Adela Navarro Bello
04/03/2020 - 12:04 am
Del pueblo bueno al pueblo mentiroso
Es preocupante que el Presidente se enoje, pero es grave que arremeta contra la sociedad que abuchea a un político, que los llame mentirosos; y más grave que pretenda minimizar las acciones de un sector que se mueve y luego se para, en un intento por sensibilizar a la clase gobernante, y sobrevivir en un país de violencia.
Molesto, severamente molesto. Reflejando en sus gestos el enojo, el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, arenga con las manos mientras grita al micrófono, “parece como si no estuviésemos haciendo nada; llevamos 14 meses, y a ver, yo les digo –exclama levantando el índice de su mano derecha- ¿no están recibiendo más del doble los adultos mayores en pensión? ¿Es lo mismo que antes? ¿Qué no están recibiendo los niños, las niñas, con discapacidad su pensión?”… y la masa responde que no, pero los ignora ese primer momento y sigue en su preguntar para demostrar su legado de Gobierno, “¿Saben cuántas becas estamos entregando? ¡Claro que falta!, pero, ¿saben cuántas llevamos entregadas? ¡11 millones de becas en todo el país! A ver, les pregunto: ¿No todos los que estudian preparatoria tienen sus becas?…”.
Y entonces sucede, jóvenes, adolescentes a los que enfoca la cámara que graba el discurso del Presidente en su natal Macuspana, Tabasco, le responden que no. Es evidente que algunos de ellos, la mayoría que se escucha en el no, no la recibe. Y el Presidente se enoja más. Pero en lugar de cuestionar a quienes en aquella entidad desarrollan y activan el programa de la Beca Universal Benito Juárez, arremete contra su audiencia.
“Ah… ¡Cómo que no!”, les exclama de entrada en su molestia, y repite sin creerle a los jóvenes que siguen gritando que “no”, no todos reciben la beca universal.
A continuación les tacha de mentirosos: “La mentira es reaccionaria, es conservadora; la verdad es revolucionaria”, sentencia dando a entender que él, sus funcionarios y su programa son la verdad.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador ya estaba molesto. No le gustó que los ciudadanos que acudieron al acto convocado por las autoridades en Macuspana hubiesen abucheado al Presidente municipal, Roberto Villalpando, por supuesto de Morena-PT. Incluso amenazó a los presentes con cancelar el acto y retirarse si persistían los gritos de desaprobación para el Alcalde.
“¿Qué ganamos con eso?”, preguntó quién durante por lo menos 12 años y tras ser ignorando, golpeado y menospreciado por quienes encabezaban el Gobierno federal, lo único que tenía era la protesta, la manifestación contra la autoridad y la ejercía. Pero ahora que él representa a la máxima autoridad en México, el Presidente López Obrador ya no está de acuerdo con esas manifestaciones. Así se los dijo en el mismo tono de disgusto, “Pues yo no estoy de acuerdo”, y se quedó callado. Negando las palabras de sus invitados, irritado se los echó en cara: “No voy a hablar, ya saben que yo soy terco… hasta que escuchen”. Con los labios ceñidos sólo los miraba desaprobándolos y amagó: “Me dio mucho gusto estar aquí con ustedes, ya no voy a poder seguir hablando, porque así no se puede, no quiero politiquería, no quiero grilla…”. Pero no se fue, se quedó después de haber regañado a quienes convocaron a escucharle a él y al Alcalde abucheado.
Lo grave no es que el Presidente se enoje, es humano, tiene sentimientos y como bien lo dice, es necio. Lo grave es que califique a la sociedad de mentirosa y pondere a sus funcionarios como si, al igual que él, fuesen incorruptibles. La ineficacia en el actuar de muchos funcionarios, el obeso sistema de Gobierno, la burocracia, son en ocasión factores para que la asistencia social no llegue a la totalidad de quienes la necesitan. Pero eso López Obrador no lo pone en duda, no lo cree. Mejor se enoja con la gente, que dudar de los suyos.
