El Gobierno de México, en ese momento encabezado por Enrique Peña Nieto, ejercía un tipo de tortura emocional contra los padres y madres de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, dice Andalusia K. Soloff. Ella se acercó entonces a las familias, para escuchar ese dolor, para convertirlo en historias que salieran de México. Lo logró. Hoy presenta Vivos se los llevaron.
Ciudad de México, 7 de febrero (SinEmbargo).– Andalusia K. Soloff llegó a un México convulso y decidió volverse cronista del mismo. Dice que hoy, después de ver múltiples injusticias y violaciones a los derechos humanos, se siente obligada a seguir investigando para mostrar las voces de los que la perdieron.
“Yo mañana no podría abandonar el periodismo. Estoy muy metida y he sido parte de la lucha por la libertad de prensa y contra la violencia a nuestros colegas. Me sentiría como traidora si me fuera a cubrir espectáculos. Siento una obligación por haber visto tantas cosas que pasan en México. La mayoría de mi trabajo está en inglés y dirigido al extranjero, donde muchos temas que cubro no salen de México. Creo que tengo una obligación”, dice en entrevista para SinEmbargo.
Ella, Marco Parra y Anahí H. Galaviz conjuntaron sus talentos para contar con viñetas el ataque a normalistas de Ayotzinapa que terminó con la desaparición de 43 estudiantes, la muerte de tres más y dejó decenas de familias en espera de justicia.
“Como periodista independiente, hice decenas de reportajes, videos artículos y entrevistas para medios internacionales sobre Ayotzinapa, pero sentí que ni un sólo testimonio o documento alcanzó para explicar esta realidad compleja. Un colega fotógrafo me impulsó a hacer un proyecto más personal, no uno que captara los intereses de los medios, sino uno enfocado en las emociones de las familias, el sentido de ausencia de los 43 muchachos y la esencia del estado combativo de Guerrero”, escribe Andalusia K. Soloff en Vivos se los llevaron.
Para Puntos y Comas, la joven periodista habla sobre la investigación de campo que realizó, los obstáculos que enfrentó y la forma en la que conlleva el dolor para escribir sobre el México de hoy.
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–Tú llegas de Estados Unidos para hacer estas investigaciones.
–Soy de Nueva York, llegué a México en 2010. Primero llegué para trabajar y luego me gustó. Estuve unos años viviendo entre México y Nueva York. Justo cuando empezó el sexenio de Peña Nieto fue cuando llegué a vivir de planta aquí y desde entonces he sido periodista independiente aquí.
–Después de esos viajes, ¿cómo decides quedarte acá?
–Me gustó mucho la solidaridad entre la gente, más que nada. Yo trabajaba en radio comunitaria, me quedaba en un hostal en el que se quedaban otros que trabajaban en radios comunitarias, y todas las noches, cuando bajaba a la cocina, me acuerdo que estaban todos editando juntos. Era una convivencia muy bonita que falta en los Estados Unidos. Nueva York es un lugar basado en el éxito individual y no en el colectivo. Fue en parte eso. Luego fui a vivir a Chiapas un rato y trabajé con un colectivo ahí. Visité comunidades y me gustó estar en el campo. En ese momento trabajaba sobre temas de territorio. Vine por un año. Quería ver cómo me iba. Yo vivía de otras cosas, no de ser periodista. Y me pregunté qué iba a hacer en México. Entonces llegó Peña Nieto a la presidencia, no iban a faltar reportajes sobre temas de derechos humanos. Decidí vivir aquí. Fui corresponsal de medios internacionales. Empecé a hacer muchos reportajes sobre lo cotidiano. Dos años después pasó Ayotzinapa y me metí a eso al cien.
–¿A qué obstáculos te enfrentaste en México?
–Creo que si mañana yo estuviera viviendo en Nueva York y me dijeran que fuera a vivir a México... Siento que cuando yo llegué a vivir aquí no era tan conocido el país por su peligro. Cuando ya estás dentro... Yo mañana no podría abandonar el periodismo. Estoy muy metida y he sido parte de la lucha por la libertad de prensa y contra la violencia a nuestros colegas. Me sentiría como traidora si me fuera a cubrir espectáculos. Siento una obligación por haber visto tantas cosas que pasan en México. La mayoría de mi trabajo está en inglés y dirigido al extranjero, donde muchos temas que cubro no salen de México. Creo que tengo una obligación.
–¿El momento más difícil al estar realizando la investigación sobre Ayotzinapa?
