“Las migraciones dan, no quitan. El mejor ejemplo es Nueva York, ciudad llena de culturas. Las migraciones hacen más ricas las sociedades”, dice Gabriela Couturier, autora de Siempre un destierro, “una novela familiar sobre la identidad, el exilio, el desarraigo, el amor, las ilusiones perdidas y la persistencia de la memoria”.
Ciudad de México, 17 de agosto (SinEmbargo).– Gabriela Couturier es de las personas que se sientan en una banqueta para escribir sobre esa banqueta. Los Alpes europeos y la selva veracruzana son los dos escenarios que absorbió para escribir Siempre un destierro, su última novela.
Escribir, dice Couturier, es como correr un Maratón, pues no importa si te cansas, tienes que seguir para terminar la ruta. Para conseguirlo es necesaria la disciplina y la investigación, señala.
En entrevista con Puntos y Comas, Gabriela Couturier habla sobre Siempre un destierro, la migración [tema protagonista del libro] y las letras.
Siempre un destierro, historia de un viaje a través del océano y una carta, “es una novela familiar sobre la identidad, el exilio, el desarraigo, el amor, las ilusiones perdidas y la persistencia de la memoria”.
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–Cuéntanos sobre la carta que atraviesa un océano, la carta de la novela.
-La carta es real. Está en el origen de la novela. Los migrantes ya se habían ido, llevaban algunos años en Veracruz cuando la petición de mano. Una de las cosas que es interesante de la novela es que tenían... Se iban sin saber qué iba a pasar, sin saber si volverían a ver a sus familias. Eso le da una dimensión distinta a la migración con relación a las migraciones actuales, pues no es impensable volver, excepto en las guerras. En esos años no se sabía si iban a poder regresar a su vida. Creo que en ese sentido es fácil identificarse con lo que deben haber sentido... lo bueno y lo malo. Eran personas pobres que tenían hambre y tenían que buscar una vida mejor. No nos damos idea cómo ha cambiado la forma en que nos asumimos en el mundo. El mundo ahora se ha vuelto chico. Una decisión así era para todo la vida.
–En el libro, nos llevas al siglo XIX. ¿Qué otras diferencias notas con la migración actual?
–Ahora los migrantes van hacia lugares más desarrollados. En ese momento, Europa estaba en una situación muy difícil. En esa zona de Francia había muchas carencias. Eran ganaderos y vivían de lo que las vacas producían. Si había más hijos de lo que producían las vacas, ya se alteraba la ecuación. Esa migración partía de Francia hacia un lugar que era agreste, que estaba aislado de México. La Sierra Madre Oriental era una frontera casi tan importante como el océano. En este grupo estuvieron muy solos durante muchas décadas y en ese sentido el lugar fue, desde entonces y hasta los setentas, casi puramente francés. Ahora las cosas son mucho más fluidas. Ahí tomabas una decisión y te quedabas.
–¿Cuál es tu opinión sobre lo que ocurre en la frontera entre México y Estados Unidos?
–Sé poco. Ahora se entiende como algo que le quita a los países a los que llega. Debería volver a verse como lo que es: las migraciones dan, no quitan. El mejor ejemplo es Nueva York, ciudad llena de culturas. Eso es gracias a las migraciones. Las migraciones hacen más ricas las sociedades. Perdemos si consideramos que los migrantes son un negativo. Hay que encontrar la manera de que aporten a la sociedad. Los humanos somos migrantes desde que salimos de África.
–¿Cómo le hacemos para contar una historia de otro siglo?
–Tienes que leer mucho. Me documenté muchísimo. No me gusta, como lectora, sentir que no le creo al escritor. Me documenté mucho para entender cómo era la vida en ese momento: desde los veranos arriba de las vacas hasta los inviernos en las casas y la oscuridad que caía temprano. Leí mucho. Leí qué hacían en las noches de invierno: se juntaban para hacer velas, escobas... Leí cosas del día a día. Los animales, por ejemplo, estaban amarrados todo el día en el mismo lugar, se tenían que limpiar los establos. Fui para sentir el lugar. Me fijé en cosas muy de la geografía: ¿qué se veía cuando veías para arriba? Los Alpes... Deben haberlos extrañado los migrantes, pues ahí había una apertura enorme. Aquí, llegar a la selva, debe haber sido una sensación distinta. Pensé que dejar los inviernos y llegar a lo verde y al ruido de los bichos... También leer las cartas de los migrantes da una idea de lo que les llamaba la atención. Me documenté para que la historia fuera fidedigna.
–¿Te tienes que sentar en una banqueta para escribir de esa banqueta?
–La historia comienza yo sentada, en San Rafael, muriéndome de calor, tratando de entender el espacio, el clima. Empecé a oír una voz que expresaba una falta de incomprensión del lugar.
–¿Qué tan difícil es entrar en la industria editorial, que parece todavía controlada por hombres?
–Nunca lo sentí. Jamás lo sentí. Puede ser difícil entrar para un desconocido. La editorial apuesta por alguien que no tiene nombre. Eso importa más, el hecho de que seas desconocido. Nunca sentí ninguna desventaja por ser mujer.
–¿Y obstáculos?
–Son más personales. Y que alguien que adentro lea tu libro, eso es muy difícil. Las editoriales reciben muchos libros y que alguien se tome el tiempo de leerlo, eso es difícil. Lo demás es interno. Es más de organización personal, de disciplina y aguante. Es un ejercicio de mucho años. No hay que cansarse. Yo soy muy perfeccionista al escribir, pues le voy a pedir al lector 30 horas dé su tiempo. Debes dar algo que valga la pena. Soy muy cuidadosa al escribir. Es un maratón. Tienes que tener la paciencia y el aguante. La disciplina para seguir, aunque ya te hayas cansado.