Iracundo cuando se abuchea a alcaldes y gobernadores que le acompañan en actos públicos, ahora dice que “a la autoridad se le respeta”, cuando en el pasado mandó al diablo a las instituciones, y criticó, llamó corruptos, a gritos y arengas públicas, a quienes titulaban los órdenes de Gobierno. Pero la impunidad oficial lo alcanzó. La ha dado a quienes en el pasado criticó de deshonestos. Cuando candidato dijo en Baja California que Francisco Vega de Lamadrid, entonces Gobernador y del PAN, era el más corrupto. Pero cuando Presidente de la República lo apoyó hasta que, en la ignominia propia de su camino de corrupción, Vega concluyó su periodo.
Cada vez más frecuente el Presidente se enoja. Lo mismo en un acto público que en una mañanera. Ya comienzan a surgir los testimonios de hombres y mujeres que, abandonados aun por el estado y las políticas públicas que les llegan, le reclaman en su paso por las calles de México y son ignorados por el mandatario federal. Lo del Presidente es el apapacho, la selfie amorosa, el recibimiento cariñoso, para el reclamo y la protesta está cerrado.
Con la manifestación de las mujeres ha sido igual. Rayando en la indolencia, en la insensibilidad, llegó a pedir que no pintaran paredes y puertas, como si el edificio de Palacio Nacional fuese un asunto primordial, por encima de establecer una estrategia para acabar con la impunidad que mantiene a muchos feminicidas y atacantes de mujeres en libertad, en el mejor de los casos prófugos.
Lo sucedido en Macuspana el fin de semana es una muestra de cómo el Presidente se está alejando de quienes más le apoyaron y le permitieron llegar al triunfo del poder: la sociedad necesitada a la que sus funcionarios le están fallando, aquella que está dándose cuenta que la falta de programas de desarrollo social, oportunidades, le está haciendo mella.
El enojo del Presidente no es pues, una buena señal. A nadie, ni a la estructura de Gobierno ni a la sociedad, le conviene un mandatario enojado, que reaccione con desplantes y se ahorre la propuesta, el plan, la estrategia.
La irritación presidencial en Macuspana, coincidió con la develación de una encuesta del periódico Reforma que da cuenta de la baja en la popularidad de don Andrés Manuel López Obrador, pero eso el Presidente, como las manifestaciones de la gente, no lo reflexiona, critica “a los conservadores”, a los “corruptos” que no persigue y mantiene en la impunidad, habla de reaccionarios, justifican, así lo hizo el Alcalde abucheado, en infiltrados en la convocatoria, otra vez, los que están mal son los ciudadanos, no ellos.
Escuchar a la gente como lo hizo en el pasado, pero a toda, no solo a la que le habla bonito y le prodiga referencias, le ayudaría al Presidente a salir de la burbuja en la que se está refugiando, ese lugar donde nada es criticable, donde todo es aplaudido, ese lugar tan alejado de la realidad que se vive en un país, donde los pobres siguen siendo pobres, al tiempo que los programas de Gobierno no están cumpliendo su objetivo de dar estabilidad a la ciudadanía, y la impunidad impera en un México donde la cifra de homicidios no disminuye, va en aumento.
También le permitiría recuperar algo de sensibilidad, y no tomar decisiones defensivas contra movimientos que no son contra él, cuanto lo son contra un sistema que no ha cambiado, que sigue protegiendo con la incapacidad y la falta de rigor científico, a los feminicidas. Le permitiría ver, que iniciar una rifa que se celebrará en septiembre, justo el 9 de marzo cuando las mujeres de México han convocado a un paro nacional, no solo es insensible y alejado de la realidad de la impunidad que padecen muchas mujeres, sino que lo aleja de un sector importante al que prometió servir, proteger.
Es preocupante que el Presidente se enoje, pero es grave que arremeta contra la sociedad que abuchea a un político, que los llame mentirosos; y más grave que pretenda minimizar las acciones de un sector que se mueve y luego se para, en un intento por sensibilizar a la clase gobernante, y sobrevivir en un país de violencia.
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