Registros elaborados por empleados de la maquiladora Regal Planta CASA en Ciudad Juárez, Chihuahua, exponen que en un lapso de 20 días fallecieron nueve de sus compañeros, que hubo y aún hay varios contagiados y que el virus se transmitió al menos en tres familias que tienen identificadas.
Por Itzel Ramírez y Gabriela Minjáres
Ciudad Juárez, Chihuahua, 12 de mayo (La Verdad de Juárez).– Entre las líneas de producción de la maquiladora Regal Planta CASA en Ciudad Juárez, donde se fabrican motores eléctricos y otros componentes mecánicos, se propagó el virus de la COVID-19 con tal nivel de letalidad que a la fecha, de acuerdo con testimonios, no sólo ha causado la muerte de nueve trabajadores, sino que alcanzó y se expandió entre sus familias con resultados fatales.
A 750 metros de Lear Corporation Planta Río Bravo, donde hasta ahora se ha documentado la defunción de 18 trabajadores por coronavirus, el de Regal es el segundo brote con mayor número de víctimas mortales que ha trascendido en esta frontera, donde hay 327 maquiladoras que hasta antes de la pandemia daban empleo a unas 300 mil personas.
Registros elaborados por empleados de la casa armadora indican que en un lapso de 20 días fallecieron nueve de sus compañeros, que hubo y aún hay varios contagiados y que el virus se transmitió al menos en tres familias que tienen identificadas.
Uno de esos casos es el de la familia de Ismael y Santa. Ambos murieron con seis días de diferencia en el Hospital General Regional 66 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), habilitado para atender casos de coronavirus en Ciudad Juárez.
Con más de 25 años de antigüedad en la compañía de origen estadounidense, Ismael –trabajador del departamento de Calidad en el segundo turno– falleció el 28 de abril sin saber que Santa, su esposa, había muerto en el mismo hospital unos días antes, el miércoles 22.
Casados hace 22 años y con tres hijos, Ismael y Santa murieron sin saber la causa ni el origen de su contagio, aunque en sus actas de defunción quedó registrada la duda del resultado de una prueba que todavía no ha sido confirmada: neumonía y posible COVID-19.
Para Eduardo, hijo mayor del matrimonio, la causa de muerte de sus padres es irrelevante ante el hecho de perderlos.
“Si no me lo informaron en todo el tiempo que estuve ahí (en el hospital), no creo que me lo informarán ya”, sentencia el estudiante de ingeniería de 20 años, quien pide cambiar su nombre en esta historia.
Sin tiempo de sopesar la tragedia. Metido en idas y venidas, Eduardo se ha encargado de contratar servicios funerarios, recoger los documentos que certifican la muerte de sus padres, lavar ropa y cocinar en su casa, además de ahora ser responsable de sus hermanos de 17 y 11 años.
Siendo la única mujer entre cuatro varones, Santa se tenía por la consentida de la familia. El día que murió, uno de sus hijos escribió que ella era su primer y eterno amor; le prometió que la haría sentirse orgullosa y que aún cuando no estuviera más en este mundo, se mantendría por siempre en sus recuerdos.
Esa declaración de amor, vía Facebook, es lo único que han tenido por cierre los tres hermanos, las restricciones impuestas a las celebraciones religiosas han complicado alguna ceremonia para la pérdida. En los días siguientes buscarán la manera de que algún párroco bendiga las dos urnas donde descansan los restos de Ismael y Santa.
Otro caso es el de Silvestre y Brunilda, un matrimonio originario de Veracruz que también contrajo el virus presumiblemente en Regal, donde ambos trabajaban, aunque en diferentes turnos, ella en la mañana y él por la tarde.
Amigos de la pareja cuentan que los dos comenzaron con los síntomas de la enfermedad por coronavirus al mismo tiempo, justo al tercer día que la planta suspendió operaciones. Los trabajadores realizaron una protesta el 15 de abril para exigir el paro de labores, porque ese día se enteraron de la muerte de uno de sus compañeros y que otros más podrían estar contagiados por el virus.
“Los dos empezaron a estar malos el sábado y domingo (el 18 y 19 de abril), empezaron a estar con dolor de garganta y temperatura, pero a él le agarró más fuerte”, narran amigos de la pareja bajo la condición de mantener su identidad en el anonimato.
Después de consultar a dos médicos particulares y no mejorar, dicen que la familia decidió confinarse en su casa y no ir al Seguro Social por temor. A través de un chat en WhatsApp pidieron a sus compañeros de trabajo un tanque de oxígeno para Silvestre porque tenía dificultades para respirar. Murió el 28 de abril en su casa, 10 días después de presentar los primeros síntomas.
