Ricardo Ravelo
01/05/2020 - 12:05 am
AMLO: La enfermiza obsesión de tener más poder
Porfirio Muñoz Ledo, que ahora está enconado con López Obrador por los excesos de éste, rechaza que se le otorgue más poder al Presidente, quien ya ha dado muestras no sólo de su autoritarismo sino de su cerrazón.
La concentración excesiva de poder nunca ha sido sana para ningún ser humano. La historia así lo demuestra. Dale poder a un hombre y conocerás sus más profundas perversidades, su locura, el resorte de la ambición que lo atenaza.
Ahí están los casos de Fidel Castro –el último dictador de la llamada Guerra Fría -- que llevó a Cuba a la bancarrota que padece; ahí están las historias de horror de Adolfo Hitler, el dictador nazi que asesinaba por placer y ni se diga Benito Mussolini, otro personaje de infausta memoria.
Los más recientes –Hugo Chávez y Nicolás Maduro –condujeron a Venezuela a la desgracia, pero el segundo sigue atado al poder no obstante que observa y muy de cerca el final de sus días como Presidente del país sudamericano después de que el Gobierno de Estados Unidos lo acusó, junto con varios de sus colaboradores, de narcotráfico, terrorismo y otros delitos graves.
En una entrevista memoriosa realizada en 1972 –con la que inicia su libro “Entrevistas con la Historia” -- la periodista italiana Oriana Fallaci le preguntó a Henry Kissinger, entonces secretario de Estado norteamericano en el Gobierno de Richard Nixon, si el poder corrompe, a lo que Kissinger respondió que sí y añadió: Y el poder absoluto, que se tiene por mucho tiempo, corrompe absolutamente...
Esta cita viene a cuento a propósito de la iniciativa enviada al Congreso por parte del Presidente Andrés Manuel López Obrador para disponer de mayores facultades en el manejo del presupuesto. López Obrador tiene demasiado poder y, lo peor, sin contrapesos, pero quiere más y ahora se dispone, si se aprueba su petición, a manejar el presupuesto a su antojo bajo el argumento de que él como representante del Poder Ejecutivo puede redireccionar el uso de los recursos en caso de que el país enfrente una emergencia económica, como la que ahora se padece debido a la contingencia sanitaria causada por el coronavirus.
De aprobarse la iniciativa, López Obrador podrá hacer uso discrecional del presupuesto sin la necesidad de solicitarle al Congreso que lo haga ante una circunstancia emergente. Por ello, se ha convocado a un periodo extraordinario en la Cámara de Diputados, pero a Morena le falta un voto para consumar su objetivo.
Esta acción, a todas luces criticada, ha generado confrontaciones y algunos choques. Porfirio Muñoz Ledo, que ahora está enconado con López Obrador por los excesos de éste, rechaza que se le otorgue más poder al Presidente, quien ya ha dado muestras no sólo de su autoritarismo sino de su cerrazón.
Nadie duda que, ante la crisis financiera que se avecina, que será de dimensiones insospechadas, López Obrador argumenta que necesita contar con esa facultad extraordinaria para disponer del presupuesto si nos ataca una emergencia, pero en todo esto hay otros puntos de fondo: las elecciones del 2021 y la garantía de que las principales obras de su Gobierno –el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas –deberán continuar a pesar de que no haya dinero para atender las emergencias verdaderamente prioritarias.
López Obrador no está dispuesto a dar un solo paso atrás con respecto a las obras que serán el sello de su Gobierno, la bandera que ondeará al cierre de su administración, el logro que explotará para que su partido –Morena –retenga el poder presidencial en el año 2024.
Otro aspecto clave en el proyecto político de López Obrador es garantizar, a como haya lugar, los recursos para los programas sociales, su compra de votos, el clientelismo electoral que, sin duda, le resulta prioritario para enfrentar las elecciones intermedias en el 2021, pues desea imperiosamente mantener la mayoría en el Congreso, pues sin ello, sería bastante complicado seguir realizando las reformas que, según él, benefician al país. A esto se suma la multiplicación de las conferencias oficiales, la propaganda urgente, que saturará de información a la sociedad sobre las bondades que presume la Cuarta Transformación. Esto es propaganda política de cara a las elecciones venideras, para las cuales faltan catorce meses.
El Presidente sabe que su proyecto político depende, sobremanera, del dinero, pues por ahora no puede hablar de logros porque no los ha conquistado todavía.
Y es que el Gobierno de la Cuarta Transformación no ha podido resolver el problema de la inseguridad pública, uno de los flagelos más lacerantes para la sociedad, inalcanzable la pacificación del país que ofreció al tomar posesión como Presidente.
Ni con la Guardia Nacional ha frenado la violencia, que continúa imparable en más de la mitad del país debido a las luchas entre cárteles por el control territorial y el dominio del mercado de las drogas, uno de los más boyantes.
Esta violencia exacerbada tiene una explicación: no hay combate al crimen y la política del régimen –dice el Presidente --se basa en atacar las causas. Se presume que hay mucho dinero invertido en ese combate de eso que López Obrador llama “las causas” de la violencia, pero los resultados no aparecen. ¿Será que no están haciendo nada y, por ello, no hay resultados?
Es un objetivo clave atacar las causas, pero ante el desbordamiento de la violencia también se impone atacar las consecuencias y emprender un combate directo, con inteligencia, contra los catorce cárteles que operan en el país y que siguen viendo el territorio como un paraíso de oportunidades para delinquir y hacer negocios ilegales, pues gozan de libertad y de la impunidad que necesitan.
El combate a la corrupción tampoco es un logro que López Obrador pueda presumir, aunque él diga que en su Gobierno ya no hay corrupción. El más claro ejemplo de la impunidad que él prohíja es su negativa paa enjuiciar a los ex presidentes que hundieron al país. Como este tema lo compromete, pues lo deja en manos de la sociedad: Que la gente vote y decida –dice –pero hasta ahora él no ha convocado a que la sociedad se organice para concretar ese propósito. Simplemente no le conviene políticamente y por ello no lo hará.
De aprobarse el uso discrecional del presupuesto con las nuevas facultades que solicita el Presidente que le sean otorgadas por parte del Congreso, tendremos un mandatario todavía más intolerante y autoritario que, lejos de ganar en aceptación, poco a poco él mismo va construyendo las bases para el rechazo.
Mario Delgado Carrillo, presidente de la bancada de Morena, dice que se modificará la iniciativa enviada por López Obrador y que el Congreso garantizará que el uso que el Presidente le dé al presupuesto será con base en verdaderas causas de emergencia económica, lo que quedará perfectamente establecido.
Esta postura es dudosa, por una razón principal: Mario Delgado no se manda solo. Su jefe es el Presidente de la República y al mandatario no se le puede decir que no. Como se ve, en el fondo las cosas no han cambiado. A diferencia de lo que dice el Presidente –“Las cosas ya no son como antes” –cabría decir que las cosas siguen no sólo como antes sino peor que antes.
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