Susan Crowley
15/11/2019 - 12:03 am
Los ángeles del Muro
"A treinta años de la caída del muro, en una Europa desbordada por las migraciones, por las culpas, por el consumismo, por los abusos del poder y la decadencia de su imposible unión, el arte permite un refugio en el que todo vuelve a adquirir sentido".
Cuando el niño era niño,
Andaba con los brazos colgando,
Quería que el arroyo fuera río,
Que el río fuera un torrente,
Y este charco el mar.
Frente al muro, trepados en las alas de la Victoria, dos ángeles observan Berlín. Cassiel, el desencantado, escucha a Damiel conmovido por los pensamientos de los seres humanos: una prostituta deprimida esperando a un cliente, un hombre desesperado por el abandono de su pareja, una mujer en la incertidumbre del parto. Nadie parece percatarse de su presencia, solo los niños les sonríen. Cassiel acompaña a un viejo que parece urgido de contar una historia. Damiel fascinado observa a una trapecista con falsas alas de ángel columpiarse. El Berlín castigado por sus faltas históricas, en blanco y negro, sin futuro aparente, con un muro que parte en dos su centro es la metáfora visual que se completa con el poema del premio Nobel Peter Handke. Evocación a la infancia de la historia en la que los ángeles eran los protagonistas, Las Alas del Deseo de Win Wenders crea un relato de complicidad y esperanza necesario en estos tiempos de incertidumbre.
En la desolación el arte es un medio para construir nuevas épicas, espacios de redención. Alemania hundida bajo los escombros provocados por sus pecados supo revitalizarse gracias a sus artistas. Siempre rebeldes y autónomos, dispuestos a arriesgarse en contra de los sistemas totalitarios, han asumido el desastre y edificado un mundo de imágenes cargadas de ideas potentes. Pintores ante todo, emergieron de los residuos de las guerras y han logrado dejar una huella cargada de una expresión honesta, de una lucidez que muchas veces raya en lo macabro, pero que siempre es luminosa. El rescate del espíritu alemán se debe sin duda a la voz que cambió por completo la manera de entender el quehacer y la importancia del artista dentro de la sociedad, Joseph Beuys. Más allá del genio intocable, propiciador del arte como consciencia social, de la unidad, del bien colectivo, él fue el vehículo para la reconstrucción de las ruinas de odio convertidas en gesto de hermandad. A través sus enseñanzas el llamado chamán del arte mostró al mundo que la construcción de los muros destruye la comunión de los hombres, que la única posibilidad de rehabilitar al ser humano se da en el diálogo y en la responsabilidad hacia la vida de los otros. Beuys no solo proclamaba el bien por la vía de la creación, pensó que la edificación de un arte verdadero es a través del rescate del medio ambiente. Amante de la naturaleza, su lucha ecológica llegó al extremo de fundar un partido verde en 1967, con el cual pugnó por el compromiso y la defensa de nuestro entorno. Basando sus teorías en la filosofía de la voluntad de Artur Schopenhauer, en el reducto trágico de Friedrich Nietzsche, en la poesía de Novalis y Paul Celan, movido por el impulso de la melodía infinita de Richard Wagner, construyó un pensamiento que desbancó a todas las teorías previas. De Marcel Duchamp tomó la noción del ready made pero lo cargó de la energía y el simbolismo que le permitían sobrevivir a cualquier cambio o eventualidad de la historia. Más allá de su valor pasajero, el objeto es para Beuys la manifestación de la historia en su posible expiación. El intercambio de materiales y de ideas le permitió establecer nuevas relaciones y formar una generación de seguidores, casi todos alumnos. Pero Beuys fue más que un maestro, se convirtió en el guía de un movimiento de jóvenes artistas que permitieron a Alemania dar la otra mejilla al mundo, la de la reconciliación tan necesaria.
