Desde los 80, han existido decenas de talleres en Ciudad Juárez, pero no son suficientes ni se ofrecen en los lugares donde más se requieren: barrios, fábricas, centros comunitarios de adultos mayores, cárceles, escuelas y orfanatos.
Creo en el poder de la literatura —pese a vivir en una ciudad en crisis, presa de la violencia estructural— y en que invertir recursos para proyectos como estos, puede plantear alternativas de vida a los habitantes, una medida contra la barbarie.
Por Elpidia García Delgado
Escribir es un oficio que se aprende escribiendo.
Simón de Beauvoir
Ciudad Juárez, Chihuahua, 14 de diciembre (JuaritosLiterario).- Trabajar en la maquila más de tres décadas me induce a pensar en los talleres como si fueran fábricas de producción. La meta de toda empresa de manufactura es obtener un producto terminado final, en la cantidad y calidad requeridas. Esta analogía sirve para ponderar como innegable la eficiencia de los talleres que, como en la industria, funcionan para manufacturar textos que se compilarán en libros por medio de estrategias parecidas a los círculos de calidad nacidos en Japón, y después implantados en las maquilas fronterizas a finales de los años 70 del siglo pasado.
Se trata de una técnica que consiste en organizar grupos pequeños de trabajadores, dirigidos por un supervisor, capacitados para identificar y analizar problemas, recomendar posibilidades de mejora, y ofrecer soluciones a la gerencia que, de ser aprobadas, las implantan.
De forma similar, los integrantes de los talleres –“obreros” artísticos– leen y someten sus trabajos a la crítica; valoran y recomiendan mejoras a los textos de los demás con un objetivo claro: aprender a desarrollar y perfeccionar sus habilidades para escribir, bajo la guía de un autor experimentado y comprometido con la literatura, a la vez que aumentan su producción.
Un “aprender haciendo en grupo”, en busca de calidad y cantidad, con la mirada puesta en un producto final: un libro publicado.
Más allá de discusiones irresolutas sobre la utilidad o no de los talleres artísticos, cuyo origen se remonta a la época renacentista en los estudios de los grandes pintores y escultores, donde los aprendices u “obradores” recibían una enseñanza de tipo práctico de sus maestros, ofrezco un panorama de los actores principales en la tallerística de esta ciudad, pues es de ahí de donde han emanado un buen número de obras, producto de los procesos enseñanza-aprendizaje, que constituyen la literatura juarense, según algunos especialistas, aún en construcción.
La historia de los talleres literarios es importante porque también relata la eclosión de los escritores destacables de la ciudad desde hace cuarenta años. De acuerdo al estudio de Margarita Salazar, “Detonantes para la escritura en Ciudad Juárez” (2010), y al libro de Ricardo Vigueras, Aquí es frontera de lobos (Premio Fray Luis de León 2017 en Valladolid, en la categoría de ensayo), parece haber un consenso en cuanto a que la vida literaria en Ciudad Juárez empezó a desarrollarse alrededor de 1980, y que el esfuerzo más notable por impulsar eventos culturales y artísticos fue durante la gestión de José Diego Lizárraga como director del Museo del INBA, puesto que ejerció durante veinte años.
No es que anteriormente no hubiese vida intelectual, ni autores con obra publicada, sino que la información es amplia, dispersa y poco documentada. En esa década de los años 80, poco después de la llegada de las maquiladoras, surge el Taller Literario del INBA, coordinado por el querido David Ojeda (San Luis Potosí, 1950-2016) ―quien será siempre recordado como pionero de los talleres en Ciudad Juárez― y, más tarde por Alberto Huerta.
Este acontecimiento, sin embargo, no fue producto de su entusiasmo individual por las letras. El poeta y narrador de San Luis Potosí y otros habían asistido a un curso en la Ciudad de México impartido por el poeta ecuatoriano Miguel Donoso Pareja (1939-2015), con el fin de formar coordinadores de talleres en varias ciudades de México.
Este proyecto planeado e impulsado por el INBA marcó un antes y un después en la formación de escritores en la República Mexicana, pues rompió con el centralismo, además de que facilitó el desarrollo de grupos como el de Ojeda.
Los autores que reunió este taller precursor son ahora nombres importantes en la cultura juarense: Jorge Humberto Chávez, Miguel Ángel Chávez, Ricardo Morales, José Manuel García, Willivaldo Delgadillo, Joaquín Cosío, Marco Antonio García Delgado y Rosario Sanmiguel. Un grupo que José Manuel García bautizó como "Generación Nod", nombre de la revista Nod del taller. Llama la atención el interés y gusto de Ojeda por conducir este grupo, ya que viajaba una vez al mes en autobús desde San Luis Potosí a Ciudad Juárez, un trayecto de ida y vuelta de dieciocho horas, durante cinco años. La Generación Nod duró hasta 1987.
