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Susan Crowley

06/03/2020 - 12:03 am

Dile no a Van Gogh

Ese es el reconocimiento que recibe un artista, es parte de su trascendencia. Gracias a su obra el museo se transforma en un sitio de peregrinaje y muchas personas acudirán a visitarlo como se visita a un amigo.

"Van Gogh vale porque nos hace partícipes de un instante en el que el milagro de la creación ha sido posible". Foto: Eduardo Verdugo, AP
"Van Gogh vale porque nos hace partícipes de un instante en el que el milagro de la creación ha sido posible". Foto: Eduardo Verdugo, AP

Como lo declaró el filósofo francés Guy Debord, vivimos en la sociedad del espectáculo: la importancia de un asunto depende de en cuánto tiempo y a qué cantidad de gente se logre cautivar. De más está la atención y concentración para asimilar o reflexionar sobre un tema, el triunfo está en cuán masivo resulta. La mirada consciente dejó de ser fundamental para los intereses de quienes controlan al mercado. Rápido, efectivo, fútil. Tumultos y embrutecimiento conforman una masa sin rostro factible de ser manipulada. En el caso del coronavirus, nos obliga a hiper reaccionar ante fake news y alarmas que causan paranoia y una crisis económica mundial. Resultado, estamos apanicados y sumisos ante la información manipulada.

En el arte, la necesidad de consumirlo y convertirlo en una industria del entretenimiento redituable se traduce en distracciones dirigidas a las masas que, peligrosamente, desvirtúan los verdaderos valores de la creación. El nuevo formato cultural tiene tal éxito económico que es muy difícil cuestionarlo. Ante un espectáculo que ofrece las imágenes de un artista conocido, no importa si son reproducciones, todos estamos dispuestos a hacer filas kilométricas.

Nos hemos acostumbramos a que los museos reproduzcan las obras maestras y las comercialicen como suvenires baratos. El propósito es loable, decimos, el dinero sirve para llevar a cabo exhibiciones y en muchos casos cubre los altos costos de un museo. Adquirir un paraguas, una mascada, unos cerillos o una pluma con la imagen del cuadro que nos gusta, da una sensación de pertenencia; no es el original, pero algo es algo. Sin embargo, la banalización de la imagen es enorme.

La palabra Monalisa en Google, instantáneamente genera millones de imágenes. Ninguna es la auténtica, pero todas son Monalisa. Algo se ha perdido entre la obra creada por Leonardo y lo que aparece en la pantalla de la computadora. Hay quien dice que lo importante es saber que ahí está y se le puede ver cuando a uno se le de la gana. Para Walter Benjamin, todas esas señoras que ves en la computadora bajo el apelativo “Monalisa”, carecen de un elemento fundamental, el aura. ¿Pero a quién demonios le importa el aura?

Van Gogh, The experience, así, en inglés, es el espectáculo que llegó a México y se está abarrotando de un público ansioso por verlo. 275 pesos por una “inmersión” (término de moda) o experiencia multisensorial. Durante cincuenta minutos los sentidos reciben un estímulo total: los ojos devoran más de mil reproducciones en movimiento de las famosas obras del artista holandés. Editadas vertiginosamente, agrandadas en proporciones increíbles, “¡como si te metieras a su cuarto!”. Los oídos se dejan invadir con fragmentos de la música de grandes compositores, ¡Vivaldi, Bach, a todo volumen! Por si todo esto fuera poco, fragancias de lavanda, limón, salvia penetran por la nariz. A lo largo del recorrido, dice la publicidad, el asombro nos dejará atónitos: en los muros, en el techo e incluso en el piso brotarán, La noche estrellada, Los girasoles, La habitación de Arlés.