Estos artistas se conocieron como neo expresionistas o “nuevos salvajes”, evocando a los fauvistas. Nacidos al final de la Segunda Guerra Mundial, fueron impetuosos, rechazaron la idea de ofrecer perdón al mundo por una historia de la que no se hacían responsables. Iniciaron sus carreras a partir de las enseñanzas de Beuys y vivieron los riesgos por el ímpetu que los caracterizaba. Abusaron de todo tipo de experimentaciones, desde las ideologías hasta las drogas de moda en los años sesenta. Se mostraron resistentes al adoctrinamiento de la Europa del Este al igual que adversos a lo que Occidente ofrecía como salvación de la izquierda. Anarquistas, románticos por naturaleza, implacables en la forma de expresar sus obsesiones, violentos ante cualquier provocación que pusiera en duda su libertad. En una época en la que el arte conceptual pugnaba por más y mejores métodos artísticos y recibía los apoyos del gobierno estadounidense, decidieron penetrar en el painterly como una auto regulación. Para ellos el lienzo era el campo en el que se podían crear nuevos mitos y leyendas cargadas de ironía y de gestos que retaban a las “buenas consciencias” de la postguerra.
Gerhard Richter tomó la fotografía como confesionario para los excesos y la banalización de la imagen. Su obra ha permitido que la pintura exonere todos esos actos que duelen y que se ocultan en archivos obligándolos a guardar silencio.
Georg Baselitz exploró en el cuerpo, lo convirtió en su centro. En su trabajo el ser flota ajeno, aislado de la realidad histórica. Como una mueca, desde la muralla construida por él mismo, observa el devenir de los acontecimientos y se ríe.
Sigmar Polke es el artista del exceso. Se expuso a ser un laboratorio; en él mismo probó las sustancias que posteriormente trasladó al lienzo. Su muerte temprana permitió a su obra instituirse como fuente de aprendizaje para los que le siguieron. Junto con Richter creó el movimiento pictórico Realismo Capitalista como una mofa al pop y a la creciente sociedad de consumo. Rió a carcajadas dolorosas hasta el final de su vida contemplando los horrores de la llamada Unión Europea.
Anselm Kiefer, el filósofo por excelencia de la pintura. Gracias a ella ha creado los espacios de la memoria y la poesía más dolorosos y bellos que puedan existir en el arte. Suyos, de todos, habitan en el interior de cada uno de nosotros como un ático pleno de abandonos. Su trabajo nos remite al romanticismo alemán, especialmente al de Caspar David Friedrich, paisajes melancólicos que seducen y duelen. Desgarradora ausencia que subsiste en los campos desolados atrapados en su obra; sus dimensiones colosales traducen la idea de infinito que se abre delante de una pared con el simple uso de la memoria.
Jörg Immendorff, el mordaz contador de historias, creador de pasajes sórdidos en los que un montón de muecas deambulan. Noches de libertinaje y desenfreno que nos incluyen como miembros de una masa sin voluntad arrastrada por la grandilocuencia de los discursos populistas. Atado a una silla de ruedas, no se privó de la posibilidad de engullir el horror de un proceso histórico cuya salvación sería el espectáculo vacío y degradante que hoy hemos construido.
Markus Lüpertz, la monumentalidad de sus figuras arcaicas que se rebelan contra cualquier sistema impuesto o temporalidad, le permiten horadar en los arquetipos. Su obra retrata a los dioses que, narcisistas, husmean en el mundo de los hombres, entre aterrados y divertidos
Por último, A.R. Penck quien inundó de signos y símbolos sus telas, mezcla del expresionismo y art brut, precursor de Basquiat y de Haring. Se burló de la censura dentro del muro y logró crear un lenguaje de pictogramas en el que personajes esquemáticos representan la necesidad de no ser nadie, de pasar inadvertidos, anónimos ante un sistema totalitario, pero también frente a la vorágine del capitalismo.
Lejos de la representación tradicional, cada uno de ellos inauguró un nuevo lenguaje que permitió el renacimiento de la pintura. Comprobaron que el muro de Berlín era un límite que se podía rebasar con la imaginación y el compromiso artístico. Seguramente los ángeles Cassiel y Damiel los han acompañado muchas veces en sus distintas prisiones y han fungido como musas o tal vez víctimas de su obra. A treinta años de la caída del muro, en una Europa desbordada por las migraciones, por las culpas, por el consumismo, por los abusos del poder y la decadencia de su imposible unión, el arte permite un refugio en el que todo vuelve a adquirir sentido. Tal vez un paraíso en el que juguemos como niños y pensemos que un pequeño charco puede ser el mar.
Esta historia continuará…
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