El mismo día que falleció Silvestre, Brunilda pidió a su hija que la llevara al IMSS. “Nos contaron que le dijo a su hija que la llevara al Seguro porque se quería atender, no los quería dejar huérfanos, así que ya no supo nada del cuerpo ni del funeral de su esposo porque se fue a internar”, agregan compañeros.
Después de varios días en el Hospital 66 del IMSS, “Brunis”, como le llaman sus amigos, logró superar la enfermedad y a principios de mayo la dieron de alta, por lo que aún se encuentra convaleciente.
Un caso más de familias impactadas por el contagio en Regal es el de José Salas Galván y su esposa, de quienes los compañeros sólo identifican que él –quien trabajador del departamento de Calidad en el segundo turno– murió el 23 de abril; y sobre la mujer, quien también trabaja en la empresa, se comentó que se encontraba enferma, sin embargo, este último dato no fue posible confirmar.
MUEREN TRES EL MISMO DÍA
El 15 de abril varios trabajadores del primer turno protestaron en la maquiladora; exigían que se frenaran las actividades de la empresa por posibles casos de trabajadores contagiados y muertos de COVID-19.
Con su manifestación, los empleados lograron que a partir del segundo turno de ese mismo día se cancelaran las actividades de Regal en la ciudad, donde hay unos mil 650 trabajadores divididos en tres turnos.
Desde la suspensión de operaciones en la maquila hace casi un mes, los trabajadores han procurado mantenerse en comunicación a través de las redes sociales, por un grupo de WhatsApp donde están conectados más de 400 y vía telefónica. Dicen que están preocupados por su salud y la de sus compañeros, que temen volver a trabajar en la planta.
“Hay coraje, hay miedo, pánico, histeria entre nosotros. El día que el vaso derramó la última gota fue cuando perdimos a tres compañeros”, dice un obrero que pide no ser identificado por temor a represalias. Se refiere a Silvestre Martínez Bautista, Bernardino Carrillo Magadan e Ismael Blanco que murieron el 28 de abril.
“Apenas estamos procesando esto y nos llaman (de la empresa) para preguntarnos cómo nos sentimos para regresar, es una burla, sólo quieren que les demos producción, están que no duermen los capitalistas, los inversionistas, para ellos somos números, les importa más un motor que nuestra vida”, añade.
Tres días después de la manifestación, el 18 de abril, la empresa informó a sus trabajadores –en un comunicado interno al que tuvo acceso La Verdad– que tres integrantes de su equipo murieron por enfermedad. “Se sospecha que el coronavirus (COVID-19) pudo haber contribuido a su muerte”.
Por ese mismo medio les dieron a conocer que no les pedirían a los asociados (como Regal llama a los trabajadores) que trabajen en una situación en la que no se sientan seguros, por lo que les anunciaron que a partir del 16 de abril empezaron una “limpieza profunda y completa” de toda la planta.
“Estamos seguros de que la instalación, nuestros equipos y materiales no albergan el coronavirus”, dice el documento que a unos les enviaron por correo y a otros por redes sociales.
Después del comunicado oficial la cifra de empleados fallecidos se triplicó. Hasta el 10 de mayo, en una lista elaborada por los trabajadores, están registrados los nombres de nueve compañeros, ocho hombres y una mujer, que han muerto presumiblemente a consecuencia del virus.
Sobre este caso de contagio las autoridades estatales ni federales han proporcionado información, aunque Gumaro Barrios Gallegos, subdirector de Epidemiología de la Secretaría de Salud en el estado de Chihuahua, informó este lunes que en Ciudad Juárez se tienen registrados dos brotes en maquiladoras, sin proporcionar su nombre ni abundar en detalles. Antes, el 21 de abril, autoridades de Salud habían reportado tres brotes en plantas de esta industria en la localidad.
Regal ha insistido a sus empleados que regresen a laborar. La semana pasada logró el retorno en algunas áreas donde se reanudaron actividades parciales.
De acuerdo con testimonios de trabajadores, a través de un mensaje en audio, la empresa les pedía de nuevo regresar para retomar la producción de manera plena el 11 de mayo. Sin embargo, al tener conocimiento de las familias impactadas por el virus, los decesos y los temores de que pudiera haber un mayor contagio esto no ocurrió y se mantiene incierto la puesta en marcha de la planta en su totalidad.
Temen contagiarse como aseguran ocurrió con sus compañeros fallecidos y que ocurra lo mismo que a sus familias. Consideran que para ellos el cese de las actividades en la planta llegó demasiado tarde.
La Verdad acudió a las instalaciones de Regal para solicitar una entrevista con la finalidad de conocer los detalles del brote de COVID-19 en sus instalaciones y las consecuencias, pero las personas que se encontraban en la planta declinaron la petición.
