Sinaloa ha sido territorio de “El Chapo” durante unas tres décadas desde que se fundó el cártel, y ha visto tiempos oscuros. En 2011, en un momento de alta tensión en la guerra contra la droga en México, casi dos mil personas fueron asesinadas. Pero los homicidios han ido bajando últimamente, con apenas 695 este año hasta septiembre, en comparación con los mil 202 de todo el año pasado.
De modo que si bien la gente se acostumbró hace mucho al crimen y las balaceras -en su mayoría, entre delincuentes locales- los tiroteos del 17 de octubre fueron una conmoción. Cientos de hombres con armas de gran calibre bloquearon 19 intersecciones clave y puentes, prendieron fuego a vehículos y convirtieron el paisaje de la ciudad en algo más parecido a una zona de guerra, con el sonido seco de los disparos y columnas de humo que se alzaban hacia el cielo.
Por Peter Orsi
CULIACÁN, México (AP).— En un terreno del Gobierno a las afueras de la ciudad de Culiacán, en el noroeste de México, hay en torno a una docena de vehículos calcinados, incluidos un auto patrulla, una camioneta militar y un tráiler. Todos quedaron fuera de servicio tras un reciente y aterrador tiroteo entre miembros de una banda de narcotraficantes y las fuerzas de seguridad mexicanas.
En el céntrico distrito donde se produjeron las peores escenas de violencia se han cambiado las ventanas reventadas y tapado los agujeros de bala en restaurantes, tiendas de alimentación y una vivienda donde se cree que se había refugiado el hijo de un conocido capo de la droga.
Las cicatrices físicas de las balaceras del 17 de octubre, ya conocido como el “jueves negro” por los habitantes de Culiacán, la capital del estado de Sinaloa y feudo del Cártel de Sinaloa que dirigió durante años Joaquín “El Chapo” Guzmán, empiezan a sanar. Pero los vecinos aún intentan asimilar el peor brote de violencia del narcotráfico en la memoria reciente.
Trece personas murieron, incluyendo al menos tres civiles atrapados en el fuego cruzado. Más de una semana después, es de lo que habla todo el mundo, desde las conversaciones de taxi a los editoriales en prensa, mientras la ciudad de 800 mil habitantes intentan retomar su vida.
“(Para) la gente aquí en Culiacán, es una psicosis de que en cualquier momento pueda volver a pasar”, dijo Marco Castillo, de 52 años, que trabaja en el sector transportes, en la terraza de un restaurante ante el que se produjo la balacera. “Al nivel social te va a dejar una cicatriz que va a estar marcada por toda la situación que ha vivido Culiacán”.
La ciudad, situada en un valle interior entre las playas del Golfo de California y las plantaciones de marihuana de la cordillera de la Sierra Madre Oriental, acoge a importantes exportadores que venden cosechas como tomates, chiles y berenjenas en Estados Unidos. Es una ciudad de baja altura con pocos rascacielos y un centro histórico lleno de minibuses oscuros y familias paseando los fines de semana para ir de compras.
Sinaloa ha sido territorio de “El Chapo” durante unas tres décadas desde que se fundó el cártel, y ha visto tiempos oscuros. En 2011, en un momento de alta tensión en la guerra contra la droga en México, casi dos mil personas fueron asesinadas. Pero los homicidios han ido bajando últimamente, con apenas 695 este año hasta septiembre, en comparación con los mil 202 de todo el año pasado.
De modo que si bien la gente se acostumbró hace mucho al crimen y las balaceras -en su mayoría, entre delincuentes locales- los tiroteos del 17 de octubre fueron una conmoción. Cientos de hombres con armas de gran calibre bloquearon 19 intersecciones clave y puentes, prendieron fuego a vehículos y convirtieron el paisaje de la ciudad en algo más parecido a una zona de guerra, con el sonido seco de los disparos y columnas de humo que se alzaban hacia el cielo.
Ante la agresiva respuesta a la fallida operación que arrinconó a Ovidio Guzmán, las autoridades federales ordenaron una retirada y el hijo de “El Chapo” pudo escapar.
Pero para cuando remitió el caos, los residentes llevaban horas escondidos en casas, centros comerciales y concesionarios de autos mientras las balas volaban a su alrededor. Delante de un lavadero de coches donde murieron dos personas, aún se veía un reguero de pequeñas gotas de sangre en el muro exterior blanco.
El trabajador del lavadero Arturo González Verdugo, de 18 años, dijo que también temía que pudiera volver a ocurrir, y que la gente de Culiacán está resignada a vivir con la violencia.
“Yo creo que están acostumbrados ya (...) a que hay gente mala”, comentó. “Eso no se olvida, no creo que se olvide”.
