Gustavo De la Rosa
31/12/2019 - 12:05 am
Mentira y demagogia en el conflicto migratorio
Cuando los derechohumanistas dejan a una persona frente a un poder cruel y absurdo, confiando que el tirano respetará sus derechos humanos, lo único que producen es dolor y daño personal, que además resulta en el aumento de la violación sistemática de sus derechos humanos.
En 2019, de 16 mil solicitantes de asilo en Estados Unidos sólo 12 fueron admitidos; ese fue el resultado del calvario de miles de migrantes que cruzaron el país, engañados por sí mismos, por coyotes que les cobraron grandes cantidades de dinero (entre 5 mil y 10 mil dólares), y por decenas de activistas digitales ingenuos, con fe ciega en los derechos humanos como si fuesen mandamientos divinos.
Ellos caminaron miles de kilómetros, generando un movimiento migratorio que puso en crisis a México, alcanzaron la frontera y aquí esperaron, a la mitad del río Bravo, a ser detenidos por la Patrulla Fronteriza; les hicieron creer que, al decir la palabra “asilo”, como si fuese un hechizo, los llevarían por el freeway al país de las ilusiones. Pero no, fueron llevados a centros de detención en condiciones de arresto inhumano, separados de sus hijos y pareja, y más de 600 acabaron alojados en un albergue que sostiene el Gobierno federal, con recursos públicos nacionales.
Este movimiento migratorio se compara al de los españoles que salieron rumbo al norte, buscando las ciudades de oro que supuestamente estaban más allá del río que después sería el Bravo; ellos también buscaban una quimera.
El objetivo de estos migrantes es un imposible incluso en términos jurídicos, puesto que el asilo se otorga en Estados Unidos sólo después de un juicio que dura entre uno y dos años y, después de las reformas migratorias de Trump, la persona que está esperando debe permanecer detenido en los centros migratorios de ese país; y claro que la enorme afluencia de migrantes solicitantes puso en crisis la estructura de manejo migratorio estadounidense.
Cuando los derechohumanistas dejan a una persona frente a un poder cruel y absurdo, confiando que el tirano respetará sus derechos humanos, lo único que producen es dolor y daño personal, que además resulta en el aumento de la violación sistemática de sus derechos humanos.
Aquí en la frontera hay muchos abogados y expertos en derechos humanos que teníamos muy claro qué era lo que sucedería; se estaba engañando a los migrantes, convirtiéndolos en carne de cañón para generar agendas políticas en Estados Unidos sin advertir que la gran dependencia de nuestra patria al vecino del norte, consecuencia de 30 años de gobiernos neoliberales, causaría un conflicto internacional que nos dejaría en plena desventaja.
Todo eso lo sabíamos antes de que se impulsaran, de manera tan festiva, las caravanas de migrantes centroamericanos, y ahora del sur del país, buscando la quimera del asilo; ahora, quienes irresponsablemente organizaron e impulsaron las caravanas exigen a México que mantenga una política de tolerancia al flujo migratorio sin claridad ni precisión en su destino, en busca de algo que no va a lograr.
Por eso hoy, en el fin de año, podemos evaluar el éxito o fracaso de ese gran movimiento migratorio hacia la frontera norte del país. Yo me atrevo a decir que, en términos reales, ha sido un completo fracaso; estos actos ingenuos e irresponsables de aquellos que sí debían saber qué es lo que se podía lograr y qué es lo que se iba a pagar, han causado mucho sufrimiento a los seres humanos, e incluso costado vidas.
Este año que termina es necesario ver con serenidad, con tranquilidad, qué es lo que pasó, qué llevó a los migrantes a realizar este viacrucis. El 2 de abril de 2019, SinEmbargo publicó mi artículo “Las caravanas, un engaño inhumano y compartido”, en el que mencioné como, pese a que Ciudad Juárez y El Paso son una misma ciudad, apenas dividida por un río, se empezaban a notar actitudes de hartazgo entre los ciudadanos en contra de los migrantes que esperaban presentar su solicitud de asilo.
Aun así, escribí, estas incomodidades eran perfectamente tolerables si entendíamos sus historias de miseria y soledad, peligro y angustia, que los acompañan desde que huyeron de su tierra; nadie que viva con un mínimo de confort, dije, se atrevería a participar en estas caravanas, menos si supieran que serían en vano.
Por esto, muchos de los hoy ilusionados con vivir en los Estados Unidos se quedan a continuar con su existencia en la frontera, y acaban por incorporarse a la población juarense, concluí en aquel artículo.
Esa es la verdad que espera a la gran mayoría de los miembros de las caravanas, cuando, en promedio, apenas ocho de cada 10 mil reciben asilo y los otros 9 mil 992 deben decidir entre quedarse en México o volver a su patria. Tanto esfuerzo, tanto dolor, para nada.
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