–Me han hecho muchas entrevistas y no me habían preguntado eso. Creo que lo más difícil... Al inicio era muy difícil hablar con los padres y madres porque muchos de ellos vinieron de pueblos lejanos, algunos no hablaban español, saber cómo hablar con ellos, preguntar sobre sus hijos, preguntar sobre qué saben, qué sienten, muchas cosas... La realidad es tan cruel. El Gobierno estaba haciendo un tipo de tortura emocional y tú, como periodista, pues no quieres repetir. Hay una parte en la que María de Jesús Tlatempa, madre de uno de los 43 normalistas desaparecidos, está enferma en la cama y pasan voceando que encontraron a los normalistas en fosas. Se me hace difícil hacer que las víctimas revivan el dolor, pero también creo que es importante que ese dolor quede en los reportajes, en los libros. Debes encontrar el balance entre hablar de esos momentos difíciles, pero sin revictimizarlos. Creo que es la parte de hacer un trabajo de largo plazo. Eso pasó el primer año. Yo seguí trabajando cinco años, seguí en contacto con ellos. Les llamaba por teléfono, iba a Guerrero. Hice un acompañamiento con ellos. Así fue más fácil.
Otro momento difícil fue cuando hicimos un fancine, un cómic. Tenemos una imagen muy fuerte de cuando le disparan a Aldo Gutiérrez Solano, uno de los normalistas asesinados en Iguala. En el momento en que entregué esa copia a su hermano, sentí más feo. Decidimos hacerlo más sutil.
–¿Qué haces con ese dolor? ¿Se vuelve parte de ti ese dolor?
–Es muy... Si nos enfocáramos en lo dolorosas que son las historias, nosotros como periodistas no podríamos seguir escribiéndolas. Pienso en el trabajo periodístico, no podía estar tirada y triste porque no iba a concluir el trabajo. Es algo automático. Seguimos trabajando y sentimos que nuestro trabajo puede ayudar contra ese tipo de dolor y esas situaciones. Viendo la tristeza de los padres, yo buscaba cómo hacerlos menos tristes. Hacía bromas con ellos. Hay un dolor constante en ellos que es permanente y no se quita. Hay momento en que puedes ayudarles dando algo de alegría y esperanza.
Ayer estaba en una marcha en Chimalhuacán, Estado de México, por los feminicidios. En la tarde fui a la casa de un amigo mío, con su familia, que me adoptó desde hace 10 años. Ellos tiene seis niñas y a una de ellas la intentaron secuestrar. Es algo... Yo creo que cuando vives en México... Yo como periodista extranjera no vivo en una burbuja en la Condesa. Yo convivo mucho con la gente. Estás con tu gente y luego ves las noticias en la noche. Ves que asesinan a una chica en Juárez, una chica que luchaba contra los feminicidios. Y veo que colegas la conocían. Es un dolor que sobrellevamos, pero no podemos decir que no nos afecta.
–¿Qué cambios notaste en los padres y madres de los desaparecidos? ¿Qué cambios hubo en ellos desde el día uno en que llegaste a Ayotzinapa hasta el día en que se cumplieron cinco años desde el ataque en Iguala?
–Los papás al principio no hablaban. Sólo preguntaban dónde estaban sus hijos. Muchos de ellos viven en lugares muy aislados, lugares en los que no hay confianza en el Gobierno. Pero había otros que sí confiaban, pero poco a poco dejaron de confiar. No recuerdo cuándo se dijo que había sido el Estado, pero no fue al inicio. Los padres se convirtieron en sus propios voceros. Ellos dieron el valor a otros para que denunciaran las desapariciones. María de Jesús Tlatempa me dijo que ella quería que yo llevara las historias al extranjero porque en México no iba a haber justicia. En algún momento las mujeres, madres de los desaparecidos, empezaron a tomar la palabra. Al principio sólo hablaban los padres. Hoy los veo con un poco más de esperanza desde que entró Andrés Manuel López Obrador. Aunque no hay avances en el caso, sí se sienten apoyados.
Han pasado cinco años. Algunos de los normalistas eran padres, ahora ves a sus hijos y ya crecieron. En este tiempo una mamá murió de cáncer y un papá murió de diabetes. Ellos han sentido la solidaridad entre sí, solidaridad que ellos han construido. Pero también los veo muy cansados. Han pasado muchos años y no saben nada. Son cinco navidades sin sus hijos. Yo veo más tranquilos a los padres de los que fueron asesinados. Ellos saben qué pasó con sus hijos. Los otros siguen con la esperanza de que pronto regresen sus hijos. Están desgastados. Algunos tuvieron que volver a trabajar. Ya pasaron muchos años.
–Ahorita la mencionaste. ¿Puedes hablar sobre Minerva Bello Guerrero?