La pregunta obligada, ¿qué sentiría el buen Vincent si viera su obra desvirtuada de esta manera? El coronavirus y Van Gogh, sometidos a sistemas de consumo y control, uno para aterrar, el otro para vender. Ambos convertidos en estímulos cargados de efectismo, ya sea el anuncio de una pandemia o la invitación a sumergirse en la obra. Los dos son impactos artificiales, de consumo rápido. El primero desata el miedo, el segundo altera la experiencia, anula la duración, ¿qué demonios es la duración? Es el tiempo de calidad, atención, apertura en el que nos disponemos a una reflexión y posible comunión con la obra, es la contemplación. Para Walter Benjamin en eso consistía el “aura” de una obra: en su construcción, en las capas de esfuerzo, entrega y tiempo que la iban componiendo hasta convertirse en lo que vemos. Más allá de complacencia o placer, el arte nos ofrece la posibilidad de adentrarnos en el misterio de la creación. Toma tiempo, desde luego. No puede ser atropellado, depende de nuestra entrega y capacidad de apreciación. El arte no es para entretener. Se trata de la vivencia que un ser humano, con ciertos dones, creó para compartir con el mundo, con cada uno de nosotros. Es el objeto que resulta después de un proceso complejo, lleno de abismos y de emociones, de sueños y de fracasos, de ensayos y errores.

Gracias a Van Gogh sabemos que una noche estrellada, por más impresionante que sea, jamás será su Noche Estrellada. Un firmamento con estrellas es la naturaleza manifiesta. La naturaleza, inexorable, pasa. A cada instante puede ser más bella, o morir un poco, pero no quedará jamás para la eternidad como una obra de arte. La de Van Gogh es la lucha desesperada del artista por mostrar su mundo interior, el que dejó de existir en la desgracia, en el profundo dolor y la dicha de saberse un genio, aunque no valorado. Hoy, ante nuestra mirada atenta la obra y su intención cobran sentido. Establecen un vaso comunicante que nos permite ser mejores seres humanos, más sensibles a lo que el otro siente; en este caso, Van Gogh. La vivencia delante de un cuadro del artista holandés o de cualquier artista será siempre un momento único, imposible de repetirse, nos dará la posibilidad de entender quién es él y quiénes somos nosotros delante de su obra. Permanecer frente a ella, en su tamaño real, en el muro del museo que la conserva, nos vuelve cómplices de una vida entregada al arte.

Claro, no todos podemos viajar a los museos que tienen un Van Gogh, ¿con este espectáculo cubrimos esa carencia? Desafortunadamente no pues termina siendo no una sustitución sino una distorsión. Por ende, una traición al sentido y propósito con el que la obra fue creada. En todo caso la inversión millonaria que requirió este proyecto bien podría ser utilizada para gestionar y contratar una exhibición temporal del artista. O mejor aún, los grandes presupuestos para el entretenimiento pueden reservar una parte a generar exposiciones con obras auténticas.

Van Gogh vale porque nos hace partícipes de un instante en el que el milagro de la creación ha sido posible. Un museo es el espacio adecuado para que la obra permanezca.

Ese es el reconocimiento que recibe un artista, es parte de su trascendencia. Gracias a su obra el museo se transforma en un sitio de peregrinaje y muchas personas acudirán a visitarlo como se visita a un amigo. Por el contrario, si la obra se altera, si la consumimos y la volvemos un pasatiempo, si la deformamos a través de animaciones, si la abaratamos con estímulos auditivos que no le pertenecen, si le agregamos olores para satisfacernos de manera inmediata, ¿en qué la convertimos?

Por un momento imaginemos a Van Gogh entre la masa que deambula delante de esta representación (haciéndose selfis sin piedad), ¿se alarmaría al descubrirse profanado?

No podemos saberlo, pero si valdría la pena cuestionarnos ¿a dónde hemos llegado para satisfacer nuestra ansia de consumo y la necesidad de vivir experiencias que espoleen nuestros sentidos? El Coronavirus y Van Gogh, The experience, cumplen su función con eficacia: el primero nos apanica en masa, nos lleva a vivir dosis extremas de horror de tan solo pensar en un contagio, modifica nuestra existencia de manera inmediata. El segundo nos convierte en una masa evasiva, de apreciación inmediata, desechable y olvidable ante el estimulo siguiente. Nos conduce a pensar a Van Gogh en la forma en la que el espectáculo ha sido concebido, nunca cómo Van Gogh concibió sus obras. ¿Estamos dispuestos a poner en pausa nuestros miedos o apetitos inmediatos, según sea el caso, para adentrarnos al mundo de las ideas, del pensamiento y los sentimientos de un artista?, ¿dejaremos que la paranoia, el pánico o las necesidades de consumo que disponga alguien más por nosotros triunfen sobre nuestra sensibilidad?

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@Suscrowley.com

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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