Cuando una persona termina su turno, comienza el laborioso proceso de salir de la UCI. Los enfermeros salen por una puerta designada y se quitan su ahora contaminada armadura, una pieza a la vez. Las gafas van a un balde, las batas a otro. La capa exterior de guantes y mandiles se tira a la basura.
Badalona, España, 3 de abril (AP).— La tensión es palpable. No se habla a menos que sea necesario. Una orquesta de monitores médicos marca el ritmo con una serie interminable de pitidos suaves y distintivos.
Nunca ha habido tantas personas dentro de la biblioteca del hospital Germans Trias i Pujol en el noreste de España. Sin embargo, los trabajadores de salud con su equipo protector improvisado no están consultando libros médicos. En lugar de eso, atienden a pacientes en estado crítico que sufren de neumonía causada por el coronavirus.
Desde afuera, la improvisada unidad de cuidados intensivos en Badalona, cerca de Barcelona, no se parece en nada a una biblioteca. Los libreros se quitaron para hacerle espacio a hasta 20 camas de hospital, ventiladores mecánicos y una variedad de equipos médicos después de que la UCI original y otras áreas del hospital se saturaron de pacientes con COVID-19.
Debido a la escasez de trajes protectores de cuerpo completo en España, los médicos aprovechan lo que encuentran, reutilizando mascarillas, cubriéndose las batas quirúrgicas con delantales de plástico y utilizando una enorme cantidad de guantes de látex.
Como si fueran buzos, aplican pequeñas cantidades de detergente a sus gafas de protección antes de poner un pie en la sofocante sala cargada del virus con la esperanza de mitigar el inevitable empaño en sus visores causado por su propia respiración. Trabajarán allí durante horas, pasando a toda prisa de paciente a paciente y sudando bajo todas las capas protectoras que traen puestas.
Un equipo de periodistas de AP entra a la sala para documentar el trabajo, pero prácticamente pasa inadvertido. Los trabajadores de salud siguen enfocados en las tareas esenciales: monitorear signos vitales, administrar medicamentos, manipular los tubos y cables que conectan a los pacientes a una profusión de máquinas.
La mayoría de los pacientes están entubados y conectados a respiradores; aproximadamente la mitad han sido colocados boca abajo para aliviar la presión sobre sus pulmones y ayudarles con su respiración. Los enfermeros reconocen que esto no es una buena señal.
Aunque la tasa de infecciones comienza a estabilizarse en España, a diario registra un número récord de muertes: Este jueves estableció una nueva marca, con 950 fallecimientos en 24 horas. Hasta ahora, han muerto más de 10 mil personas en el país debido al coronavirus.
Los pacientes en esta UCI improvisada probablemente pasen semanas en el hospital antes de que su batalla con el virus se gane o pierda. Luchan por su vida sin la compañía de sus seres queridos, que no pueden ir a visitarlos.
Enfermeros al otro lado del vidrio observan sus movimientos y teclean en computadoras. Se comunican a través de radios y, quienes están adentro, les dan los avances más recientes: “37.8 C” de temperatura. Uno de los pacientes otra vez tiene fiebre, por lo que inyectan medicamento a la bolsa de suero.
El tiempo se detiene, y no sólo porque los enfermeros son incapaces de ver sus relojes a través de sus gafas empañadas.
Cuando una persona termina su turno, comienza el laborioso proceso de salir de la UCI. Los enfermeros salen por una puerta designada y se quitan su ahora contaminada armadura, una pieza a la vez. Las gafas van a un balde, las batas a otro. La capa exterior de guantes y mandiles se tira a la basura.
Al dejar atrás la UCI se les quita un peso de los hombros, pero otro ocupará su lugar en la forma de una inquietante pregunta: ¿El virus los seguirá a casa?