A través de una agencia de relaciones públicas y por correo electrónico, la maquiladora, con sede en Beloit, Wisconsin en Estados Unidos, respondió que por el momento no atendía entrevistas y que, ante estos hechos, su prioridad ha sido y será la salud, seguridad y bienestar de los asociados.
Datos oficiales indican que hasta el 11 de mayo en Ciudad Juárez han muerto 113 personas y hay 507 casos confirmados por contagio de coronavirus.
EN SEIS DÍAS PIERDEN A PAPÁ Y MAMÁ
La madrugada del 19 de abril Ismael fue aceptado en el 66 con el cuadro completo: fiebre, tos y dificultad para respirar. Como a todos los pacientes hospitalizados por COVID-19 se le restringieron las visitas y cualquier tipo de comunicación con el exterior.
El 28 de abril falleció sin saber siquiera que seis días antes había muerto su esposa en el mismo lugar y por la misma causa.
En menos de una semana quedaba al frente de la familia Eduardo, el hijo mayor de Ismael y Santa, quienes se conocieron en una de las plantas de Regal Beloit –Compañía Armadora S de RL de CV–, donde se producen motores de aires acondicionados, lavadoras, compresores y bombas de agua.
Por más de dos décadas, Ismael prestó sus servicios en la empresa ubicada en la avenida Río Bravo.
Hasta antes de su hospitalización, el padre de familia trabajaba en el segundo turno dentro del área de Calidad, encargado de supervisar que las piezas de la línea de producción cumplan con los estándares establecidos.
El 13 de abril Ismael y Eduardo fueron por primera vez al médico, en un consultorio privado el diagnóstico fue gripe común.
Para ese momento la dispersión de la COVID-19 en Ciudad Juárez, comunidad fronteriza con Estados Unidos, acumulaba 47 casos positivos detectados por las autoridades de salud y 70 en total en todo el estado de Chihuahua.
El 14 de abril, Ismael llamó a Eduardo a medio turno, le pedía que fuera por él a la planta, pues el malestar (fiebre y tos) no le permitían seguir con su jornada.
“Entonces el día miércoles entre mi mamá y mis hermanos le dijimos que no fuera a trabajar si se sentía mal, que no tenía caso que fuera a trabajar y que fuera por él más tarde diciendo que se sentía mal”, recuerda Eduardo.
Ese mismo miércoles, 15 de abril, varios trabajadores del primer turno protestaron en la maquiladora, la revuelta logró que se suspendieran las actividades.
El cese de la producción llegaba ya muy tarde para Ismael y para su familia. Horas después del mensaje donde Regal comunicaba de tres de sus trabajadores fallecidos con sospecha de COVID-19, Eduardo llevaba a su padre directamente al hospital 66.
La madrugada del domingo, personal del IMSS le pedía a Eduardo que llevara documentos papeles para registrar el ingreso de su papá. En el mismo momento le avisaron que diario a las 13:30 horas le darían informes.
“Me dijeron ‘a tu paciente no lo vas a ver hasta que no esté fuera de peligro o sano’”, cuenta.
La impresión de saber a su esposo hospitalizado por posible COVID-19 afectó a Santa. El mismo día que internaron a Ismael, Eduardo llegó a su mamá ella con un médico que trató de controlar los niveles de glucosa y la presión arterial.
El lunes, Santa seguía sintiéndose mal. Eduardo, consciente de la condición de su papá, decidió llevarla al 66 con la esperanza de que en ese mismo hospital recibiera atención.
“No me la quisieron aceptar que porque necesitaba una nota médica, entonces la llevé a un particular, no me la aceptaron tampoco porque ya traía calentura y dolor de cabeza".
Después de ahí me recomendaron otro (consultorio) particular, me la llevé para allá, me bajé nada más yo, les dije los síntomas y me dijeron que no la podían revisar, que la llevara a un centro médico de Puerto de Palos, me dijeron que no, que ahí no había urgencias por el momento y que me la llevara para otro lado”, dice Eduardo.
De ahí, la siguiente parada fue en la clínica 65 del IMSS, donde finalmente aceptaron a Santa.
“Me dieron una nota para que ahora sí la llevara al 66. En el 66 me dijeron que sus síntomas eran por el azúcar y por la presión, que por eso era el dolor de cabeza, su glucosa casi la traía en 800. De ahí saliendo me dijeron que la llevara al 35 para que la revisaran”, describe Eduardo.
El trajín terminó la madrugada del martes, cuando alrededor de las 3:00 horas Santa fue admitida en el Hospital General de Zona 35 del IMSS. El mismo día, Santa llamó a su hijo mayor, finalmente sería trasladada al hospital 66 por posible COVID-19.
