El corazón le latía de prisa. Con prontitud cerró la caja y la devolvió al fondo del armario. Se quitó los zapatos y comenzó a brincar sobre la cama, para que su mamá no le preguntara qué estaba haciendo.
Ciudad de México, 31 de agosto (SinEmbargo).- Mateo siempre fue un niño curioso. Le gustaba correr por todo lados y hurgar en cualquier rincón de su casa.
En una de sus continuas expediciones al armario de su papá, halló una cajita de Olinalá: fondo azul, flores blancas y amarillas pintadas a mano.
La curiosidad de sus siete años lo llevó a sacarla del armario y ponerla sobre la cama de sus padres.
Con mucho sigilo, cerró la puerta del cuarto y se dirigió, de puntillas, como había visto hacerlo a los detectives de la televisión, a la orilla de la cama donde ahora estaba su gran descubrimiento.
Por su mente pasaron cientos de imágenes de lo que la caja podría tener: juguetes de cuando su papá era niño, monedas antiguas, algún videojuego o dulces de otros tiempos.
Emocionado, levantó la tapa de la caja y descubrió, para su decepción, tres paquetes de papeles sujetados con un estambre rojo.
No supo si continuar con la expedición ante la desilusión de lo hallado. Mateo habría dejado todo por la paz, si no es que antes de cerrar la caja vio una fotografía que llamó su atención.
El fondo era entre blanco y grisáceo, en primer plano estaba su papá, lo reconoció por el bigote, abrazado de una mujer que, después pensó, se parecía a su mamá.
Tomó el paquete y acercó la foto hasta su vista, bordeó los detalles con la curiosidad que su edad lo dotaba.
Al fondo había cientos de personas divirtiéndose sobre la playa y una mancha enorme de pájaros cruzaba ese cielo grisáceo.
Con cuidado, desató el hilo y se percató que en la parte posterior había unas letras escritas.
A últimos días había descubierto una extraña fascinación por leer todo lo que sus ojos encontraban, menos los libros de la escuela o los que sus padres le regalaban, esos, les dijo alguna vez, eran aburridos.
"La brisa del mar me recuerda que nuestra amor puede vencer al tiempo", se leía con pluma roja en la parte de atrás de la foto.
Mateo se interesó por los papeles que, para ese entonces, ya sospechaba que se trataban de cartas; alguna vez recordó que su mamá le decía a su papá que por qué ya no le escribía cartas, como antes, cuando apenas se habían conocido.
Su papá dilató la respuesta, como si en ella se le fuera la vida; entonces, atinó a decir que ya no lo hacía porque ahora la tenía frente a frente y podía decirle todo lo que quería.
La mamá de Mateo sólo atinó a reír y burlarse de aquello que su esposo le había dicho.
Cuando el niño se disponía a desenfundar los papeles, oyó los pasos de su madre por las escaleras.
El corazón le latía de prisa. Con prontitud cerró la caja y la devolvió al fondo del armario. Se quitó los zapatos y comenzó a brincar sobre la cama, para que su mamá no le preguntara qué estaba haciendo.
Karla abrió la puerta y descubrió a su hijo saltar sobre la cama. Un poco molesta le pidió que parara.
-Ahora tendrás que acomodarla -le dijo con ese tono de voz que las madres usan cuando buscar reprender con cariño a sus hijos.
Y cuando acabes -prosiguió - bajas a comer...