Francisco Ortiz Pinchetti
29/11/2019 - 12:04 am
Vicente Leñero, el periodista
"Leñero periodista reunió gran parte de su trabajo en el volumen Talacha periodística (Grijalbo, 1988). Ahí están sus trabajos emblemáticos como La Zona Rosa, El derecho de llorar, Raphael, amor mío, o Había una vez un castillo, publicados en la revista Claudia".
Se cumplen el próximo martes 3 de diciembre cinco años del fallecimiento de Vicente Leñero. Durante este lustro, su figura como novelista, guionista y dramaturgo se ha agigantado. Su obra literaria ha sido merecidísimamente revalorada. Varios de sus libros han sido reeditados y en su memoria ha habido homenajes y reconocimientos, premios literarios con su nombre y coloquios sobre su narrativa.
No ha ocurrido así, hasta ahora, con su trabajo periodístico, que abarcó tanto la edición y dirección de publicaciones periódicas como la elaboración de crónicas y reportajes de ejemplar hechura. Y una encomiable labor, que no termina, en el terreno de la enseñanza del oficio que quizá más le apasionó -a partir en los años sesenta del siglo pasado- con su Curso de Periodismo por correspondencia, avalado por la escuela “Carlos Septién García”.
Leñero, que se tituló como ingeniero civil en la UNAM, estudió periodismo precisamente en la Septién, cuando la carrera no tenía siquiera nivel de licenciatura. Empezó a trabajar, todavía estudiante, en la revista Señal, una publicación católica. Y más tarde hizo sus primeros reportajes en la revista femenina Claudia, que acabó por dirigir en 1967. En 1972 fue invitado por Julio Scherer García a dirigir Revista de Revistas, el semanario fundado por Rafael Alducin, en 1916, que fue “madre” del diario Excélsior y que a lo largo de seis décadas había pasado por todos los formatos y conceptos imaginables.
Vicente lo transformó totalmente. La convirtió en una revista de gran formato, a la manera del icónico Life en español, con un contenido de reportajes, profusamente ilustrados, con fotografías a color desplegadas en ocasiones a doble plana, con un estilo novedoso e imaginativo en su temática y sus encabezados, muy libre, que combinaba asuntos sociales y políticos trascendentes con crónicas irreverentes sobre las frivolidades cotidianas. A la vez, incursionó en otra faceta periodística como articulista semanal del diario Excélsior.
De esa casa saldría al lado de Scherer García y un centenar de periodistas cuando Excélsior fue víctima de un golpe represor dispuesto por el presidente Luis Echeverría Álvarez, en 1976, para fundar ese mismo año el semanario Proceso, del que fue subdirector y en la práctica su verdadero editor: él la confeccionaba de cabo a rabo, semana tras semana. Al cumplirse 20 años de la aparición de la revista, de cuya empresa editora eran miembros del Consejo de Administración, Scherer García, Enrique Maza y él decidieron retirarse.
En todos los medios mencionados ejerció Vicente su vocación reporteril, con textos admirables por su contenido informativo y su calidad narrativa. Cultivó, como se dice, todos los géneros, lo mismo la nota informativa que la entrevista, la crónica y el reportaje. Él siempre consideró que el reportaje era el más ligero de los géneros literarios, con lo cual por cierto nunca estuve de acuerdo. Desarrolló un estilo muy propio y peculiar, coloquial y desenfadado, a veces muy íntimo y a menudo humorístico. Le dio otra dimensión a la crónica y el reportaje. Y fue siempre enfático, radical, en no contaminar la labor informativa con posiciones políticas o ideológicas.
Leñero periodista reunió gran parte de su trabajo en el volumen Talacha periodística (Grijalbo, 1988). Ahí están sus trabajos emblemáticos como La Zona Rosa, El derecho de llorar, Raphael, amor mío, o Había una vez un castillo, publicados en la revista Claudia; Una diana para la Diana, La noche triste de Raquel Welch, Arreola: Lección de ajedrez, En campaña, Sábado de box, La cargada o Méndez Arceo: encontrar a Dios fuera de la Iglesia, en Revista de Revistas.
En Excélsior publicó un reportaje sobre Cuba, presentado en seis entregas, uno de los trabajos periodísticos más completos y reveladores de la realidad en la isla caribeña bajo el régimen castrista, así como Una teología para la revolución, sobre el movimiento de la Teología de la Liberación en la iglesia latinoamericana.
También están en esa recopilación sus trabajos de temas políticos publicados en Proceso, entre ellos La invitación de Salinas de Gortari, Estrenando Colegio Militar y la entrevista a Paquita Calvo, La guerrilla fue un error. Su reportaje mayor, Asesinato, sobre el doble crimen del matrimonio Flores Muñoz, fue publicado como libro en 1985 por la editorial Plaza & Janes.
“El periodismo me jaló mucho, me dio temas para escribir literatura”, contó en una entrevista en 2014, poco antes de morir. “Como novelista y narrador, le debo al periodismo mucho —a la realidad—, para tener material para escribir. No se me ocurren buenas historias novelísticas, por eso casi siempre están muy apegadas a la realidad”.
Conocí a Vicente en 1964 cuando mi entrañable amigo -ya fallecido también- Francisco Ponce Padilla y yo lo visitamos en su casa de San Pedro de los Pinos. Ambos trabajábamos entonces en el Instituto Mexicano de Estudios Sociales (IMES), que dirigía su hermano, el sociólogo Luis Leñero Otero. Planeábamos un curso por correspondencia sobre Desarrollo de la Comunidad y Luis nos sugirió conocer la experiencia y el esquema operativo que Vicente empleaba con su curso por correspondencia sobre periodismo. En efecto, nos recibió amablemente y nos detalló la mecánica con que enviaba por correo las lecciones a sus alumnos y recibía y calificaba los respectivos exámenes. Ingeniero frustrado y escritor en ciernes (acababa de publicar Los albañiles, su primera gran novela), con eso se sostenía económicamente, según nos confió.
Y me regaló un juego completo de las 40 lecciones de su curso, que aún conservo.
Ese curso se convirtió años después, en 1986, en el más completo, didáctico y práctico texto de periodismo en México, vigente hasta la fecha. Su Manual de Periodismo (Grijalbo, 1986), cuya autoría compartió voluntaria y generosamente con Carlos Marín, constituye el aporte docente del periodista, su legado a las generaciones que le sucedieron en el ejercicio del mejor oficio del mundo, como lo describiera Gabriel García Márquez.
Volvimos a encontrarnos en 1973, cuando él era ya director de Revista de Revistas. Lo contacté a través de un amigo mutuo y compañero, Miguel Ángel Granados Chapa, para hacerle llegar un reportaje sobre un conflicto electoral en Michoacán. Le gustó y lo publicó de inmediato, a la vez que me pidió otros trabajos. Poco después me invitó a incorporarme al semanario, como jefe de información. Y seguimos juntos desde entonces el tortuoso y fascinante camino del quehacer periodístico durante más de tres décadas, en las cuales siempre aprendí algo de él. Un abrazo, Vicente querido. Válgame.
@fopinchetti
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