UNA FILA INTERMINABLE
Desde ese martes 21 de abril, Eduardo llegaba al hospital 66 antes de las 13:30 para hacer la fila de quienes tienen familiares internados por coronavirus. La espera podía durar horas, dependiendo de la disponibilidad del médico encargado de brindar la información de los pacientes. Si había junta del personal médico, aquello podía terminar pasadas las 20:00 horas.
El miércoles 22, mientras estaba en la fila, Eduardo fue requerido por el área jurídica del IMSS. La espera que tuvo que aguantar le sirvió para prepararse ante una mala noticia; después de dos horas sin que se le informara nada, un médico le dijo que ese día había fallecido su mamá por complicaciones respiratorias causadas muy probablemente por el virus.
Sobre su papá, el doctor le dijo que Ismael estaba grave, pero estable.
Lo que siguió fue reconocer el cuerpo de Santa, pagarle a la funeraria por la cremación de los restos y esperar a que estos fueran entregados cinco días después.
Los días siguientes fueron la misma rutina, Eduardo llegaba al 66 antes de las 13:30 para la información de la salud de su papá. Una vez enterado se iba a su casa, antes de entrar había que quitarse la ropa y los zapatos, luego ir directamente a darse un baño y entonces sí ver a sus hermanos menores; después tocaba cocinar, platicar, informar a sus demás familiares, ponerse al corriente con las clases y, ya entrada la noche, lavar la ropa que se usó para ir al hospital.
Así, cuenta Eduardo, se cuidaban él y sus hermanos de no contraer el virus, una protección asumida por ellos mismos, quienes hasta hoy no han recibido ninguna orientación de las autoridades de salud.
El martes 28, Eduardo recibió otra llamada del IMSS en la que le pedían acercarse al hospital. Al llegar al hospital le confirmarían sus sospechas, su papá había muerto.
Ahora, no hubo identificación del cuerpo. A Eduardo solamente le mostraron la tarjeta que atada a una bolsa mostraba los datos correspondientes a su padre; igual que con Santa en el hospital se ordenó la cremación directa de los restos, sin opción. Por el pago de ambos servicios, Eduardo desembolsó más de 28 mil pesos; Regal corrió con los gastos funerarios para Ismael y con una ayuda para gasolina y compra de alimentos por los días que estuvo internado.
Desde que sus padres fueran internados en el IMSS, Eduardo desconoce el resultado de la prueba para coronavirus que les fue realizada a ambos. Hasta el jueves 7 de mayo, solamente había visto los certificados de defunción –que están todavía en poder de la funeraria–, en los que se leen tres causas de muerte, falla respiratoria, neumonía (atípica en el caso de Santa y no especificada para Ismael) y posible COVID-19.
NADIE DA SEGUIMIENTO A FAMILIAS
En junio próximo, Santa e Ismael cumplirían 23 años de casados. El virus que acabó con sus vidas no causó mella en ninguno de sus tres hijos, que a la fecha se mantienen sin síntomas.
El seguimiento a Eduardo y sus hermanos lo llevan ellos en un calendario donde marcaron los días en los que, de acuerdo con sus cálculos, podrían haber enfermado. Les ayuda un amigo de Eduardo que es estudiante de Medicina.
A los hijos de Santa e Ismael no los asesoró el IMSS ni la Secretaría de Salud del estado. No hubo servidor público que estuviera pendiente de un posible brote familiar.
La realidad del caso sobrepasa el protocolo que, de acuerdo con autoridades estatales, se aplica para las familias de personas contagiadas con coronavirus.
“Cuando se tiene un caso positivo a los contactos, la familia de la persona que resulta positiva a una prueba COVID se le da orientación desde que va esta persona a hacerse la muestra, que va con síntoma. Se le informa a la familia los cuidados que tiene que tener todos los contactos cercanos tienen que quedarse en casa sin salir 14 días y aislados de cualquier contacto con otras personas”, resume Arturo Valenzuela Zorrilla, director médico de la Zona Norte de la Secretaría de Salud, sobre el actuar general de las autoridades sanitarias.
Para Eduardo era imposible el confinamiento. Si ni siquiera le avisaron si sus papás dieron positivo a la prueba, insiste, mucho menos estarían pendientes de su salud y la de sus hermanos.
A esta familia, la pandemia le ha quitado tanto que ni siquiera han recibido consuelo. La saña con la que atacó el virus a Ismael y a Santa hace imposible los abrazos, cualquier contacto con el exterior ha sido de lejos.
A través del teléfono, Eduardo y sus hermanos hablan con sus familiares. Les cuentan cómo sobreviven en su nueva vida sin la compañía de mamá y papá.