
“Empezaron inventando fallecimientos, luego apostaron a que estábamos ocultando difuntos, luego con escenas de hornos crematorios; todavía hasta hace tres, cuatro días, un periódico habló de que estaban llenos los crematorios”, dijo el mandatario. “(Esto es) muy perverso, de poca ética”.