Susan Crowley
27/09/2019 - 12:03 am
El corazón no reconoce agendas
Viaja todo el tiempo atendiendo el tema de la injusticia que aqueja a tantas congéneres. A sus más de cincuenta sigue radiante. Apenas empiezan a notársele algunas arrugas y un poco de ojeras, seguramente atribuidas a las muchas horas dedicadas al trabajo. Por la vista cansada, usa unos lentes enormes de marcos negros, de esos que a nadie se le ven bien, aunque estén de moda; a ella se le ven espectaculares. Parece maestra sexi salida de una de esas películas porno.
Sandra es una de mis mejores amigas. Admiro su gran generosidad e inteligencia. Es abogado y desde hace tiempo defiende los derechos de las mujeres a nivel mundial. Su lucha ha sido un ejemplo para todas las que la rodeamos. Cada vez que nos encontramos carga un portafolio enorme con su Mac y kilos de discursos. Además, es una mujer bellísima. Por donde camina llama la atención, es alta, de larga cabellera oscura y ojos verdes penetrantes. Pudo utilizar su físico para conseguir lo que hubiera querido, desde ser modelo, hasta encontrar a un príncipe azul que la mantuviera toda su vida. Jamás anheló eso. Al contrario, estudió derecho y se preparó para convertirse en luchadora de las diferentes causas que atiende. Cuando encontró la trinchera de las mujeres que sufren maltrato se sintió como un pez en el agua. Por fin la vida le dio la oportunidad de proteger y apoyar a quienes no habían tenido su enorme suerte: saberse defender de los abusos de otros.
Reunirse con Sandra es como entrar a un torbellino; invariablemente, mientras habla, trae un montón de temas en la cabeza. Es fácil notarlo porque su mirada se mueve nerviosa todo el tiempo. El relato de su lucha va y viene constantemente. Su agenda está a tope: juntas con organismos internacionales, reuniones en diferentes países, apoyo a fundaciones, un P.R. impresionante con el que logra conseguir buenas cantidades de dinero para el apoyo de los refugios con los que se ha involucrado. Viaja todo el tiempo atendiendo el tema de la injusticia que aqueja a tantas congéneres. A sus más de cincuenta sigue radiante. Apenas empiezan a notársele algunas arrugas y un poco de ojeras, seguramente atribuidas a las muchas horas dedicadas al trabajo. Por la vista cansada, usa unos lentes enormes de marcos negros, de esos que a nadie se le ven bien, aunque estén de moda; a ella se le ven espectaculares. Parece maestra sexi salida de una de esas películas porno.
Con los recientes acontecimientos del Metoo, comenté que, estando a favor de las mujeres y su lucha, no coincido con la forma beligerante y agresiva en la que se han manifestado algunas de ellas investidas en jueces que hacen pagar a “justos por pecadores”. Le mencioné el caso de un buen amigo que terminó una relación con una mujer desequilibrada. Al sentirse botada, ella lo acusó públicamente de maltrato y abuso. Mi amigo la ha pasado fatal tratando de defenderse del despiadado acoso que ha sufrido a través de las redes sociales. La respuesta de Sandra fue implacable: no solo me acusó de sumisa delante del falo, sí el FALO, además, me hizo sentir que las mujeres como yo, somos las culpables de que haya tanta injusticia y falta de oportunidad para otras mujeres. Por poco no libramos nuestra amistad. Gracias a que nos queremos muchísimo, y desde luego, en las cosas profundas de la vida siempre hemos sido muy cercanas, logramos brincar ese mal rato. Pero se que perdí por completo su admiración, desde entonces he sentido que me mira como si yo fuera una mujer débil, conformista y tradicional. Yo juré sobre el nombre de Lilith que jamás volvería a exponer nuestra amistad por un punto de vista en el que no coincidíamos y que, al parecer, se ha vuelto su obsesión.