–Ella está en la portada del libro. Yo siempre buscaba personas que no estuvieran en los medios. Muchos saben de ella porque murió. Si no hubiera muerto, muchas personas no habrían sabido nada de ella. Ella nunca iba a subir a una tarima. Yo la conocí en el segundo mes. Los padres todavía no tenían la confianza de invitar a la gente a sus casas. Yo me empecé a llevar con normalistas, me llevaron a Omeapa, Guerrero. Conocí a don Benito, que sí es personaje principal. Minerva no es personaje principal, pero ella era de ese pueblo. La recuerdo como una persona muy amorosa. Siempre me recibía con tortillas. Siempre quería que yo estuviera bien. Su hija, hermana de Everardo, normalista desaparecido, siempre me estaba mostrando imágenes de él. Cuando sacamos el fancine y se los llevé, ella me dijo que no sabía leer, pero eso sí podía entenderlo. Así supe que debía ser así el libro. Es muy accesible así. Todos pueden ver los dibujos. Eso aprendí de Minerva. Yo vi a Minerva antes de que muriera. Murió de cáncer, pero ella ya no tenía ganas de vivir porque no sabía dónde estaba su hijo. En otra versión del libro, agregaría más sobre ella.
–Sí dibujaron a los normalistas como superhéroes, dicen en el libro.
*Marco Parra interviene en la entrevista:
–Sí, hoy uno de los tópicos más llamativos para los lectores son los superhéroes. Nosotros trabajamos un género que nos permite contar un tipo de historias que no funcionarían de otra forma. La narrativa gráfica ayuda a que las historias lleguen a más personas. Si lo hace, cumple su propósito el libro.
–Nos cuentas sobre el proceso.
Marco Parra: Es un largo proceso que empieza cuando ocurre el acontecimiento (el ataque a los normalistas de Ayotzinapa). Empezó a formarse seis meses después, cuando nos surge la idea de realizar la novela gráfica. Antes de mí estuvieron trabajando dos ilustradores más en el proyecto. En el último año, en 2018, adelantamos el trabajo. Se terminó en seis meses, aproximadamente. Ya en el proceso seguimos trabajando Anahí, quien se encargó en entintar los lápices que yo entregaba. Luego iba a la parte del color, donde estuvieron involucrados tres compañeros también. Después se los mandábamos al diseñador, quien acomodaba y agregaba el texto de manera digital. También se involucró Cristina, quien nos ayudó con toda la administración del proceso.
Andalusia: Hay quien puede pensar que es digital todo, pero es a mano.
Marco: La información se obtuvo gracias a la investigación fotográfica de Andalucía. De ahí obtuve referencias de los lugares, de los entornos. Teníamos que representarlos como son y no inventar sobre la marcha. A diferencia de otros géneros, debe sustentarse en información y en hechos.
Andalusia: Yo escribía el guión y luego juntos trabajábamos en el guión gráfico. Luego salían borradores. Luego venía el color.
–Nos hablas sobre la importancia del trabajo de campo.
Andalusia: 90 por ciento de lo que aparece aquí son cosas que a mí me dijeron. En algunos episodios no pude estar porque estaba en marchas. Por ejemplo, cuando fue el velorio de Mora Venancio. Fui después a su casa. Para mí era muy importante, yo viajando sola con mi equipo fotográfico a todo Guerrero para visitar a las familias en sus hogares. Conseguí historias que no se consiguen si hablas con alguien un momento. Se necesita construir una relación para que te tenga confianza para que te lleve al lugar en el que le gustaba nadar al normalista, para que tú sientas cómo es ahí, cómo es nadar ahí. Se necesita preguntar sobre detalles, como los que estuvieron en el Hospital Cristina: ¿traían gorra o casco los policías y militares? ¿Qué dijiste a tus padre cuando te estaba s desangrando?, le pregunté a Edgar, normalista herido. Hice la página y se la mandé a él. Quería que las historias fueran exactamente como ellos la vieron.
En los primeros capítulos, en los que hablamos del ataque, no existían videos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y todas las cosas que salieron después. Ahí enseñaban cómo era el lugar. Yo había ido al lugar, pero no sabes cómo eran exactamente las camionetas y de dónde dispararon. Cuando lo redibujamos ya tuvimos la información más clara de cómo fue el ataque.
–A ti no te frena la geografía.
–Es una pregunta difícil. Hay normalistas que ahora estudian en la Ibero, que venían de pueblos aislados. En parte porque pudieron conocer más personas, porque se enteraron que había becas para venir a estudiar. En Ayotzi hay personas que no tienen 5 pesos para la combi de ida, cinco pesos para la combi de vuelta y mil pesos para la renta. Todo es de dinero. No hay. Por eso hay quien entra a Ayotzinapa. Hay quien entra a Ayotzinapa que no quiere ser maestro, pero no ve otra manera de estudiar y salir. Algunos piensan en ser maestros y ganar experiencia para estudiar otra cosa. Yo lo he visto con los estudiantes y es algo muy... No cualquiera se quedaba en Ayotzianapa, hay pocos lugares. Tiene que ver... No voy a decir que es echarle ganas, pues hay mucho racismo y muchas barreras para que las personas salgan adelante.