El anime ha vivido tradicionalmente del mercado nipón al margen de producciones puntuales vendidas al extranjero, pero en la primera década del siglo XXI su facturación se estancó a raíz del declive demográfico de Japón.
Pese al escenario desfavorable, desde 2010 los ingresos del sector nipón de la animación han escalado de forma sostenida hasta alcanzar la cifra récord de 2.18 billones de yenes (18 mil 158 millones de euros) en 2018.
Por Antonio Hermosín Gandul
Tokio, 15 de febrero (EFE).- El anime vive una nueva época dorada gracias a las multinacionales de streaming, que han sacado a esta industria cultural nipona de sus horas bajas llevando sus exóticas series y películas a todos los rincones del planeta.
Tras cautivar durante décadas a generaciones de espectadores con series televisadas en distintos países como Mazinger Z, Dragon Ball, Doraemon o Shin-chan, la animación japonesa ha encontrado en webs como Netflix un filón para llegar a más audiencias que nunca justo cuando su modelo de negocio estaba en entredicho.
MERCADO MENGUANTE
El anime ha vivido tradicionalmente del mercado nipón al margen de producciones puntuales vendidas al extranjero, pero en la primera década del siglo XXI su facturación se estancó a raíz del declive demográfico de Japón y de la caída de los ingresos por televisión y vídeo doméstico.
"Crear una serie de anime cuesta muchísimo tiempo y dinero", destaca en declaraciones a Efe el experto Ryusuke Hikawa, quien señala que el presupuesto promedio por una temporada típica de 13 episodios ronda los 200 millones de yenes (1.6 millones de euros).
Este coste se solía cubrir con las emisiones televisivas que servían, sobre todo, como "anuncios extendidos" para vender temporadas completas de las series o versiones extendidas en VHS, DVD o Blu-Ray y diversos productos de mercadotecnia, señala este investigador y crítico de anime.
Pero las ventas de formatos físicos se hundieron con la irrupción de internet y de los smartphones, que abrían una ventana a esos mismos contenidos -en ocasiones de forma gratuita e ilícita-, y los estudios comenzaron a buscar nuevas vías para sobrevivir, por ejemplo, organizando todo tipo de eventos dirigidos a los fans.
UN GIRO INESPERADO
Pese al escenario desfavorable, desde 2010 los ingresos del sector nipón de la animación han escalado de forma sostenida hasta alcanzar la cifra récord de 2.18 billones de yenes (18 mil 158 millones de euros) en 2018.
En ese año y en el anterior, las ventas al extranjero se dispararon hasta sobrepasar por primera vez al mercado doméstico y rebasar la mitad de la facturación total, según el último informe de la Asociación Japonesa de Anime (AJA).
El principal motor del cambio es la creciente demanda para distribuir contenidos en línea proveniente de China y de multinacionales de streaming como Netflix y Crunchyroll, señaló en una entrevista con Efe el vicedirector de negocios de AJA, Hiromichi Masuda.
"No queríamos depender tanto de las ventas en el extranjero, pero muchas obras han tenido salida comercial en otros países de forma automática", afirma Masuda, quien añade que la calidad de algunas producciones de los últimos años ha sido otro factor determinante.
Y es que la industria nipona volvió a fabricar éxitos globales en la pasada década como el filme Your Name (2016), el más taquillero de la historia del anime con una facturación global de 360 millones de dólares (325 millones de euros), desbancando al clásico de Studio Ghibli y ganador del Óscar El Viaje de Chihiro (2001).
A HOMBROS DE COLOSOS MEDIÁTICOS
La firme apuesta de Netflix por el anime ha empujado a otros gigantes audiovisuales como Sony y Warner a invertir en el sector a través de sus subsidiarias Funimation y Crunchyroll, y ha "transformado completamente la industria en los últimos cinco años", subraya el periodista y escritor Roland Kelts.
Este "boom" global del anime tiene lugar "a pesar de los escasos y a veces auto-saboteados esfuerzos de la industria nipona para exportar su propiedad intelectual", dice este autor japonés-estadounidense especializado en la influencia de la cultura popular nipona en Estados Unidos.
Los animadores nipones fueron conscientes de la gran oportunidad que suponía internet y crearon en 2013 su propia plataforma de contenidos -Daisuki- con apoyo estatal, aunque el proyecto fracasó por obstáculos relacionados con las dispares regulaciones nacionales y la distribución de los derechos de autor, según Masuda.
Los estudios nipones "se centran en la producción" y no cuentan actualmente con una estrategia común para fomentar su distribución en el exterior, según admite el responsable de la principal asociación japonesa del sector.
Un caso destacado es el del venerado Studio Ghibli, fundado por los "maestros" Isao Takahata y Hayao Miyazaki y defensor de la animación más artesanal, que dejó atrás sus reticencias a la distribución por internet al anunciar un acuerdo con Netflix para que esa plataforma ofrezca desde este mes 21 de sus películas.
¿UN FUTURO "MESTIZO" PARA EL ANIME?
La lluvia de contratos con colosos foráneos también genera "cierta preocupación" entre los animadores nipones por la posibilidad de que las multinacionales "traten de controlar más los contenidos" o aprovechen su posición de fuerza para "pagar peor" a los creadores, reconoce el encargado de negocios de la AJA.
"Es posible que haya cada vez más anime dirigido exclusivamente a público extranjero, como algunas de las obras que coproduce Netflix (...). Pero si hasta ahora el anime ha sido tan valorado fuera de Japón, ha sido precisamente por su 'japonismo'", apunta por su parte Hikawa.
El "mestizaje" de producciones "puede redefinir" el anime para hacerlo "más inclusivo y diverso", pero también "diluir sus cualidades culturales únicas" que durante décadas lo han diferenciado de la animación de otros países como Estados Unidos o Francia, advierte en la misma línea Kelts.