Por su belleza y retadora personalidad, Sandra siempre atrajo hombres con la típica actitud de conquistadores. Los que solían cortejarla, normalmente utilizaban el simplísimo, “qué bella eres”, mal inicio. A Sandra su belleza no le parecía un tema de seducción. Conforme el feminismo empezó a florecer, hombres un poco más elaborados intentaron seducirla: “Eres más inteligente que bella”, esto a ella le pareció un poco más propositivo. Solo durante un tiempo. Sirvió para permitirse algunos romances que al fracasar la hicieron sentirse estereotipada. Con el paso de los años, la imposibilidad de adecuar su lucha con su vida personal, la hizo olvidar el tema de la pareja. Dejó a un lado cualquier intento de affaire y se dedicó de lleno al tema social y a afirmarse en el feminismo.
Por su complicada agenda y debido a que vive en Europa, es muy difícil poder encontrarnos. Acabo de estar con ella después de mucho tiempo sin vernos. Para poner nuestra vida al día, entramos rápidamente a los temas personales. Sandra conoció a un hombre unos cuantos años más joven que ella. Fue amor a primera vista: “son de esas cosas que ocurren en la vida y que uno ni se imagina, cuando crees que ya no tienes nada que hacer con los hombres, de pronto, descubres que puedes enamorarte como una adolescente. Es muy inteligente y con una carrera brillante. Cuando nos conocimos fue impresionante la forma en la que coincidimos”, me contó emocionada. Él es un abogado prominente que ayuda a grupos minoritarios, destina buena parte de sus ingresos a ONGs. Además, es muy bien parecido, su situación económica le permite satisfacer lo que le venga en gana. Los dos aman la literatura, la música y el teatro. “Es un príncipe, como esos que salen en las películas y que uno piensa, no existen en la vida real”. De pronto, Sandra se detuvo y agregó desencajada, “tiene un problema”, su rostro se transformó en el de una mujer mayor, afligida, con oscuros surcos que nunca le había notado. Chin, todo iba tan bien, pensé yo. Mi amiga narró su historia con gran pesar: Hace años, el príncipe azul se enamoró de una latina recién desempacada, de las que llevan la cachondería a flor de piel, mucho más joven que Sandra. Tuvieron dos hijos que son la fascinación del hombre. La relación duró unos años, siempre mal. Parece que el carácter bipolar, obsesivo e impulsivo de la mujer es una bomba de tiempo. La fuerza del cariño por los pequeños le impide a él dejar a la madre de sus hijos, quien está pasando por una depresión espantosa.
El tono de lamento de Sandra iba en un crecendo que, incluso, permitió que sus ojos fríos y pensantes se llenaran de lágrimas: “La mujer ha engordado cualquier cantidad de kilos, es ignorante, fea, y además es una mala persona, con decirte que en la casa no hay cuchillos porque este cuate teme por sus arranques histéricos. En cualquier momento puede hacerse daño, lastimar a uno de sus hijos o algo peor”. Al parecer, acusa al marido de haberle robado sus mejores años y ahora que ha dejado de ser atractiva, pretende desecharla como un trapo viejo. Las lágrimas de frustración rebasaron a Sandra a pesar del intento de contenerlas. “El príncipe azul es la víctima de una loca que ha venido a complicar mi vida, yo lo amo, no te imaginas cuánto, pero nunca me imaginé una situación así”. Luego se secó violenta los ojos y me miró fijamente “tan solo de pensar, yo viviendo un lío de este tamaño con una mujer así” y luego agregó con tono de desesperación: “¿dime, ¿tú qué harías?”.
Yo no sabía qué responderle. Sandra en una situación vulnerable cuando había actuado siempre como una walkiria a la que nada podía derrotar. El sonido de su celular me dio un respiro. Era el hombre. Su rostro se volvió a transformar, parecía que la llamada le insuflaba juventud. Sonrió como quinceañera, “¿no te importa que pidamos la cuenta?” y agregó, “lo voy a ver. Con la vida complicada que tiene, apenas nos alcanza el tiempo y cuando logra dejar a esa bruja yo corro a sus brazos”. Sandra se levantó feliz, “parezco protagonista de una de esas novelitas de Corín Tellado”, me beso cuatro veces y salió volando.
No pude evitarlo. A mi mente vinieron las innumerables cifras de mujeres maltratadas y abusadas que Sandra ayuda. A cuántas como esa latina, que hoy es su rival de amores, había defendido sin saberlo. No se cuándo volveré a verla. Cada vez es más complicado.
@Suscrowley.com
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