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María Rivera

30/10/2019 - 12:03 am

Los nuevos intelectuales

"Hablan de soberanía, pero el gobierno nos postró ante un país vecino para construir un muro humano que se inspira con discursos xenófobos".

"No les da pena, no, aparecer en programas de la televisión pública haciendo propaganda gubernamental".  Foto: Cuartoscuro

No les da pena, no, aparecer en programas de la televisión pública haciendo propaganda gubernamental descarada. “Nuestro Presidente”, dicen con orgullo, como si su función fuera ser los animadores de una porra: algunos nunca bajaron sus banderines de campaña, muchos otros se subieron al barco cuando se avecinaba su llegada: pasaron de una embarcación a la otra con graciosas maromas, confiando en el aplauso del auditorio, no en su memoria. No importa que hayan alabado, babeando, a quienes ahora denuestan. No tienen escrúpulos y por eso se degradan gozosamente: saben estar con el poder. Les acomoda, les sienta bien. Sí, porque López Obrador, el candidato que muchos defendimos en las calles, ahora gobierna, aunque en su mente aún sea “la oposición”. La “mafia del poder” acecha, el “golpe blando” mascullan, alertan, desde sus programas de televisión o radio. Son paranoicos o peor aún, quieren usar la paranoia de los otros: el pueblo bueno, las benditas redes que, es odioso decirlo, les creen. La propaganda del dos mil seis como escenario distópico: no tenían razón entonces, pero la tienen ahora ¿cómo pasó todo esto, en tan poco tiempo?

Allí están, preguntándose en vivo “¿Qué tiene de malo defender al poder?” Son unos genios: han descubierto que la crítica es gelatinosa: a veces procede, a veces no: depende de quién esté en el poder, ellos o nosotros. Ya se les olvidó, si es que a alguna vez lo supieron, lo que es, en realidad, la crítica.

Me asaltan en las madrugadas dudas, querido lector ¿qué creían que hacíamos antes entonces, los que marchamos a su lado? No tienen pudor intelectual, a la crítica le dicen “golpista”, a los yerros, ganancias. A los críticos les dicen “trolls de quinta” y “chayoteros”, aunque todos cobren dinero del erario para sostener su propaganda y algunos ganen casi lo mismo que el Presidente. No, no son chayoteros a la antigua, hay que concedérselos: son mucho más grotescos: saben que van desnudos y no tienen vergüenza de que lo sepamos. “Somos unos héroes, evitamos una desgracia”, “abrazos no balazos” dicen cuando el gobierno provocó que una ciudad fuera tomada por las balas y personas fueran abrazadas por la muerte. Hablan de soberanía, pero el gobierno nos postró ante un país vecino para construir un muro humano que se inspira con discursos xenófobos, “los mandaremos a marte” si es necesario, dicen los funcionarios refiriéndose a familias migrantes, que nunca antes habían sido cazadas por cuerpos militares.

Ah, pero el intelectual transformado, ese que luchaba o decía que luchaba para defender los derechos humanos de migrantes, y que agitaba con iracundia desde twitter ahora habla de “cambios”, esboza “este es un gobierno de izquierda”, se insufla, “porque ve por los más pobres”, “ya están en el discurso” “los hemos resarcido simbólicamente”, “los que estaban afuera”, dicen, “ya están adentro”. Están confundidos: realmente creen que la propaganda gubernamental que ellos propagan no es propaganda o son muy cínicos y por eso, a veces, cometen lapsus: dicen lo que verdaderamente piensan, se congelan en la pantalla. Seguro que tres mil pesos lograrán que jóvenes no se conviertan en sicarios: “hacemos tanto por ustedes, nos mueve el amor”. Luego, el Presidente adoctrina “no aspiren a los lujos” El arte de la pobreza como virtud cívica. El problema son los lujos: las camionetas, las joyas… los campamentos. Mejor pobres y honrados, que desaparecidos, con sus madres llorando, dice el poder izquierdista: no hay salida, salvo la paz espiritual, no sean “vulgares”, entiéndase literalmente “no sean pueblo”. Eso dice su lengua contradictoria ¿y verdadera? No, no han encontrado a los desaparecidos, pero ya aparecieron criminalizados como propaganda, nuevamente.

Pero los nuevos intelectuales repiten como mantras “abrazos no balazos” como las funcionarias que asisten, con sus hermosos y lujosos vestidos tejidos a mano, a galas culturales, conciertos y exposiciones, se sacan selfies con comunidades indígenas en sus giras de trabajo, “estamos todos adentro” (de la literalidad de la imagen), “redistribuimos la riqueza cultural”: ya la pueden ver en Los Pinos o por streaming.

“Los invisibles” ya están en twitter, en el radio, hablan en sus lenguas, mientras las viejas élites culturales se hacen cada vez más élites, y los “privilegiados” se vuelven cada vez más privilegiados: no hay trabajo, pero quedan los estímulos que no alcanzan para hacer justicia a todos. Nada de aumentar el presupuesto: las obras de los artistas no son dignas del pueblo, que merece solo las obras del pueblo, al que no hay que pagarle, se contenta con un lugar donde presentarse.

Luego, se emocionan porque la lucha histórica de Rosario Ibarra fue reconocida con la medalla Belisario Domínguez, sin percatarse demasiado de que la dejó en prenda como muestra de la injusticia de todos los gobiernos: aún la está esperando. No, no tienen empacho en hablar la neolengua del poder, corromper el lenguaje: dicen “pueblo” para hablar de sí mismos, de sus amigos funcionarios, del gobierno, de nadie; discuten taxonomías “fifís” y “chairos”, como si fuesen categorías reales y no denostaciones del Presidente. Hablan de los pobres, desposeídos, a los que les organizan “jolgorios”, “milpas”, “tequios”. No, a ellos no les molesta la apropiación cultural ni los discursos coloniales si los comete el gobierno, porque caminan rumbo a la utopía, ganando casi cien mil pesos.

Luego, sale el Presidente en la escena: una tarima, sillas y micrófonos: su conferencia mañanera. Desde allí decide el debate público que se desarrollará durante el día. Los noticieros lo retoman, las redes. Hay algunos periodistas que preguntan, incomodan, pero siempre está allí el mismo personaje, otro tipo de nuevo intelectual, para apuntalar, aplaudir al Presidente. Mientras, afuera, en las puertas de Palacio Nacional, los diligentes funcionarios izquierdistas impiden a un grupo de alcaldes que quieren entrar a la mañanera y no están invitados. Más tarde, informarán que con fines disuasivos “se dispersó una dosis moderada de aerosol defensivo natural en el ambiente”, que antes del ascenso de los nuevos intelectuales de la “cuarta transformación” solía llamarse, simple y llanamente, “gas lacrimógeno”.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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