Como en una carrera de relevos, Jorge Humberto Chávez ―Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2013 con Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto―, ex pupilo de Ojeda, toma la estafeta al heredar su taller y enfoca su empeño en forjar poetas. Llamada en plan jocoso, La Sociedad de la Mano Fría, sobresalen de esta generación varios autores: Agustín García Delgado, Édgar Rincón Luna, César Silva Márquez, todos con publicaciones importantes y algunos premios estatales y nacionales.
En 1993, otros maestros contribuyeron a la literatura dramática en la entonces incipiente tallerística de la ciudad, como el dramaturgo Jesús González Dávila, considerado por muchos el más importante del país en la segunda mitad del siglo XX, así como un icono del tremendismo. Por invitación de la UACJ y de la Oficina de Cultura Municipal llegó a la ciudad a impartir un taller del que despuntaron importantes actores y prolíficos dramaturgos, entre quienes se encuentran Joaquín Cosío, Antonio Zúñiga y Edelberto “Pilo” Galindo.
El siguiente semillero, coordinado por José Manuel García, fructificó en tres generaciones de nuevas voces. En las dos primeras (2000-04), encontramos a Jorge López Landó, Osvaldo Ogaz, Blas García Flores y Juan Pablo Santana.
Después, entre 2005 y 2007, surgen autores como Juan Carlos Esquivel Soto o Roberto Espíndola. Rosario Sanmiguel, César Silva Márquez y Édgar Rincón Luna también ofrecieron talleres. Estos dos últimos con alumnos donde descollaron jóvenes poetas: José Luis Rico Carrillo y Nabil Valles, respectivamente.
En 2007, produjeron textos dramáticos Selfa Chew, Carlos Alberto Hernández, Guadalupe de la Mora, Virginia Ordóñez y Jissel Arroyo, quienes conforman ya una nueva generación de dramaturgas reconocidas a partir del taller impartido por el director teatral y dramaturgo duranguense Enrique Mijares.
Falta mencionar un taller de relevancia que engendró una generación de novelistas. En 2009, Jorge Humberto Chávez, entonces director del ICHICULT, y la Subdirección de la UACJ, invitó al novelista Élmer Mendoza para que, en visitas trimestrales desde su natal Culiacán, coordinara un taller de novela a lo largo de un año.
Aunque veintiún interesados se inscribieron, solo permanecieron fieles a su objetivo siete asistentes al término del taller. Cuatro novelas fueron publicadas como resultado del trabajo que Mendoza inició: Policía de Ciudad Juárez, de Miguel Ángel Chávez; No habrá Dios cuando despertemos, ganadora del Premio Internacional de novela fantástica Tristana, convocado por el Ayuntamiento de Santander, España en 2015, de Ricardo Vigueras; Yi-Mo, de José Alberto García Lozano, ganadora del Premio Chihuahua en 2015; e Hijos de Lobo, novela autopublicada de José Lozano Franco.
Algunos integrantes de este grupo de novela, y otros que se agregaron después, siguieron reuniéndose para trabajar textos narrativos y poéticos. Así surgió el Colectivo Zurdo Mendieta, que celebra ya su décimo aniversario, nombrado así en honor al personaje protagonista de una serie de novelas policíacas de Élmer Mendoza. Los miembros actuales de este taller de contertulios son: Ricardo Vigueras, José Lozano Franco, Elpidia García Delgado (quien aquí suscribe), Francisco García Salinas, José Alberto García Lozano, Guillermo Sánchez “GeMó!”, Agustín García Delgado y José Juan Aboytia. Tres de estos integrantes conducen en la actualidad talleres de narrativa y poesía de manera individual.
Uno de ellos, Aboytia, es de los más constantes y sobresalientes maestros de talleres literarios de los últimos años. Su labor inició en el 2011 con un taller que ofreció el ICHICULT con una duración de dos años, en el que, por cierto, inicié mi formación como escritora y poco después empecé a publicar mi trabajo. Desde entonces, Aboytia no ha dejado de impartir talleres en institutos, universidades y de manera particular.
