Nada sobra en los libros que componen la obra del también artista visual: Primera persona: ella (2004), La Libertad: ciudad de Paso (2006), Escribo desde aquí (2010; libro ganador del X Premio Emilio Prado, en España) y los tres reunidos en Inspección secundaria. Sin olvidar El álbum de las rejas, con su edición bilingüe.
"La poesía de Pimienta será tan cálida y transparente como mis recuerdos de infancia, esa loma que pavimentaron cuando era adolescente, los amigos que poco a poco desaparecieron. Al final, yo como él, también me pregunto: ¿dónde y afuera de qué me sentaré a preguntarme si todo esto valió la pena?”.
Por César Graciano
Ciudad Juárez, Chihuahua, 2 de noviembre (JuaritosLiterario).- Cuando era niño mi hermana me decía que vivíamos bajo un puente, que nuestra calle, nuestro barrio, estaba debajo de un gran puente, donde estaba otra civilización, la verdadera. Vivíamos a la sombra de otro país.
Esto, lo de la sombra, no era del todo incorrecto. La casa de mis padres, en la que crecí y viví por más de 23 años, queda a un par de cuadras del borde, en una loma desde la cual se asoma el horizonte: las calles de Ciudad Juárez que terminan por chocar y morir en el río para que de ahí renazcan nuevas arterias, edificios más altos y la iluminación nocturna que nos hace creer que todo brilla más de aquel lado.
Mi casa fue para muchos de mis parientes la sala de espera para cruzar el río o el desierto, la referencia para que el pollero diera la orden de fuga; por ahí mi tía pasó a decenas de personas que, en su desesperada búsqueda, dejaban que los guiaran a un sitio que jamás habían visto. El negocio es familiar; mi madre me ha contado varias veces cómo su mamá también lo hacía, porque la casa de la abuela también quedaba a metros (o yardas) del “otro lado”.
Desde niño aprendí a cruzar a El Paso. Mi madre, en esos inviernos en que la acompañaba a comprar luces de navidad y esferas de plástico, me desabrochaba la chamarra, me quitaba el gorro, me daba el pasaporte y me explicaba, una vez más, qué decir en caso de que preguntaran.
Esa memoria no hace más que recordarme que la poesía es una nación amplia en la que cabemos todos; encontrarte con versos que te lean el pasado es más sorprendente y espiritual que conocer el futuro. Yo me reconozco en la lírica de Omar Pimienta (Tijuana, 1978), en la dinámica de su estrofa:
“El primer migra en interrogarme fue mi madre: / ¿cómo se llama tu papá? Marcos Ramírez / ¿cómo se llama tu mamá? Sara Pimienta (…) / y así practicando antes del cruce / mucho antes de saber leer y escribir / aprendí a mentir mirándote a los ojos”. Quizá todas las fronteras son la misma, y entre Juárez y Tijuana solo haya una breve distancia, casi en línea recta, de diferencia.
Pimienta posee una poética real y transparente. Sus textos, a la vez que el relato de una experiencia y una vida, son esa plática íntima con un amigo que te cuenta cómo luce su ciudad, cómo está don Marcos, su padre, un herrero; cómo fue la infancia en su barrio, los años después de la muerte de doña Sara; cómo fue quedarse a dormir en casas de sus amigos, sus hermanos, su juventud entera.
Nada sobra en los cuatro libros que componen la obra del también artista visual: Primera persona: ella (2004), La Libertad: ciudad de Paso (2006), Escribo desde aquí (2010, libro ganador del X Premio Emilio Prado, en España), los tres reunidos en Inspección secundaria, publicado por Atrasalante. A estos, se le suma El álbum de las rejas, con una edición bilingüe, traducida al inglés por José Antonio Villarán, publicada por Cardboard House Press.
Desde Primera persona: ella, Pimienta comienza a configurar los temas que recorrerán toda su obra: una épica familiar norteña. Comienza con versos tan poderosos como “A mitad de los 80 mi familia estrenó vajilla / de filos dorados y denso decorados de flores / nunca comimos juntos”. Si bien, en una de las secciones del libro podemos ver al poeta más juguetón y amoroso (“No encuentro palabras para decirte sin palabras lo mucho que me gustas / no te toco por el miedo a que me toques o te toque en el intercambio navideño / no sé cómo no sabes lo rico que sabes teniéndote tanto y todo el tiempo”), también figura lo elegiaco, sin caer en lo lúgubre: esos poemas que habitan doña Sara y don Marcos son de los más luminosos, pero estremecedores de la obra.
El encierro durante el embarazo, porque “los niños procreados después de los 40 salían mogolitos”, la caída de una casa cuando la matriarca ya no la habita, y el pasar de los años después de la muerte, todo se carga de la melancolía que solo imprime la infancia.
Lo brillante del caso es reconocerse en los poemas. Esa capacidad de recrear la vida de otros en la propia no debe ser sencillo. Dudo mucho que esa sea la intención del escritor, pero es lo que hace brillante, a mis ojos, la poesía de Pimienta. Reconocer mi frontera en la de Tijuana; hallar a mi padre, herrero, en don Marcos, esa estampa paterna forjada en versos, ese hombre que trabajó en la herrería bajo el nombre de otro: “Marcos compró una identidad / Prisciliano donó un órgano social / envuelto en papel picado” (El álbum de las rejas). En palabras de mi abuela, mi padre se llamó por varios meses “Nieves”, mientras trabajaba en un Denny’s para juntar dinero y regresar a casarse. Ahí, de sorpresa, me encuentro a mi viejo entre los versos de Omar, el poeta de La Liber.
Pienso en mi casa cuando describe la suya, ese hogar que también tenían un taller de herrería, el domicilio que se vino abajo, donde “crujían las vigas como músculos desgarrados”. Reconozco también la colonia en la que viví en los corredores de La Libertad: “Camino por estas calles: / alguien atropelló el semáforo de nuevo / hay negocios de internet donde antes fondas / mataron a Roberto por andar de narco / mandan saludar a mi padre”.
Quizá sea cierto, y todas las fronteras sean la misma; no haya varios nortes, sino uno solo, en el que habitamos y todos nos perseguimos todos; donde esos casi aforismos son más realidad que poesía (“En Tijuana la esperanza muere al último / de forma violenta); versos como el naufragio de un mar que no tiene división, o de un río que solo sirve para unir sus orillas, las horas de espera en un puente o el vaivén de la divisa: “Hay días que no traigo ni un penny / otros que no traigo ni un peso: / todo depende del tipo de cambio”.
Al final, la poesía de Pimienta será tan cálida y transparente como mis recuerdos de infancia, esa loma que pavimentaron cuando era adolescente, los amigos que poco a poco desaparecieron. Al final, yo como él, también me pregunto: “¿dónde y afuera de qué me sentaré a preguntarme si todo esto valió la pena?”