Las autoridades han establecidos seis controles de seguridad en los principales accesos de la ciudad que funcionan sin descanso para buscar armas o contrabando. En uno de ellos, junto a una prisión de la que escaparon unos 50 reos durante el caos, soldados y policías dieron el alto durante el fin de semana a dos jóvenes en un Cooper Mini con ventanas tintadas y placas de fuera del estado. Se asomaron al interior e hicieron que el enojado pasajero saliera y abriera una mochila.
Vestido de negro de la cabeza a los pies, con casco y un grueso chaleco de protección, un policía que no estaba autorizado a informar a los medios de forma oficial dijo que suponía que los controles se quedarían donde estaban una temporada. Los responsables locales de seguridad no respondieron a peticiones de entrevistas durante el fin de semana.
Hay algunos indicios de vuelta a la normalidad. Cientos de personas salieron el sábado a cenar y escuchar música en vivo en una calle que da a la plaza principal, y que cierra al tráfico rodado por la noche.
El Gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, dijo que el turismo y las inversiones no se habían visto perjudicados por las balaceras, que fueron noticia a nivel internacional, y añadió que había una iniciativa en marcha para mejorar la imagen del estado.
“Es un trabajo de equipo”, dijo Ordaz en declaraciones citadas por el diario El Noroeste. “Estamos en la calle, está yendo muchísima gente en las plazas, los centros comerciales. Al contrario, creo que los sinaloenses están mostrándole al mundo esa gran capacidad de seguir adelante”.
Pero muchos siguen inquietos.
El gerente de un restaurante en la calle donde se registró el peor tiroteo dijo que el negocio ha caído un 60 por ciento desde entonces. Hablando bajo condición de anonimato por motivos de seguridad, el gerente dijo que los responsables de restaurantes como él necesitan que el Gobierno ayude a limpiar las calles y convenza a la gente de que está a salvo.
“Queremos levantarnos”, dijo. “Se puede recuperar”.
Ana Paula Inzunza Mascareño, psicóloga de 35 años, llevó a varios visitantes de fuera de la ciudad a visitar el santuario a Jesús Malverde, una figura al estilo de Robin Hood al que muchos en el mundo del narcotráfico veneran como a un santo.
En varias mesas fuera se vendían estatuillas de Malverde, así como medallas con la imagen de “El Chapo” y del Santo Niño de Atocha. Ovidio Guzmán aparecía con una de estas últimas en una imagen al estilo de ficha policial que ha circulado, y que supuestamente se tomó durante los incidentes de este mes.
Inzunza dijo que estaba de compras lejos de los tiroteos cuando se enteró. Sus familiares se llamaron entre ellos para asegurarse de que todos estaban a salvo, y luego se quedaron refugiados en sus casas. Ella evita salir más de lo necesario y espera que llegue la paz.
“Yo creo que hay que pasar un poquito más de tiempo”, dijo Inzunza. “Sí, ya entramos en la normalidad por nuestros trabajos, por las escuelas y todo, pero siempre existe esa incertidumbre, ese miedito... Lo menos que estemos afuera, mejor”.
Cientos de personas marcharon el domingo desde el estacionamiento de un estadio de futbol a un parque ribereño para pedir paz.
“Estamos para abonar a la paz, a la unidad, a la concordia”, dijo el Alcalde, Jesús Estrada Ferreiro.
La marcha, presentada como una manifestación no partidista, no incluía reclamaciones concretas.
Muchos dicen que sólo quieren volver a una vida en la que los peligros de la ciudad, históricamente uno de los lugares más violentos de México, son de una magnitud conocida y manejable.
Guillermo Ibarra Escobar, economista urbano de la Universidad Autónoma de Sinaloa y autor de “Culiacán, ciudad del miedo”, dijo que sus investigaciones sugieren que el narcotráfico y la actividad económica relacionada suponen en torno al 20 por ciento del Producto Interno Bruto del estado.
El crimen organizado lleva 30 años entrelazado con la sociedad y el Gobierno a través de la corrupción, la colusión y el lavado de dinero, de modo que los vecinos se han acostumbrado a que los narcos vivan entre ellos.
“Así como acepta el habitante de Nueva York el tráfico, así como acepta el habitante de la ciudad de México la contaminación (...) el habitante de Culiacán sabe negociar día a día las ecologías del miedo”, explicó Ibarra.
Ese equilibrio se vio alterado, señaló, por la mal diseñada redada y la feroz respuesta que recibió. El académico dijo que podrían pasar meses hasta que la ciudad vuelva a su estado anterior. Los vecinos de Culiacán parecen divididos a la mitad en el dilema de si las autoridades hicieron bien rindiéndose al cártel, e Ibarra señaló que ahora serán menos propensos a apoyar nuevas operaciones contra el cártel después de que esta sembrara el caos en la ciudad.
“Hay una especie de rutina que permite que las personas hagan cálculos de su desempeño en su vida cotidiana, que si se van a llevar a su hijo por la mañana no se van a topar a un grupo de narcos que se van a estar balaceando entre ellos y que pueden matar a tu niño”, dijo Ibarra.