Sus alumnos han publicado desde plaquettes hasta libros galardonados, como Ellos saben si soy o no soy, Premio Publicaciones del ICHICULT en 2013, de mi autoría. Por su parte, Agustín García Delgado dirige otro taller de poesía paralelo a uno de Diego Ordaz, de narrativa, otro reconocido formador de nuevas plumas desde hace algunos años. Ambos talleres son auspiciados desde el 2018 por el Centro Cívico Smart CECAP, de la Fundación Juárez x Juárez.
Me agrego a la lista como la número tres del Colectivo Zurdo Mendieta que participa en la conducción de talleres cuando coordiné un grupo pequeño de mujeres trabajadoras de la maquiladora en 2017, y en 2019, dos talleres abiertos al público, uno de ellos patrocinado por la Secretaría de Cultura de Chihuahua, y otro por la Subdirección de Formación de Públicos de la UACJ.
En 2014, la UACJ, a través de la Dirección General de Difusión Cultural y Divulgación Científica, inauguró el Módulo de Taller Permanente de Creación Literaria abierto al público, coordinado por Luis Carlos Salazar, quien, durante dos años, convocó a un buen número de escritores de amplia trayectoria para ofrecer su talento creativo en sesiones semanales en las que se dieron talleres de cuento, crónica, novela histórica y poesía. Algunos de los autores invitados fueron Eduardo Antonio Parra, Hernán Lara Zavala, Mauricio Carrera, Enrique Servín, Eugenio Aguirre, Juan Manuel Portillo y Ricardo Vigueras.
Desde entonces, para fortuna de los aspirantes a escritores, los talleres literarios se han multiplicado en la ciudad y son proporcionados por particulares, colectivos, estudiantes, instituciones y la UACJ. Mencionaré algunos y me disculpo por las omisiones y ausencias: Acoso Textual de 6 a 9, Ctrl-Alt-Del, Palabra Brava, Colectivo Revueltas, Palabristas, y La Cloaca Literaria.
Mención aparte merece el desarrollo de los grupos de mujeres que en los últimos años brillan por su lucha en combatir opresiones heteropatriarcales. En lo que respecta a la creación literaria, destaca la labor que empezó con el taller Rosario Castellanos, organizado por Rosario Sanmiguel en los años 90, paralelo a “S Taller de Narrativa”, vital para la reconstrucción y denuncia de los feminicidios en Juárez, con su monografía El silencio que la voz de todas quiebra (1999); el de autobiografía de Dolores Dorantes; los de Arminé Arjona y Jissel Arroyo; los que organizó Verónica Corchado con "Mi vida en Juárez".
Luego hay silencio hasta los talleres de Ma’Juana, con Susana Báez y Ana Laura Ramírez, el de Ivy Carlos. Más recientemente, el de ECO (Escritura Crítica Orgánica) en el 2019, dirigido por Hilda Sotelo. Los talleres ¡Viva la Vida!, que coordino. Los que ha organizado Carmen Amato.
Otros grupos cuyos objetivos no son estrictamente de creación literaria, también producen textos literarios; me refiero a los colectivos Hijas de su Maquiladera Madre, Centro x 16, a la Asamblea Literaria y Artística Nepantleras, y a #Escriturascontraelpoder: Fronterizas.
El potencial de desarrollar literatura de estas mujeres y colectivos femeninos y feministas representa todo un arsenal que seguramente marcará un punto de quiebre en la literatura juarense en la que predominan los autores varones.
No obstante, esta profusión de grupos dedicados a la producción literaria, considero que ni son suficientes ni se ofrecen en los lugares donde más se requieren. Para quienes creemos en el poder de la literatura pese a vivir en una ciudad en crisis, presa del neo liberalismo y la violencia estructural, y en el infierno que supone la confrontación cotidiana entre vida y muerte, destinar recursos para iniciar proyectos como talleres literarios de largo aliento puede plantear alternativas de vida a los habitantes de nuestra ciudad, representar una medida contra la barbarie.
La gente tiene sueños de vida, la vida “tiene música…el silencio es la blancura de la página, mientras que el trazo de tinta es el sonido”, según afirmó el famoso ilustrador francés Edmond Baudoin en su visita a Ciudad Juárez en 2010.
La literatura en esta frontera no puede ser una página en blanco, continuar viviendo en el silencio. Hay una necesidad de contar la ciudad, de expresarse por medio de la escritura; por ello los talleres son tan necesarios y hay que llevarlos a los barrios, a las fábricas, a los centros comunitarios de adultos mayores, a las cárceles, a las escuelas y a los orfanatos. Empresa privada, instituciones, y fundaciones altruistas podrían contribuir a realizarlos y obtener con el tiempo el “producto final”, que es la confección de libros, en la manufactura de la literatura juarense.