Jorge Alberto Gudiño Hernández
22/02/2020 - 12:05 am
La imposibilidad de la comprensión
En verdad me da mucho trabajo entender las motivaciones de estos criminales. Lo peor es que no es un caso aislado.
Hace algunas semanas escribí en este mismo espacio que la literatura nos ayuda a comprender al otro, a sumarnos a sus causas, toda vez que genera empatía ante formas diferentes de ver la vida que, en muchos de los casos, nos son inaccesibles. Incluso se puede dar el caso en el que nos parezcan atractivos personajes con virtudes cuestionables o con posturas morales opuestas a las nuestras. Ejemplos los hay por doquier, desde las manidas series que, se dice, hacen apología de la violencia, hasta novelas como “Crimen y castigo” en cuya lectura uno no puede dejar de sentir cierta cercanía con el protagonista, un asesino con varios agravantes encima.
La literatura, sin embargo, no nos confiere ninguna superioridad moral en ningún sentido. Tan sólo, insisto, la capacidad de llegar a una mayor comprensión de la forma de actuar de los otros. Si esto redunda, a la larga, en respeto toda vez que somos capaces de descubrir que diferentes formas de afrontar la vida a las nuestras son tan válidas como las propias, entonces es un ejercicio positivo. Sin embargo, todo ese respeto se diluye frente a noticias que lindan en la incomprensión como las que nos avasallaron esta semana.
Es relativamente sencillo señalar causas y querer imputar culpas a la historia o a modelos económicos. Me parece que eso tiene cabida cuando se habla de delitos relativamente comunes, que no trastocan nuestra capacidad de comprender lo que sucede. Pese a lo condenable de muchos de ellos, es relativamente sencillo entender por qué una persona decide asaltar a otra o a un banco; por qué alguien acaba agrediendo a un individuo determinado o a cualquiera; por qué la violencia crece dentro de las casas y las comunidades; cómo la impunidad permite que la criminalidad crezca. Me da la impresión de que todos esos porqués se relacionan con la obtención de un beneficio para el criminal. Hasta cierto punto.
Secuestrar, violar y matar a una niña de 7 años muestra la fragilidad de nuestra comprensión. Robar a una bebé para luego asesinarla reta toda clase de entendimiento. Ni siquiera la locura es capaz de justificar esas acciones que, además, tienen un claro componente racional (ese robo, ese secuestro).
No soy un lector ingenuo, al menos eso quiero creer. Sin embargo, en verdad me da mucho trabajo entender las motivaciones de estos criminales. Lo peor es que no es un caso aislado. Por el contrario, se van sumando atentados contra las personas. Legislar para tipificar delitos sólo es útil si se cuenta con un sistema de impartición de justicia funcional y carecemos de uno. El temor, sobra decirlo, es a que esto continúe repitiéndose cada vez con mayor frecuencia. No existe, pues, forma de entender a alguien que se atreve a tales cosas.
Y es cierto, nuestra incomprensión es lo que menos importa pero es un claro indicador de que la atrocidad cotidiana ya habita con nosotros. Ya no es momento de literatura ni de discursos. Es necesario actuar antes de que acabemos todos contagiados por ese germen que permite justificar cualquier acto, por más incomprensible que éste sea.
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