RESEÑA | La belleza de lo grotesco en Pelea de gallos, de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero

16/05/2020 - 12:04 am

Este libro de relatos aborda los vínculos familiares y sus códigos secretos, las relaciones de poder, los silencios, el abuso. Sus páginas condensan un común denominador en Latinoamérica: la violencia racial, de clase, de género. Pelea de gallos es una herida abierta, llena de soledad, derrota y abandono.

La autora, cuyo estilo es directo como un puñetazo, ha publicado los libros de crónicas Lo que aprendí en la peluquería (2011) y Permiso de Residencia (2013). En 2016 ganó el premio Cosecha Eñe por el relato «Nam», incluido en este volumen.

Ciudad de México, 16 de mayo (SinEmbargo).- En lo grotesco anida una belleza enigmática, a veces obscura, como presenciar despierto las escenas de una pesadilla sin temor ni pánico. Ese efecto tiene uno de los relatos de la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, titulado "Crías" e incluido en su libro Pelea de gallos (Páginas de espuma, 2018). Un texto breve que condensa toda la brutalidad del mundo:

Una mujer recorre a pie la calle en donde creció. Toca la puerta de Vanesa y Violeta, “las vecinas de toda la vida”. Abre un hombre en bata, chanclas y lentes que se acomoda de forma nerviosa sobre el puente de la nariz. Es el único sobreviviente de una familia que se exilió de forma voluntaria. Lo recuerda: es el niño raro que un día abrió la puerta de su cuarto y le preguntó si quería ver una cosa. “[…] y yo le dije que sí porque toda mi vida he querido ver cosas y porque digo que sí a todos los hombres”.

La arrastró al balcón, en donde había una jaula con dos hámsteres. Ese niño raro de entonces le contó que la hembra acababa de tener hijos y que se los había comido. Ella no le creyó hasta que él metió la mano en la jaula y “sacó medio hamstercito, una cosa diminuta y rosada, una patita y un rabo todavía con un poco de sangre y luego una cabeza”. Décadas después, ese niño convertido ahora en un hombre raro, le vuelve a preguntar si quiere ver algo.

“Allí, como si no hubiera pasado el tiempo, un par de hámsteres dan vueltas en una rueda. Enciende la luz, una luz asquerosa, una bombilla sin lámpara y veo que en todas las paredes hay fotos”. Imágenes de escenas amplificadas: hámsteres agigantados devorando, paso a paso, a sus crías. “Las fotos que siempre quise ver están ante mis ojos y son más hermosas de lo que jamás imaginé. Ser que se come a los seres que ha engendrado. Madre alimentándose de sus pequeñas”. Si la literatura se construye de miradas, a los ojos de Ampuero, el hogar también pueder ser un espacio que destruye a las personas.

Pelea de gallos –como escriben los editores– aborda los vínculos familiares y sus códigos secretos, las relaciones de poder, los silencios, el abuso. En sus páginas, también se condensa el sino de latinoamericana, común a los países de la región: la violencia racial, de clase, de género. Poblada de soledad, derrota y abandono, Pelea de gallos es un herida abierta, una agonía prolongada.

De forma intencional, los cuentos llevan por título una sola palabra: «Luto», «Subasta», «Alí». Una estrategia efectiva, una trampa mortal: a través de esa brevedad engañosa, que revela poco de la trama, Ampuero te ahoga en sus páginas, te hunde la cabeza y no te deja salir a flote. Si lo logras, el mundo de afuera adquiere un aspecto macabro, aunque familiar. Su estilo, carente de rodeos, es directo, como un puñetazo. Si bien prevalece la primera persona, Ampuero no renuncia a la exploración estilística. Heredera de Carver, privilegia, más que el knock out, la resonancia de los finales, ese zumbido que inquieta al lector, que no lo deja en paz.

“La voz de María Fernanda Ampuero es dura y hermosa; sus  cuentos son objetos preciosos y peligrosos“, afirma el escritor mexicano Yuri Herrera, otro maestro de la brevedad.

Ampuero es una escritora ecuatoriana radicada en Madrid. En 2016 ganó el premio Cosecha Eñe por el relato «Nam», incluido en este volumen. En 2011 publicó Lo que aprendí en la peluquería y, en 2013, Permiso de Residencia, ambos libros de crónicas.

Cierro el libro sin poder alejar de mi mente las imágenes de los hámsteres devorando a sus crías, esa escena enigmática, que atrae y repele al mismo tiempo: esa belleza de lo grotesco.

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